¿Me empleo o voy como autónomo?
Todos los arquitectos o diseñadores hemos tenido en algun momento la disyuntiva entre ser empleados o trabajar en forma independiente.
AutorFernando Weissmann Seguidores: 66
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La duda es una constante que se produce muchas veces a lo largo de la vida de ambos: el autónomo y el empleado. Ambas formas son una elección. El que nació para autónomo mira a los empleados casi desde arriba, cuando tiene mucho trabajo, y el empleado lo hace cuando sabe que el autónomo está sin faena. Es una especie de lucha eterna en el tiempo, y que no terminará jamás. Algunos comentan que esta lucha es como en el metro o en el matrimonio: los que están fuera quieren entrar y los de adentro quieren salir.
El empleado, secretamente, envidia y admira que el autónomo tenga la libertad de elegir, no tenga jefe que le ordene nada. Que pueda fijarse sus propios horarios. El autónomo, secretamente, envidia la «seguridad» que tiene el empleado que a fin de mes recibe su sueldos, hayan ido las cosas bien o mal.
El empleado tiene que hacer gambetas al jefe para que no lo llene de trabajos. El autónomo, gambetea día a día a la realidad, y ruega para «enganchar» el cliente que le de tranquilidad.
En el caso cercano a los arquitectos autónomos, tener un cliente excelente (sea particular o el Estado) puede significar una solución para toda su existencia. No quiero dar ningún nombre pero, si me apuran, daré una pista de uno de ellos: «empieza con «Cala» y termina con «trava». A los arquitectos empleados no les sucede esto. Sólo ruegan porque no les falte trabajo al despacho donde trabajan. Pero el ruego es similar. Es en realidad, el mismo. Se trata de no quedar en ambos casos fuera de la «Sagrada Hermandad de la Virgen de los Clientes Pudientes» y que su manto te proteja en tus años fértiles.
Los autónomos pasan por situaciones como de mucho trabajo y gran euforia, pero también de poco o ningún trabajo y gran depresión. Están siempre como el equilibrista o el cazador, en busca de un proyecto o una obra más. Y cuando el tema no les funciona, es ahí cuando le dan ganas de emplearse. Y a veces lo hacen. Al menos durante un tiempo, hasta que un viejo contacto, les dice: «Oye, ¡ven que hay tal oportunidad!». Ahí es cuando el autónomo ¡revive! Abandona rápidamente la relación de dependencia y vuelve a la lid.
El empleado pasa por constantes sentimientos de abandono, de cuasi-depresión, por hacer obras que no son de su estilo y por no tener la libertad que cree tiene el autónomo. Piensa que tiene mala suerte que no le reconocen ni su esfuerzo ni su conocimiento. Sólo se alegra cuando se encuentra con compañeros de Universidad que le cuentan las penurias, los esfuerzos que hacen por encontrar un lugar, un Cliente, por sobrevivir; y ¡lo difícil de llevar que es la libertad! Pero tiene siempre el sambenito que lo pueden dejar de patitas en la calle.
Con estas líneas no pretendo elevar a los altares ni a empleados ni a los autónomos. Sólo comentar que la mayor parte de mi vida he sido autónomo, y que conozco perfectamente de qué hablo. No se trata ni de elevar, ni de bajar a nadie. Simplemente que haya sitio para ambos.
Aunque ahora, en estos años, y en Europa, visto lo sucedido entre 2006 y 2013, el mejor sitio que se puede encontrar en el futuro próximo es en un avión que te lleve a Alemania, Brasil, Dubái, Quatar, etc., donde encontrarás trabajo seguro; de empleado o de autónomo. Tú eliges.
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