Los cuentos del diseño
No es necesario justificar los productos del diseño inventando teorías para que otorgarles valor.
AutorFernando Weissmann Seguidores: 68
Los que tenemos hijos sabemos lo que es contar cuentos. Con más o menos habilidad, fuimos desgranado de nuestra imaginación o del recuerdo historias más o menos imaginativas. Tengo tres hijos y confieso que los personajes creados para el primero, volvían a la palestra con el segundo y claro, con la tercera. Pero en general eran siempre nuevas aventuras en países donde llegaban de la manera más imprevista. Por ejemplo, había una pareja de personajes que a mis chicos les causaba mucha gracia. Eran la Pulga Picheuta y el Piojo Abelardo. Estos eran solo pareja de viajes. Vivían en la misma casa pero, nada de sexo. Se encontraban, de repente en una maleta; todo se oscurecía y cuando la abrían, estaban en Paris. Y ahí, yo empezaba a desgranar el cuento. Creo que al final, me divertía más yo que ellos.
¿A qué viene este viejo recuerdo?
Es que vengo leyendo que el cuento se ha convertido en una especie de espectáculo, y que hay gente que se reúne con el «cuentacuentos» de moda, que ejerce su arte a un público de gente mayor. Adultos, ya no niños. Estuve en Buenos Aires en una reunión de este tipo con un filósofo, Santiago Kovadloff, en un bar-restaurante, donde había que reservar con tres semanas de anticipación. Un espectáculo tranquilo y muy bien llevado, hasta con dos músicos. Y volverán a preguntarse, ¿qué tiene que ver esto con el diseño o la arquitectura? Es que pareciera que este oficio de contar cuentos, se traslada a veces a la teoría con la que se justifica cualquier proyecto.
Vamos a ser francos. Cuando el producto es «por encargo», el 50% está resuelto. El objeto es necesario, está acotado por el cliente o por el fabricante, hasta casi tiene nombre y apellido, y tiene una función específica. Cuando el producto es resultado de una creación personal, de una idea que desarrollamos nosotros solos (o en equipo), es distinto. El producto es una idea que pensamos que podrá encajar dentro de las necesidades del mercado. Tendrá antecedentes de similaridad con otro, o será complementario, o totalmente inédito, pero es la concepción y desarrollo de una idea, hasta el final.
Y aquí aparece el cuento. Ese envase en el cual presentamos nuestra idea. Le agregamos de teoría para justificar las características del objeto, una vez que terminamos de diseñarlo. Buscamos referencias de diseñadores famosos, libros de teoría profunda de forma y figura, de tendencias, de utilización de materiales, de impacto ambiental, bla, bla, bla. Ahí se completa nuestra tarea. Entregamos el prototipo, con el cuento. Y esta historia razonada apoya, en general, todo aquello que nos gusta y no nos animamos a decir: «hice porque me gustó». Simplemente. Tiene más charme ponerle bibliografía.
Por donde sale el cuento
Cuando reconozcamos que realmente esta teorización viene a dar empaque, envoltorio y justificación catedrática a algo que sería mucho más fácil y sencillo de decir: —Amigos, me salió de la cabeza, del lápiz y del ordenador. Me gustó y pienso que funcionará muy bien. Si esto, no es así, por más justificación que te inventes, lo que creaste es un bodrioducto (es decir un «bodrio» de «producto») entonces no eres un diseñador. Tienes la profesión equivocada. Convéncete. Eres un «cuentacuentos».
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