La teoría del diseño está más allá del oficio

La reflexión académica sobre diseño implica el manejo de unos saberes y el establecimiento de unos objetivos muy diferentes de los que necesita el diseñador para su tarea diaria.

Carlos Carpintero, autor AutorCarlos Carpintero Seguidores: 76

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No es necesaria otra explicación crítica, detallada y compleja sobre el concepto «Diseño Gráfico». Por ello, porque no es necesaria ni tiene una utilidad concreta ni inmediata, me parece importante desarrollarla.

Este artículo es necesariamente breve. Pero merece una indagación más extensa, generosa, abundante en ejemplos y metáforas explicativas. Quedará para otra oportunidad. Puede resumirse en una de frase: el Diseño Gráfico en tanto oficio se constituye en el obrar, pero encuentra la justificación de su ingreso a la Academia como condición de posibilidad para la reflexión sobre lo que está más allá de las consecuencias inmediatas de ese obrar.

No se puede definir qué se entiende por Diseño Gráfico1 sin una diferenciación de dos actividades que coinciden bajo esa denominación. Diseño Gráfico, en principio, es el nombre de un oficio. Los oficios pueden aprenderse en un taller o una escuela de oficios, en los que prevalece el obrar, la factura, la realización. El maestro le enseña al discípulo. El discípulo repite lo aprendido, una, dos, mil veces. Así conoce el oficio.

Aprender un oficio entonces es similar a la concepción japonesa2 sobre el aprendizaje. Repetir para aprehender. No se conoce algo hasta que no ha sido aprehendido, hecho propio, a través de la repetición de una acción que parece infinita. No se trata de una repetición en la que necesariamente se comprende el fin3 de hacer una y otra vez lo mismo. En otras palabras, no es una repetición reflexiva, sino solamente un tipo de acontecimiento que permite aproximarse a otro acontecimiento, eso que la abstracción denomina un objeto.

Un oficio, entonces, deviene o es una consecuencia necesaria de una repetición no necesariamente reflexiva. Por ello, el saber vinculado a un oficio es intransferible. El Diseño Gráfico, en un aspecto entonces, es un oficio. Un saber, un dominio, un conjunto de conocimientos que se pueden aprender en su realización práctica. Se aprende a diseñar diseñando, como se aprende a dibujar dibujando, a ejecutar un instrumento musical con la práctica, a escribir se aprende escribiendo y a cocinar, cocinando4.

Pero el oficio de diseñar, como el oficio de dibujar, hacer vasijas, escribir o cocinar, no permite la revolución de sí mismo si no vuelve la mirada hacia la abstracción de lo que se realiza y lo realizado. La reflexión es la condición necesaria de la revolución5.

Este es otro aspecto del Diseño Gráfico: el de la reflexión. Como oficio, el Diseño Gráfico no necesita de la Academia. No hace falta entrar en una universidad para aprender a diseñar. Pero la reflexión sobre el Diseño no puede ser realizada desde el Diseño como oficio, porque los oficios son miopes en lo que se refiere a las consecuencias sociales extensas de su obrar. La mayoría de los diseñadores gráficos no reflexionan sobre Diseño. Entre otras cosas, porque no hace falta reflexionar sobre Diseño para diseñar. De hecho, de entre los mejores diseñadores gráficos que he conocido, ninguno reflexiona sobre Diseño.

Además, aunque quisieran, no podrían, porque no saben cómo. Si supieran cómo, no entenderían el por qué ni el para qué. No pueden reconocer tampoco el valor de la reflexión sobre Diseño cuando el azar o la obligación les impone cruzarse con ella. No la reconocen porque la reflexión no participa de su mundo de efectos-efectuados gracias a la sapiencia del oficio.

Se puede afirmar que hacer Diseño es, en cierta forma, teorizar sobre Diseño. Pero en ese caso, la teorización se limita a una dimensión instrumental. Como se dice habitualmente en el espacio de la doxa: se trata de una «teoría aplicable a la práctica». Esa es una de las formas de la teoría, la teoría «útil» para la resolución de problemas reales, concretos, puntuales. En este sentido, la teoría valorable sería aquella que puede legitimarse a sí misma a través de la mostración de «casos de éxito». La teoría como una herramienta, como una llave. La teoría que propongo es la que hace preguntas difíciles sin aplicación instrumental inmediata. La urgencia de lo cotidiano no es el espacio más productivo para la reflexión, para el volverse sobre sí. La medicina tiene otros espacios más allá de la sala de guardia de un hospital.

