Artesanía y diseño
La artesanía no puede limitarse a la reproducción de utensilios y enseres del pasado. Existe un mercado marginal de productos artesanales que precisa ser atendido por el diseño.
AutorAndré Ricard Seguidores: 498
EdiciónLuciano Cassisi Seguidores: 2033
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La globalización conlleva producir en grandes series para cubrir ese macro mercado único global. Este planteamiento favorece a los países con mayor poderío económico y tiene como efecto colateral que estos, con sus productos, acaben imponiendo su modo de vida a países con contextos socio-culturales muy divergentes. Globalizar supone uniformizar y homogenizar el mercado, arrollando culturas autóctonas a las que ignoran y suplantan. Esos productos globalizados, en nada tienen en cuenta los matices peculiares de las distintas culturas en los que se venden, de modo que el sistema desemboca en un lamentable empobrecimiento cultural global.
Estando así las cosas, resulta evidente que sólo un hacer artesano puede hoy aun retener esa pluralidad de sensibilidades que existe y crear unos productos que tengan en cuenta las necesidades y los gustos de gentes y mercados minoritarios. Productos elaborados en series limitadas y realizados con materiales nobles. La «nobleza» que encierran esos materiales reside en su larga historia de fiel y fiable servicio al Hombre (con H mayúscula). La madera, el cristal, la cerámica o los metales básicos, son los materiales que permitieron la mayor y mejor parte del progreso de la cultura objetual humana. Esta nobleza queda hoy más resaltada por ser estas materias naturales, naturalmente renovables y reciclables. Materias que en ningún momento atentan contra el entorno: no generan polución, son reciclables y poseen unas cualidades estéticas y organolépticas que no encontramos en los materiales artificiales generados por los alquimistas de la sociedad industrial.
Hubo un tiempo en que se temía que los procesos productivos industriales fueran a relegar la artesanía a un nivel testimonial, vestigio del pasado, para recuerdos turísticos. No ha sido así, al contrario. La hipertrofia que ha alcanzado la producción industrial hace que se valoren cada vez más las cualidades que ofrece la elaboración artesana. Pero no solo es el público quien reclama productos más atentos a las expectativas particulares de un determinado mercado. También los diseñadores quisiéramos poder crear obras más exclusivas, menos seriadas y masificadas, pensadas para un público más específico y próximo. Una línea de colaboración entre el mundo del diseño y la artesanía es posible y deseable. Ha de permitir ofrecer objetos más cercanos, más certeros, aquellos que el mercado espera. Objetos útiles, de carácter contemporáneo que no se regirían por las duras leyes homogeneizadoras del sistema, sino que tendrían en cuenta la diversidad de las sensibilidades que hoy coexisten.
La colaboración entre artesanos y diseñadores parece pues muy coherente. Una colaboración en la que cada parte pueda aportar su talento:
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El artesano su perfecto dominio de un oficio que le permite realizar obras sólo posibles mediante técnicas y materias que la industria no domina.
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El diseñador, su capacidad para detectar en las cosas más cotidianas, aquellos aspectos que aun pueden mejorarse e imaginar el modo y las formas para lograrlo.
La colaboración entre artesanía y diseño sería pues, un modo de relacionar el «saber hacer» con el «saber qué hacer».
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