De frente, al lado y hasta en contra del diseño social

El diseño industrial, como todas las disciplinas, se ha visto influenciado por numerosas tendencias que lo permean. Ahora, parido por la misma Pacha Mama, aparece el diseño social.

Jaime Vega, autor AutorJaime Vega Seguidores: 10

Mario Balcázar, editor EdiciónMario Balcázar Seguidores: 617

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Desde mucho tiempo el diseño industrial, como todas las disciplinas, se ha visto influenciado por numerosas tendencias que lo permean y afectan el conjunto de conocimientos, los medios de los cuales nos servimos, los lenguajes con los que nos comunicamos y muy especialmente, los principios de acción que dirigen nuestra labor. Es innegable el impacto de dichas influencias para nosotros, los diseñadores industriales.

Durante los años noventa, muchos títulos nacidos de la entonces nueva tendencia de la competitividad aparecieron en los libros de diseño. Cada uno de esos ellos emergieron de áreas económicas, políticas o administrativas. Muchos diseñadores levantaron banderitas que les hacían perder la verdadera perspectiva de nuestra profesión —somos diseñadores—. Desde el mundo industrial, es decir, en el contexto laboral, se espera del diseñador las respuestas que nosotros debemos ofrecer y que correspondan a eso que sabemos hacer mejor que ningún otro. Para ilustrar este punto vale la pena utilizar la figura del médico y el abogado, dos profesiones claramente definidas. En el caso del médico la sociedad le pide curar valiéndose de su campo del saber, de los métodos y técnicas que les son propios y que ha construido a lo largo de su formación. Asímismo al abogado se le pide litigar, valiéndose del conjunto de conocimientos referidos a las leyes, decretos y todas aquellas reglamentaciones que rigen las transacciones legales en una sociedad. A nosotros, los diseñadores industriales se nos pide concebir objetos e imágenes. Los conocimientos anexos nos permiten una visión más amplia de nuestro objetivo, pero nunca podrán suplantar nuestra función esencial: diseñar.

En su momento tendencias como: el Just In Time, la Calidad Total, la Gerencia Estratégica y la Reingeniería, permearon nuestra disciplina. Ahora del tercer mundo nace como héroe parido por la mismísima pacha mama, el Diseño Social; una hermosa escuela que habla del bien que nosotros, los diseñadores, podemos hacer con nuestras creaciones, dejando a un lado el egoísmo desarrollado por el consumismo. El diseño social se apropia de valores provenientes de medios económicos tales como: la eco-responsabilidad, la sostenibilidad, la sustentabilidad y adjunta a la receta, el novedoso beneficio social. El diseño social aparece entonces, entre sonidos de bareque y tambores afrolatinoamericanos, como escuela que estigmatiza de alguna manera la industria. Una respuesta contundente al hecho de que durante el siglo anterior la diabólica industria explotó de manera ininterrumpida —y muchas veces inescrupulosa— los recursos no renovables del planeta, vendiendo —o mejor, nosotros comprando— una forma de vida que nos hace dependientes de un sistema económico que únicamente beneficia y alimenta al mismo corrupto y egoísta sistema. Sistema que además no ve el futuro de nuestro ambiente económico, ecológico, productivo y social en un horizonte superior a 10 años o 10 kilómetros.

Ahora bien, me pregunto, ¿qué habrían dicho Alfred P. Sloan Jr. y Bernard London si se les pusiera encima la contaminación y destrucción de miles de ecosistemas en el planeta entero y el cambio climático? En 1924 Sloan postuló por primera vez una forma de llevar anualmente a casa de cada comprador un nuevo modelo de auto, definiendo una depreciación en los primeros modelos y la no eternización de los automóviles. De esta forma al interior de General Motors se empezó a hablar de los autos del año. ¿Qué habría respondido Bernard London que en 1932, en plena crisis económica, desarrolló ese gran monstruo llamado obsolescencia programada? Creo, muy sinceramente, que Sloan y London habrían replanteado sus posiciones.

