Diseño mexicano: la emancipación del penacho y el nopal
¿Qué debe distinguir al diseño industrial mexicano? ¿Por qué es necesario dejar a un lado el nopal y el penacho en el diseño de ciertos objetos?
AutorKassim Vera Seguidores: 76
EdiciónGabriel Simón Seguidores: 220
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¿Existe el diseño mexicano? Sí, en tanto existan diseñadores mexicanos formados y radicados en el país.
Mucho se lee y escucha sobre el debate del diseño mexicano que no se quita aún el estigma de la tradición de los colores, texturas y temáticas autóctonas. Hay pocas propuestas para lograr la maduración del diseño mexicano que tanto tiempo se ha anhelado, para convertirlo en un estilo, un distintivo que recurre siempre a aspectos tradicionalistas que van desde un cactus(Silla Nopal de Valentina González) hasta aspectos extraídos de la cultura popular mexicana (las cajoneras Soda Create de Vik Servin). El debate es tan nuevo como el propio diseño industrial en México, impartida como carrera técnica en 1955 por la Universidad Iberoamericana.
Hay que entender que son muy diversas las características que identifican a cierto tipo de diseño con un país. El diseño alemán, por ejemplo, ha logrado identificarse por los ideales funcionalistas de la Bauhaus o la Escuela Superior de Diseño de Ulm (HfG): la primera buscaba hacer funcional un objeto dotándolo de gran valor estético mediante la eliminación de ornamentos artesanales, abaratando así el objeto y haciendo el arte asequible al pueblo; la segunda dotó al diseño de principios científicos (aplicaciones en la metodología) y estéticos (aplicación de principios matemáticos). Estos aspectos definen el «Buen Diseño» de Braun identificable con el diseño alemán de la posguerra.
El diseño italiano, con movimientos de contracorriente como Superstudio y Memphis, ha generado una identidad de diseño de alta vanguardia, para estratos sociales altos y piezas únicas o de exhibición en museos de arte.
México, como la mayoría de países latinoamericanos, es una economía en desarrollo, con una tradición socio-cultural enorme. Un país que aún no alcanza su plena industrialización y no cuenta con teorías filosóficas o económicas que pudieran ser el soporte teórico del diseño, así como en Europa el racionalismo o el utilitarismo lo fueron.
Por estas razones, el diseño en México se ha centrado en los aspectos superficiales antes mencionados. El problema es que han sido sobre-explotados en un lapso muy corto, a tal grado de convertir al diseño industrial en una caricatura del diseño artesanal. Por producción artesanal entiéndase la fabricación piezas de diseño elaboradas usando técnicas tradicionales y manuales; en pequeñas tiradas, para un reducido segmento del mercado de poca expansión. No es regla inquebrantable en el diseño industrial que la producción masiva sea elaborada únicamente por medios industrializados, pero parece que en México el diseñador aún no comprende las ventajas del uso intensivo de la máquina para generar piezas de diseño, miedo del que ya habló el diseñador mexicano Gabriel Simón:
«Ha pasado el tiempo de horror a la máquina [...] la herramienta amplía nuestra fuerza e imaginación. No por ésto perderemos memoria histórica, no por ésto desconoceremos los orígenes, avanzaremos porque conocemos el camino de lo autóctono de la labor manual».1
La cuestión, en mi opinión, es que el diseñador industrial en México no ha sabido superar el obstáculo que representa una rica tradición nacional. No me refiero a olvidarse de las tradiciones, sino simplemente a prescindir de ellas cuando es necesario para tratar de encontrarles nuevas aplicaciones. Hoy existen las condiciones en el país de generar propuestas de diseño reinventando el uso y aplicación de materiales exclusivos o típicos haciendo uso de la máquina, quitándose ese error del que habla Simón:
«... demostrando los horizontes amplios de nuestra fuerza extendida por la máquina, que pueda liberar a los artefactos de su repetición encadenada, que deje los errores de tiempos pasados pasados, que la humana inteligencia transforme perfeccionando la alquimia industrial [...] en cada forma hacedora que engrandezca la producción en creativa explosión, convirtiendo las luces del diseño en proporciones, colores textura y materiales dominados por la imaginación de cada diseñador en la magia grande de un acto.»
Como breve recuento y para comprender más el punto, citaré algunos ejemplos:
- El Borgward 230GL, que si bien, no fue diseñado por un mexicano, fue fabricado en México luego del decreto del presidente López Mateos que impedía importar automotores. Este auto tenía al centro del volante un calendario azteca para «indicar la nacionalidad del auto», siendo que el auto era ya una pieza referencial en cuanto a fabricación automotriz mexicana se refiere.
- María Guadalupe Ortega y sus marcos con simbolismo Teotihuacano;
- Clara Porset y su sillón Totonaca;
- Pineda Covallín y sus mascadas con penachos y motivos huicholes;
- Luis Barragán y su «mexicanización» de la Silla Barcelona de Mies Van der Rohe.2
Aunque cabe mencionar que existe, desde hace buen tiempo esta parte, un diseño que no mezcla los aspectos tradicionales, sino que genera, a mi modo de ver, buen diseño, es decir, que cumple su función sin necesidad de hacer alusión a símbolos aztecas, por ejemplo: Iker Ortíz, Héctor Esrawe, Emiliano Godoy, Daniel Mastretta, entre otros. El buen diseño cumple funciones (estético-formales, prácticas, sociales); no hace alusiones o «recobrar nuestras tradiciones», como a muchos les gusta impregnarse de nacionalismo para defender caprichos carísimos que no cumplen función alguna. Repito, sólo es saber cuándo y cómo prescindir de estos aspectos culturales: IKEA tiene una filosofía que identifica el diseño escandinavo, sin recurrir a una silla que tenga como referente el martillo de Thor.
Crear ideales de diseño mexicano es la solución, no dejarse prostituir por la idea del «rescate de la tradición» para querer hacerla pasar como la función única del diseño para cualquier producto mexicano. El diseñador industrial mexicano debe ser consciente de que su trabajo no sólo es diseñar el objeto, sino generar investigaciones sobre procesos y materiales de México, incluso con la creación de nuevos materiales y su aplicación. Buscar trabajar en colaboración con pequeños talleres para sacar adelante proyectos de mayor alcance y no sólo buscar colaboraciones que duran una exhibición y generan piezas únicas de costo altísimo, para luego dejar al artesano abandonado.
El diseño mexicano, más que buscar una identidad con elementos tradicionales y demás «reinterpretaciones» de símbolos mayas y aztecas, debe ocuparse en resolver problemáticas sociales reales, inmediatas y urgentes para el país. El diseñador debe centrar su atención en desarrollar nuevos enfoques de diseño y dejar atrás la sobrexplotación de lo «prehispánico» (por ejemplo la salsera de Pedro Leites), las grecas, el rosa mexicano, el azul añil y demás artificios.
En la resolución de algunos problemas de diseño social radica la labor más noble del diseñador y en México estos problemas los tenemos de sobra.
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Traducir al inglés Traducir al italiano Traducir al portugués- En Diseño Mexicano, Colegio de Diseñadores Industriales y Gráficos de México, México D. F., 1991, pág. 90.
- Nota del editor: El sillón atribuído a Barragán, es en realidad un diseño de Clara Porset basado en el Butaque, tradicional mueble mexicano, de diseño anterior a la Barcelona de Mies Van der Rohe.
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