Educación para la vida, educación para el diseño
Reflexiones en torno al derecho a una educación de calidad y apropiada, que permita enfrentar los retos del futuro desde una perspectiva amplia, aunque siempre vinculada al diseño.
AutorJuan Carlos Darias Seguidores: 96
Nada más trascendental, nada más importante que la educación y el derecho a recibirla además de manera apropiada, sin restricciones, sin imposiciones; una educación de calidad, libre, amplia y universal. Los procesos de aprendizaje son técnicas para educar, técnicas que pueden ser usadas para bien o para mal, para formar, pero muchas veces también para deformar. Ejemplo de ello lo tenemos en los miles de videojuegos que se venden y comercializan sin prohibiciones, juegos que en vez de trasmitir valores vinculados a la vida y el respeto a la misma, muestran el asesinato y la muerte como una manera de ganar «puntos» o de obtener «recompensas» sin más ni más; contenidos que son presentados a millones de niños y jóvenes sin ningún tipo de orientación o supervisión. Es también evidente la distorsión que generan los medios de comunicación, la publicidad y la industria del cine (no todos por supuesto, buenos medios, buena publicidad y buen cine también hay) que presentan contenidos banales, estériles, violentos y superficiales; todo esto además se muestra casi siempre con bombos, fuegos artificiales y los mejores efectos especiales.
Se les enseña a nuestros jóvenes una realidad virtual que tiene como principales valores el ego, la apariencia y el consumismo irresponsable; lo que ha conducido a problemas de salud mental y física como los generados por la anorexia, la bulimia o la obesidad. Para colmo el sistema educativo en general —en todos los países, pero muy especialmente en aquellos autodenominados como desarrollados—, esta bajando a niveles de calidad en los que la mediocridad y la apatía galopantes son los principales protagonistas. Los estudiantes de ahora desconocen a sus héroes y por lo tanto la historia, la geografía y particularidades de sus propias naciones. Ni hablar de la falta de gusto por la lectura —pensar en literatura es misión imposible—. Todo se ha reducido a programas que presentan resúmenes (por cierto, casi siempre ridículos) que se constituyen en un saber superficial, generalmente adquirido para presentar un examen que permita al estudiante continuar en el mismo y más que perverso sistema formativo.
Por otro lado es absolutamente inaudito que en la mayoría de los países pobres, en la mayoría de nuestros países, el presupuesto para gasto militar o compra de armamento sea mucho —pero mucho— mayor que el destinado a la educación. Síntoma doloroso y negativo del mundo bizarro en el que vivimos; un mundo en el que interesan más los pingües negocios que se realizan entre naciones ricas (seguramente entre otras cosas gracias al comercio de armamento) y pobres, consumidas no solo por la ignorancia, sino también por la corrupción y la delincuencia, que al fin y al cabo no son más que problemas de formación, de educación. ¿Cuándo veremos un despertar en este sentido? ¿Por qué no aprender de experiencias educativas exitosas?
En el medio publicitario y de la comunicación visual tenemos los maravillosos ejemplos. Uno de ellos es la campaña visual y concientizadora promovida por la asociación para la defensa de la naturaleza World Wildlife Found (mejor conocida por su sigla WWF), que muestra de manera explícita y creativa los desastres ecológicos y ambientales cometidos, sobre todo, por la voracidad del mundo industrializado; desastres que están llegando a afectar el clima mundial y por lo tanto la sobrevivencia misma del medio ambiente, lo cual nos afecta a todos. ¿Se imaginan que pasaría si usáramos las maravillosas herramientas creativas del diseño para ayudar a la educación? Solo pensar en la extraordinaria calidad, excelencia visual y formal con que podrían ser tratados los contenidos da píe para tener esperanzas.
Otro ejemplo espectacular de formación de alto nivel dirigida a todos los jóvenes sin exclusiones y que debería ser tomada en cuenta aún no siendo parte del entorno del diseño, más si de la educación, es la que representa la Fundación del Estado para el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, denominada simplemente como «El Sistema», fundado por el músico venezolano José Antonio Abreu a mediados de los años setenta y que hoy en día agrupa a más de 385.000 niños y jóvenes en Venezuela y el mundo, replicado hasta el momento en más de 25 países. El sistema se presenta en giras alrededor del planeta y ha sido reconocido con decenas de premios y distinciones por instituciones como la UNESCO. En su haber tiene el ser responsable de la formación de verdaderos genios musicales como el joven venezolano Gustavo Dudamel, hoy en día director musical de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, en Estados Unidos, y actualmente entre los directores de música clásica más aclamados y reconocidos del mundo. Hace no mucho mostré en mi muro en el facebook una fotografía difundida por unos amigos en la que se presenta el siguiente mensaje pintado en una anónima pared en la calle:
«Si hubiera más escuelas de música que militares por las calles, habría más guitarras y más artistas que asesinos».