Ahora bien, no trato de defender la condición transgresiva de dicha forma económica; ni pretendo justificar lo injustificable. Sin embargo, la escuela del diseño social nos pide a los hijos de esta hermosa profesión que busca traer belleza, confort y amabilidad a cada uno de los espacios artificiales de la vida del ser humano, que vinculemos los principios de eco-responsabilidad por encima de la productividad y la competitividad. En otras palabras, a nosotros los diseñadores nacidos y criados con ese apellido (industrial), creadores de formas, de tendencias, responsables del comportamiento del entorno artificial del hombre, la tendencia de diseño social nos demanda no pensar en nosotros sino en nuestro ambiente social. A primera vista suena hermoso pero... ¿dónde queda la industria? ¿Somos diseñadores industriales pero debemos despreciar la industria que nos dio vida, de la cual somos parte?

De acuerdo con Víctor Margolin el diseño social se plantea en la perspectiva de una actividad profesional y económica, por eso no debería enmarcarse en el mundo de la caridad ni del trabajo voluntario, sino que debe ser vista como una contribución profesional que ha de tenerse en cuenta en el desarrollo económico local.1

¿Dónde está ahora el problema? Actualmente la internacionalización de la economía abrió las puertas a componentes antes desconocidos. Los procesos de creación y desarrollo, fabricación y comercialización han vencido varias de las antiguas restricciones y límites referidos a la geografía y política. Si la industria actual se dirige hacia el exterior, el diseño social mira el entorno social cercano. Quiero agregar a la receta que cualquier profesión «Social», implica inevitablemente un acto de voluntario y gratuito (así los teóricos de esta disciplina no estén de acuerdo); es la democratización del talento creativo y es allí donde nace mi inconformismo. Es un hecho de que durante años, inmersos en una economía basada en el consumo de nuestros recursos no renovables, peleábamos por la dignificación de nuestra profesión; una campaña de educación que logró hacer que la palabra «diseño» se hiciera popular, que la palabra «ergonomía» se volviese moneda de cambio en los medios de ventas y marketing; que los diseñadores salieran de ser ese gueto subnormal del mundo corporativo. Dicho proceso costó salarios (nunca pagos), excelentes proyectos, pasantes que nunca vieron un centavo en retribución; en otras palabras, explotación inescrupulosa del talento creativo. Nuestra profesión requirió de mucho esfuerzo para ser reconocida. ¿Tanto se luchó para que ahora nos digan que debemos ejercerla socialmente? Curiosamente esta tendencia arraigada en formas afrolatinomericanas, realiza una llamada de tribu a la cual me dirijo con precaución. Es claro que el diseño social llena espacios que la industria no puede o no quiere suplir, ¿pero acaso la sociedad y la industria no son parte del mismo ecosistema?

Ahora, como diseñador industrial, concluyo en que no tengo por qué regalar mi trabajo, ni ser el salvador de una sociedad completa. Dichas decisiones no nos corresponden exclusivamente a nosotros. Esto debe partir de otras fuentes: la política-social, la economía-social, la social-democracia, pero no desde nosotros, tratando de salvar el mundo, pedaleando solos y además gratuitamente. No afirmo que no seamos parte del cambio; tenemos que serlo, pero es necesario dimensionar nuestras capacidades y el verdadero alcance de nuestra profesión. Debemos, creo yo, trabajar en comunión con un tipo de industria que, activamente, desarrolla planes a nivel social, eco-sostenibles, sustentables y rentables.

Nosotros, los malamados hippies del mundo corporativo, nos quedamos con un pie en la industria y el otro en la sociedad. Hoy día se nos pide a trabajar socialmente y echarnos a cuestas toda responsabilidad, la responsabilidad de ayudar en la salvación del mundo. Pues no sabemos si el diseño puede salvarlo, lo es seguro es que el mundo no se salvará si no se diseña.

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  1. Fuente Wikipedia
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