Vivir del diseño
¿Porqué sigue siendo mala la remuneración del diseñador gráfico? Una pregunta aún hoy difícil de responder.
AutorSebastián Vivarelli Seguidores: 335
EdiciónLuz Del Carmen A. Vilchis Esquivel Seguidores: 168
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El artículo «La traición del diseñador gráfico» trata un tema recurrente entre colegas —tanto del rubro gráfico como digital— cuyo eje central son las frases: «nuestra profesión no está bien remunerada», o «un diseñador no gana lo que debería». El diseño cuenta con años de desarrollo, reconocimiento social, y egresados universitarios. Sin embargo la realidad económica de la profesión ha cambiado poco y nada. Si bien no es sencillo encontrar una única razón (como todo fenómeno complejo, lo definen un conjunto de causas) se pueden abordar algunas ideas.
El uso de software pirata
Resulta llamativo que muchos comentarios del citado artículo, culpen a la piratería (acceso gratuito y masivo a programas y tipografías) del aumento de profesionales poco calificados. ¿Qué determinaría que sólo quienes puedan adquirir productos originales accedan a la profesión? ¿Que sólo personas con una cómoda posición económica puedan ejercerla (por lo menos en gran parte de Latinoamérica)? ¿Garantizaría esto un aumento de la calidad profesional? No necesariamente. Muchos estudiantes con escasos recursos económicos (algo usual en la universidad pública), no podrían ni siquiera cursar algunas asignaturas, si tuviesen que pagar tipografías o programas originales. Por otro lado, en la facultad se insta al alumno a desarrollar (ante todo) un pensamiento proyectual, más allá de recursos o software. De hecho en las materias de Tipografía, Morfología, Diseño, se trabaja y experimenta con diversos materiales: lápiz, papel, madera, tintas, plumas. Las computadoras constituyen sólo el eslabón final del proceso, para alcanzar un acabado profesional. Hacer hincapié en el manejo de programas, sólo enfatiza la prioridad del perfil técnico del profesional, lo que muchas veces genera —más que diseñadores que piensan y toman decisiones proyectuales—, operadores automatizados que siguen órdenes.
La explosión de las carreras de diseño
Durante la década de los noventa, en Argentina se produjo un auge -en cuanto a prestigio- de las carreras de diseño (Gráfico, Industrial, Textil, Multimedia, etc), lo que provocó un aumento en la cantidad de estudiantes y, lógicamente, de egresados. A las universidades públicas existentes —con años de historia—, se sumaron paulatinamente las privadas. El mercado actual no puede absorber la cantidad de profesionales existentes, y este desequilibrio hace que empresas que contratan servicios, prefieran abstenerse de la calidad profesional en pro de beneficios económicos. Lo anterior se traduce en la contratación de diseñadores con un perfil denominado junior, a quienes expertos más experimentados forman día a día. El diseñador practica entonces —sumado a su tarea diaria— el rol de docente, todo por el mismo precio. Otra secuela de esta realidad, son ofertas laborales en las que el perfil requerido es un «superdotado técnico» que opere múltiples programas, gestione proyectos, y además posea una amplia experiencia. Y en lo posible, que no sea mayor de 30 años. El problema reside, por un lado, en que la remuneración ofrecida nunca es acorde al nivel de exigencia requerido, y por otro, que la experiencia sólo se logra con años de oficio.
El diseño como materia opinable
¿A quién no le sucedió? Cualquier profesional o cliente con el que el diseñador interactúa, opina de diseño, propone ajustes, incluso ofrece sus propias alternativas de solución. Algo necesario hasta cierto límite, ya que los proyectos alcanzan su forma final con base en la interacción (feedback) con el otro. Pero lo que llama la atención es la forma en que se reciben sugerencias. Muchas veces en modo imperativo, rozando lo despectivo, lo que evidencia muy poco respeto por la profesión y demuestra la poca consideración por los conocimientos adquiridos. Cuesta imaginar la misma situación trasladada a un paciente que refuta a su cirujano, o a un cliente que hace lo propio con su abogado. Quizás sea la parte estética de la profesión (mal llamada cosmética) lo que la convierte en materia de opinión. Es engañosamente accesible y atrayente a las sugerencias y gustos de cualquier persona. Al parecer resulta imposible contenerse de opinar sobre colores, tipografía o imágenes. Quizá ayude indagar sobre la frase «nadie muere de diseño», instalada en la sociedad desde hace tiempo.
Aquí y ahora
La realidad muestra por lo menos dos caras. Por un lado se percibe una mejora en la calidad visual de diarios, revistas, señales de televisión, empaques, sitios de Internet, etc. En muchos casos fruto del trabajo de egresados universitarios. La sociedad contemporánea advierte la existencia (y hasta comprende los aportes) del diseñador, en otro momento considerado una rara avis social. Pero también, persiste entre colegas la misma sensación, sobre todo al compararse con profesionales de otros rubros, esa que todavía no encuentra una causa concreta: es difícil vivir del diseño.
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