Primeras manifestaciones tipográficas en la Córdoba colonial (1764-1767)
Una charla de café a principios de 2014 fue disparadora de una investigación sobre el pasado del oficio tipográfico en la ciudad de Córdoba, Argentina.
AutorDaniel Silverman Seguidores: 52
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En una ocasión informal, el diseñador Pablo Metrebián recordó que en 2016 iban a cumplirse 250 años del primer libro impreso en la ciudad de Córdoba (Argentina); un acontecimiento que le preocupaba que pasara desapercibido. Su preocupación estaba fundamentada, ya que ese hito era prácticamente desconocido por la mayoría de nuestros colegas diseñadores. Por otra parte, los planes de estudio que forman a los diseñadores gráficos cordobeses están atravesados por un marcado eurocentrismo, lo que implica que a menudo los hechos históricos locales no sean estudiados.
Con Gustavo Cremonini pensamos en rescatar del olvido ese hecho extraordinario, abordándolo en nuestro trabajo final de la Licenciatura en Diseño Gráfico. Para comprender su magnitud debe considerarse que en el siglo XVIII la imprenta requería un técnico muy especializado para operarla. Además de las habilidades para componer e imprimir sus páginas, el impresor debía conocer de metalurgia para fundir sus tipos, de mecánica para mantener la prensa y de química para estabilizar las tintas. Obviamente debía dominar el latín, el castellano e incluso lenguas indígenas. Por esa compleja formación que se requería, no era fácil conseguir un impresor en aquella época.
Tener una imprenta tampoco era sencillo, ya que se trataba de tecnología de punta de aquel entonces, la más avanzada en materia de difusión del conocimiento; el equivalente a un satélite de telecomunicaciones contemporáneo. Por otra parte, los mecanismos de control impuestos por la Iglesia y la Corona Española impedían que esa tecnología cayera en manos de impresores dispuestos a difundir la doctrina protestante y las ideas contrarias a la monarquía. A pesar de todo, hacia 1764 los jesuitas trajeron al Colegio Monserrat de Córdoba desde Europa la primera imprenta: una prensa manual, de madera y de casi una tonelada de peso. Un año después consiguieron una licencia para imprimir firmada por el Virrey del Perú, que era necesaria para iniciar la producción, la cual fue muy breve, abortada por la expulsión de los jesuitas en 1767. Esta prensa quedó desmantelada hasta que en 1779 fue comprada por el Virrey Vértiz para establecer la Real Imprenta de Niños Expósitos en Buenos Aires.
Para cuando llegó la prensa, Córdoba era apenas una aldea en los confines del Virreinato del Perú, muy alejada de Lima, la capital virreinal. La ciudad tenía escasa importancia salvo por un detalle: contaba con una universidad de gran prestigio. Esto es importante porque, a diferencia de lo que ocurrió en otras regiones, la prensa monserratense se compró para auxiliar a la educación superior y no para evangelizar. La llegada de esa imprenta fue un hecho extraordinario, no solo por las dificultades citadas, sino porque señala el momento germinal del Diseño Gráfico en Córdoba, un hecho que ocurrió hace 250 años y estuvo vinculado al oficio tipográfico con fines didácticos.
Esta es una afirmación controversial, porque cuestiona el paradigma con el que nos educamos y que establece que recién se puede hablar de diseño (en su concepción actual) a partir de la Escuela de Ulm y a mediados del siglo XX. Sin embargo, cuando comenzamos a investigar la producción del taller del Monserrat percibimos que la tarea del padre impresor era muy similar a la de un diseñador editorial contemporáneo. Esto que comenzó como un parecer, pronto mutó en adhesión a una corriente de investigación que remonta la definición de la profesión (no del término) del Diseño Gráfico a períodos muy anteriores; particularmente y en el caso de América Hispana, al período colonial. Es una postura con mucha aceptación en países con una fuerte raigambre colonial y precolombina como México y Perú, sostenida por los aportes de investigadores de la talla de Philip Megss, Marina Garone y Fabio Ares. A estos dos últimos y a Patricio Gatti, experto en prensas antiguas, les agradecemos su guía y observaciones siempre pertinentes.
En el contexto descripto, la imprenta monserratense dio a luz en 1766 el primer libro impreso y diseñado en Córdoba: el Laudationes Quinque. Esta joya de la bibliografía hispanoamericana reproduce cinco discursos que alaban la figura de Duarte y Quirós, fundador del Colegio Monserrat en el cual vivían los alumnos de la Universidad y donde funcionó la prensa. Tras consultar las fuentes históricas realizamos un trabajo de campo que incluyó el reconocimiento del antiguo taller para verificar las condiciones ambientales, las dimensiones espaciales y para hacer un relevamiento fotográfico del local. Al mismo tiempo comenzamos el análisis morfológico y tipográfico de un facsímil del citado libro, porque los dos ejemplares originales con que contaba la ciudad han desaparecido. En ese mismo año el taller imprimió la Pastoral del Arzobispo de París, un Manual de Exercicios Espirituales y las Reglas y Constituciones del Monserrat, aunque el origen cordobés de esta última obra ha sido cuestionado.
¿Por qué estudiar un libro antiguo? En primer lugar, porque conocer el patrimonio cultural es fundamental para protegerlo. En segundo lugar, porque indagar en la historia de nuestra disciplina enriquece nuestra cultura visual y aporta solidez y fundamento a nuestras decisiones profesionales. Es algo parecido a lo que le ocurre a un chef: mientras más ingredientes tenga a su disposición, más amplio y variado será su repertorio de recetas. De manera similar, el diseñador que ha cultivado su cultura visual puede ser más creativo y efectivo, evitando repetirse en sus propuestas. En resumen, estudiar las soluciones de diseño del pasado nos ayuda a diseñar mejor en el presente.
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