Obsolescencia programada
El diseño ya no puede responder a intereses del mercado, sino a las necesidades humanas que como comunidad global hemos creado con el paso del tiempo. Creativos-humanos es la meta.
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AutorDavid Gallo Seguidores: 71
EdiciónJuan Miguel Lorite Fonta Seguidores: 17
Estamos en un momento de la historia donde la vida del hombre se ha reducido al servicio del mercado y la ley económica. El estado donde el bien comunal era la meta y el objetivo principal se acabó hace mucho. Como bien lo dice el documental Comprar, tirar, comprar, de la cadena de televisión española TVE, nuestra sociedad está dominada por una economía de crecimiento cuya lógica no es crecer para satisfacer necesidades sino crecer por crecer, y es que las lógicas empresariales al servicio del mercado han hecho que nos olvidemos no solo de pugnar por el bien nuestro, sino también del planeta en el que vivimos.
Nosotros, como diseñadores, arquitectos, artistas y profesionales de diversas áreas del conocimiento, tenemos por obligación, y no como opción, retomar pensamientos responsables ante la sociedad y el mundo al que pertenecemos. Como dice Nicolás Bourriaud, la vanguardia en esta época «pequeño-burguesa» se limita tan sólo a transmitir una realidad «sin abrir caminos», «la tropa se ha detenido, temerosa alrededor de un campamento de certezas». El artista debe aprehender las transformaciones, captar y transmitir lo que ha cambiado y lo que continúa cambiando y, a la vez, proyectar lo que debería cambiar. El arte del diseño no debe limitarse a transmitir una realidad, no se trata de aprender a habitar el mundo, sino de querer construirlo creando «modelos de acción», propendiendo por «el intersticio», es decir, por crear un espacio para las relaciones humanas el cual provea posibilidades de intercambio. Este intercambio debe a su vez «huir de lo impuesto», integrando armoniosamente y de manera abierta el sistema global.
Aparece la definición de la obsolescencia programada por los años cincuenta como una forma de hacer que el consumidor sienta la necesidad de ir a las tiendas a comprar nuevas cosas y tirar las viejas o revenderlas. Lo que ahora en un eufemismo llaman «ciclo de vida del producto» las facultades de diseño e ingeniería. Este nacimiento generó todo un impacto ambiental y social que terminó desembocando en lo que ya hoy podemos ver: niveles de contaminación altos (sobre todo en países subdesarrollados), políticas de mercado que solo benefician a los altos empresarios y la total incomodidad de los consumidores que cada vez se cansan más de ser víctimas de los intereses particulares de unos pocos que los obligan a gastar en mayor proporción.
No es precisamente mi objetivo señalar y culpar a los personajes que dieron vida a este método productivo por la ola de chatarra de la que somos ahora presos en esta actual sociedad. No sería correcto, pues la visión del mundo en esa época era de un mundo infinito en recursos que necesitaba reactivar la economía para poder sobrevivir. Pero sí siento la necesidad de señalar el absurdo horror que produce en la actualidad la permanencia de estas políticas en nuestra sociedad, agotada en recursos y saturada de intereses económicos y personales de las clases poderosas. Como bien se puede entender en el texto de Barrera y Quiñones Fundamentos históricos del diseño con responsabilidad y pertinencia social, desde los años 70, más o menos, los teóricos del diseño han pretendido concienciar a los que hacemos parte de esta rueda del progreso (diseñadores, ingenieros, arquitectos, publicistas, etc.) que no sólo es importante responder a las necesidades de la moda y la novedad, sino que estas banalidades no deben tener supremacía sobre las necesidades humanas más básicas como son las necesidades económicas, psicológicas, espirituales, tecnológicas e intelectuales de cada lugar y realidad socio económica donde se actúe. El diseño debe ser un diseño honrado que pretenda acomodarse al ambiente donde actúa y no al revés, que responda a necesidades humanas como la enseñanza o ayuda a discapacitados, la investigación experimental y, sobre todo, el diseño ambiental enfocado a mantener la vida humana en equilibrio con la naturaleza. «La función de los objetos es ayudar a las personas a mejorar su relación con el entorno…» dicen Barrera y Quiñones cuando hablan del escrito de André Ricard.