Nada mas cierto. Ojalá este mensaje calara profundamente en la conciencia de nuestros dirigentes y se generara un cambio profundo en torno a la idea que se tiene sobre el valor de la educación y su trascendencia, sobre todo desde las posibilidades del Estado. Ojalá también y pudiéramos replicar desde el entorno de la educación para el diseño experiencias como la del «Sistema».
En Latinoamérica y muy específicamente en Venezuela, la masificación que ha sufrido la oferta de enseñanza de diseño está, sin dudas, contribuyendo a desmejorar la calidad en los niveles de formación, cosa que se hace en muchas instancias académicas desde la más total, absoluta, irresponsable y soberbia actitud, con docentes y profesores sin preparación alguna para el diseño, la gran mayoría de las veces venidos de otras áreas, de otras disciplinas, algunos de ellos enseñando a diseñar ¡sin haber diseñado en su vida! Y para colmo desde este estado de cosas se pretende ampliar la oferta a posgrados y diplomados, lo que parece indicar lamentablemente, que la formación de diseñadores se ha convertido en un buen negocio. Sin embargo no se trata simplemente de cuestionar la educación del diseño desde el recinto universitario —excelentes y muy respetables experiencias existen—, se trata de cuestionar el fondo del sistema o mejor dicho la falta en general de un «sistema para el diseño» ideado para formar diseñadores en los que se reconozca el talento y la creatividad de los «oficiantes», los diseñadores, y estos sean insertados en un plan de diseño, creado para la preparación idónea de nuevos profesionales de la comunicación visual y áreas afines.
Por otro lado es importante revisar y nutrirse de otras experiencias como las de pequeñas «escuelas o institutos» de diseño alternativos, que gozan indiscutiblemente de gran prestigio y aceptación (caso de Venezuela), quizás por representar un modelo de formación de carácter experimental y por lo tanto libre, que constantemente se está autoevaluando y revisando, y en el que casi invariablemente dan clases profesionales del diseño de renombre y reconocida experiencia, sin estar esto además determinado o limitado por su nivel de preparación «académico», lo que desde una perspectiva pragmática resulta fundamental. En mi humilde opinión estás instituciones se encuentran en sintonía con líneas de pensamiento y reflexión como la que aporta el visionario del diseño suizo alemán Wolfgang Weingart (que redescubrí gracias a mi amigo y colega mexicano Francisco Calles) quien dice lo siguiente:
«Para mí, ‘escuela’ es una institución que a través de cierto programa de enseñanza, pretende aclarar una determinada información. Esta información es, en esencia, independiente de las exigencias concretas hechas por criterios profesionales existentes. Los programas de enseñanza están abiertos, pero no dependen de preconceptos. El contenido del programa se elige y desarrolla constantemente en la escuela. Es importante que el término ‘escuela’ conserve un carácter experimental. A los alumnos no debería transmitírseles conocimientos o valores inapelables, sino brindarles la oportunidad de buscar por sí mismos esos conocimientos y valores, desarrollarlos y aprender a aplicarlos».
El derecho universal a la educación debe estar sin dudas orientado a generar las condiciones adecuadas que hagan posible a los niños y jóvenes del planeta entero, tener acceso a una buena formación, en todos los aspectos —eso desde luego incluye al entorno del diseño y la comunicación visual—, como para que esta les permita estar preparados para enfrentar el mundo del futuro con las herramientas, habilidades y conocimientos adquiridos. Sabemos bien que esta declaratoria es de momento solo un deseo, una buena intención. Las condiciones educativas en los países pobres, nuestros países, son terribles; miles las carencias y distorsiones, pero si entre todos ponemos atención al problema y nos avocamos a contribuir desde donde nos encontramos a aportar nuestro granito de arena de manera que esta acción permita, por lo menos, mantener la esperanza cierta de la posibilidad de crear un mundo mejor, en el que no existan niños sin educación ni jóvenes sin formación para el trabajo, habremos entonces contribuido a la construcción definitiva de un lugar común más justo, más feliz; un mundo que deje de ser un sitio de dificultades para transformarse sencillamente en nuestro hogar.
Desde mi personal punto de vista abogo por un mundo en el que existan más escuelas de diseño que militares y malos políticos por las calles, un mundo con más carteles, más libros, más publicaciones y por lo tanto más educación; en definitiva un mundo con más diseñadores que delincuentes y asesinos.
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