¡Puta! ¡¿Qué c… dices, cabrón de m…?!
La provocación y la vulgaridad: el Mr. Hide de las reflexiones sobre el diseño.
AutorVictor Garcia Seguidores: 188
EdiciónLuz Del Carmen A. Vilchis Esquivel Seguidores: 168
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Sepa disculpar, respetable público, esta grosera, aunque inevitable y hasta necesaria irrupción en la sosegada y rutinaria intimidad de vuestra atenta lectura frente a la pantalla de la computadora; pero ya que tengo vuestra deferente y estupefacta atención, aguardando el próximo exabrupto con la respiración contenida, pasaré presto a hablarles de las maravillosas e inefables ocurrencias que giran vertiginosamente alrededor de mi propio ombligo mondo y lirondo. Y no hagan tantos aspavientos por tan poca cosa, ¿o acaso ustedes nunca dicen cosas así? Reconózcanme además que una buena puteada de vez en cuando no hace mal a nadie y libera endorfinas… o anfetaminas... ¿era crotoxinas?... ¿pitufinas?... no sé, algo liberaba, ¿o sería acaso que «esclavizaba»? No importa, son detalles despreciables, no se me pongan tan puntillosos. Y si no me disculpan, me importa un c… ¡igual se me quedan ahí quietecitos y siguen leyendo sin chistar! ¡Qué jo…!
Esto es poco más o menos lo que decodificamos cada vez que algún descolgado puesto a provocador espontáneo o profesional, a quien se le han agotado penosamente sus modestos argumentos, y perdida irremisiblemente la batalla en el terreno de las ideas, decide sacar a relucir su más florido vocabulario lumpen, apelando a los más recónditos prejuicios, discriminaciones y resentimientos varios de clase, edad o nacionalidad, en sus descomedidas opiniones acerca —o a pesar— de los artículos, los autores u otro cualesquiera opinante que haya tenido la malhadada idea de contradecirlo, pensando que estaba interactuando con un colega con alguna mínima sensibilidad intelectual, en un ámbito profesional propicio para las discusiones acerca del diseño.
Por supuesto que el título es una parodia levemente —sólo «levemente»– exagerada, aunque desafortunadamente no muy lejana de la realidad de algunas intervenciones en este foro y posiblemente premonitoria si dejamos que la intolerancia y la torpeza dialéctica reemplacen a las argumentaciones. Este tipo de situaciones de violencia verbal en que se emplean algunas de esas palabras, ocurren cada vez con mayor frecuencia, alentadas por la falta de consecuencias de ninguna naturaleza para el eventual provocador o agresor verbal: si chicanea o insulta, es gratis, pues nada le sucede. El sujeto puede así desinhibido —¿desatado?— decir impunemente lo que le venga en gana, p. ej. que todos los ciudadanos de X nacionalidad son «una mierda» (sic) —esto efectivamente aconteció en un comentario efectuado recientemente en este foro—; o descalificar por presunta senilidad mental, por juventud, porque no le gusta tu cara, porque ese día se levantó con el pie izquierdo o porque simplemente es un mal llevado…
Desposeído de toda urbanidad y habitado por los demonios de la torpeza irredenta o la vindicta desbocada, el individuo así, mal predispuesto, convierte cualquier discusión conceptual, teórica, práctica o metodológica en una cuestión personal y procede a atacar a las personas, no discute las ideas; con intervenciones incoherentes, confusas y destempladas, vulgariza y anula cualquier tema puntual que se esté tratando en ese momento, desviando la atención y el foco de discusión del asunto en cuestión, hacia un lugar donde caben sólo dos opciones: descender a su nivel e insultarlo igual y recíprocamente, con lo cual habrá logrado su cometido de llevarnos a su propio campo de degradación argumental: la lucha en el barro; o ignorarlo —lo racionalmente aconsejable, para no perder nuestra condición de humana racionalidad—. Lo que igualmente no es gratuito, pues obliga a un doble ejercicio: autocensurarse y callar para no contribuir a incrementar la miseria argumental instalada por el sujeto; y tragarse la indignación en relativa soledad, ante la indiferencia colectiva, matizada por alguna que otra honrosa excepción solidaria aislada. De modo que, el energúmeno se saca el gusto. Los otros, «agua y ajo».