Bien lo habla también la estética relacional en el texto de Bourriaud, cuando dice que el arte debe desprenderse del individualismo del momento, el cual busca tan solo satisfacer las necesidades individuales, pues la esencia humana es realmente el conjunto de las relaciones sociales, no el individuo solo entre tanta gente. Se tiene que trabajar para buscar la empatía de las personas interactuando con los demás, buscando los puntos de encuentro o los puntos comunes. Las experiencias particulares del artista pueden producir efectos en otras personas, fusionando ideas y sueños, el artista debe tratar de buscar «la mirada» del otro. Sobra decir que entiendo aquí la visión de Bourriaud no solo desde el aspecto artístico sino también como una manera de hacer en las diferentes áreas del conocimiento.
Pero si los teóricos se han esforzado en hacernos pensar en esto, ¿qué es lo que pasa que seguimos siendo víctimas del mercantilismo y los intereses individuales de las industrias? Sencillamente, la producción industrializada y deshumanizada está tan arraigada en nuestra sociedad que los intereses monetarios de las grandes industrias han logrado sobrevivir, incluso, a estos casi cuarenta años de teorías del diseño honrado y sostenible. Aunque las academias intenten o no enseñar a los diseñadores nuevos la importancia del diseño honrado, el eje de la sociedad ya está fijado en un contexto que prefiere el dinero y evita pensar en el ambiente y su futuro. La era de la concienciación ya ha terminado, es hora de la acción, tanto nuestra como de los altos cargos del estado.
Y, ¿cómo pretendemos generar esta acción comunal para generar cambios significativos por el bien del mundo al que pertenecemos y de nosotros mismos? Pues bien, volviendo a la estética relacional de Nicolás Bourriaud, debemos en primer lugar conocer el mundo que nos rodea, apropiarnos de él, y no de la manera insalubre como nos lo hemos apropiado los hombres durante siglos, creyendo erróneamente que somos la clase dominante y que por tanto todo nos pertenece. Debemos apropiarnos del mundo, pero en el sentido de pertenencia, de entender nuestra existencia no como una existencia parasitaria donde absorbemos todo del mundo sin dar nada a cambio, sino de una existencia en perfecto balance, de activa relación y necesidad mutua para entonces poder transmitir ese mundo y a su vez transmitir su posible evolución, evitando la manipulación producida por la parte comercial y el consumismo, creando en el observador una voluntad de servicio a la humanidad, el gusto por una transformación positiva del entorno, conjugando, articulando todas las disciplinas del saber y del conocimiento con responsabilidad social. Los artistas no están lejos de los diseñadores, ni los diseñadores lejos de los publicistas, arquitectos, ingenieros, sociólogos, médicos, antropólogos, abogados o comunicadores; todos estamos ligados de una manera u otra por raíces invisibles que nos unen a la tierra que nos da la vida y nos ve crecer.
El ser humano del momento debe tener una mentalidad abierta al cambio, transmitírsela al observador, motivando en él un cambio positivo el cual lo ayude a dedicarse a lo relacional interactuando con otros mundos, otras costumbres, otras ideologías con sensibilidad social. Debe crear conciencia para generar cambios por el bien de la comunidad y del mundo.
Y entonces volvemos a nuestra pregunta: ¿cómo pretendemos generar esta acción comunal para generar cambios significativos por el bien del mundo al que pertenecemos y de nosotros mismos? Pues bien, simplemente debemos buscar soluciones a un mismo problema desde las diferentes visiones que nuestros diversos conocimientos nos han dado en un esfuerzo conjunto. Ya lo dice la vieja frase de protesta: «el pueblo unido, jamás será vencido». Mucho menos si es un pueblo culto, armado del don que nos ha dado el poder por siglos, la razón.
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Bibliografía:
- Bourriaud, Nicolás. Estética Relacional. Adriana Hidalgo Editora. Traducción de Cecilia Beceyro y Sergio Delgado. Buenos Aires:2008.
- Barrera, Gloria Stella y Quiñones, Ana Cielo. Fundamentos históricos del diseño con responsabilidad y pertinencia social. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá:2009.
- Comprar, tirar, comprar, Cadena de televisión TVE, al aire 9 de enero de 2011.
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