¿Dónde termina la libertad de un energúmeno y empieza la de los otros?
Una medida prudente para morigerar estas conductas de distracción auto-referencial, podría ser que todos los que frecuentamos este foro estuviéramos sujetos a una regulación establecida y clara, que impidiese que tales abusos fueran proferidos sin las condignas consecuencias. Los foros y las redes sociales cuentan con recursos que garantizan un mínimo de interacción responsable entre los individuos que las integran dentro de sus respectivas comunidades, de manera que no habría nada que inventar. Copio el principio de una norma tomada al azar del foro de una empresa europea:
[El suscriptor] «Acuerda no enviar ningún contenido abusivo, obsceno, vulgar, difamatorio, indecente, amenazante, sexual o cualquier otro material que pueda violar cualquier ley de su país, el país donde «XXX» está instalado o Leyes Internacionales. Hacer eso provocará que sea inmediata y permanentemente expulsado y, si lo creemos oportuno, con notificación a su Proveedor de Servicios de Internet...».
Algo así como: «El que las hace, las paga». No parece descabellado. Es más: suena perfectamente aceptable como principio liminar de interacción en una comunidad cuyo primer objetivo declarado es la reflexión. Sin embargo, este foro se ha manifestado invariable y públicamente contrario a adoptar medidas coercitivas aún en los casos de flagrante insulto colectivo, como el citado arriba, aspirando a la autorregulación del espacio —esto es que los mismos participantes logremos desarrollar nuestros propios anticuerpos colectivos contra los energúmenos—: y también descartan la idea de actuar como moderadores, confiando en una suerte de responsabilidad comunitaria ideal, sin embargo, la realidad demuestra que los insultados usualmente deben callar y los agresores se salen con la suya, en lo que parece una interpretación libérrima de los derechos y garantías individuales. Toda sociedad organizada necesita un marco de convivencia que obre de contrato colectivo, para garantizar la calidad de esa convivencia. De otro modo, privará la ley de la jungla.
¿Hay algo que podamos hacer?
Tal vez, sí, valdría la pena al menos pensarlo. Por supuesto que lo que expongo es nada más una opinión, al asistir indignado a situaciones como las descriptas; como tal, puede o no ser compartida por los circunstantes. Tampoco es mi intención cuestionar las intenciones de la política de autorregulación asumida por este foro, que doy por descontado que serán las mejores y estarán inspiradas en los presupuestos de madurez necesarios en una comunidad profesional que se pretenda reflexiva y civilizada, pero como toda decisión basada en supuestos, si éstos no se cumplen o dejan sin resguardo al abusado, siempre cabe la posibilidad —y abrigo la esperanza— de que sea reconsiderada.
En tanto no ocurra un cambio radical en las conductas individuales, que nos inhiba de las agresiones personales o se produzca alguna eventual revisión de esa permisiva política de uso de este espacio, habrá que seguir soportando que cualquier participante logre sus «warholianos» 15 minutos, pero no precisamente deslumbrando con su inteligencia ni su calidad reflexiva ni sus recursos creativos, sino por «virtud» de los dudosos méritos de sus provocaciones, insultos y picardías ramplonas. En todo caso, si las conductas de regulación quedan exclusivamente libradas a la reacción colectiva, como es el caso en la actualidad, no parece ocioso reflexionar sobre este asunto que nos involucra de hecho a todos los circunstantes, así podemos también pensar colectivamente si debiéramos aceptar pasivamente esos desbordes y, en un plano más general, en qué tipo de sociedad y comunidad profesional queremos (con)vivir.
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