Para reflexionar sobre Diseño hay que ir a la universidad. En la universidad se aprenden saberes que no se aprenden en el taller del oficial, cosas que no sabe el artesano, que no le importan al diseñador en el día a día y que no lo harán diseñar mejor. Por ejemplo, la reflexión académica permite elaborar temas complejos como el Diseño en tanto agente de control social, como práctica significante, como participante de políticas públicas orientadas al desarrollo, el Diseño como espacio de lucha de significaciones, como arena de lidia de discursos hegemónicos y contradiscursos, como ente que visibiliza a otros entes, el Diseño como dominio de lo ideológico, etc. En la universidad se puede conocer y aprender sobre las posibilidades de subvertir órdenes y revolucionar el estado de las cosas, revolucionando el Diseño mismo.

Preguntas

Ud. dice que no hace falta entrar a la universidad para aprender a diseñar; que no hace falta reflexionar sobre diseño para diseñar y que para reflexionar sobre diseño sí hay que ir a la universidad. De acuerdo con esto ¿sería entonces un error mantener las actuales carreras de diseño donde los estudiantes acuden mayoritariamente para aprender el oficio?

Yo no creo que los estudiantes acudan a la universidad para aprender el oficio. Primero, porque salvo escasas excepciones, quien ingresa para estudiar Diseño en la universidad a los 17 o 18 años no tiene idea sobre lo que significa diseñar. Mucho menos, lo que significa el oficio del diseño.

Pienso que los estudiantes que ingresan a la universidad tampoco saben qué es la universidad, qué significa socialmente, cuáles son (o deberían ser) sus roles, etc. Pero no tienen por qué saberlo, es algo que irán aprendiendo de a poco.

Por otra parte, efectivamente considero un desperdicio (cuando pensamos en la educación pública) que una carrera de Diseño a nivel universitario pueda darse el lujo de no vincular al estudiante con los grandes debates sobre el hacer que escapan a lo inmediato e instrumental. No solamente me parece perder una oportunidad importante de generar conciencia ciudadana y responsabilidad social, sino que me resulta moralmente condenable. ¡Carajo, alguien que sale de la universidad pública debería saber que se ha graduado para elaborar problemas y formular preguntas incómodas, y no apenas para resolver problemas y tener todas las respuestas! Cuando hablamos de la formación universitaria arancelada, a la que a veces concurren los hijos de las clases acomodadas para no incomodarse con la mugre de lo cotidiano, no me parece un error que lo teórico se limite a lo instrumental. Un excelente negocio en el que un cliente voluntariamente decide contratar servicios sin coerción de por medio nunca puede ser un error.

Es cierto que para reflexionar sobre diseño no hace falta dominar el oficio (a la manera de Roland Barthes que, sin ser modisto, hizo un agudo análisis sobre el sistema de la moda). Entonces ¿para el desarrollo de la reflexión sobre el diseño no sería más indicado incorporar su problemática a las carreras orientadas al análisis y estudio de los fenómenos comunicacionales, sociales y culturales?

Una cosa no quita la otra. Me parece importante, diría fundamental en el escenario actual, que un estudiante de Ciencias de la Comunicación o Sociología tenga mayor conocimiento sobre la especificidad del Diseño Gráfico. Así no confunde, por ejemplo, Diseño con Publicidad, ni trata de reducir uno de esos dominios en los términos de otro. Pero por los motivos que menciono en mi artículo, es importante que los diseñadores aprendan a jugar el juego de la academia. Que no es ni mejor ni peor que otros juegos del lenguaje. Algunos buenos profesionales del diseño a veces sufren malas experiencias por no comprender (o no acatar) las reglas del saber académico, que puede impresionar como una fortaleza basada en formalidades. Y no es así. La distancia entre la academia y el academicismo es la misma que existe entre la estética y el esteticismo.

¿Puede mencionar algún ejemplo conocido de revolución en el diseño, y cuál ha sido el aporte del pensamiento reflexivo en dicha revolución?

Tal vez vale una aclaración, para que el texto no quede como una vaga provocación. No hablo de revolución en el sentido de «cambio violento» en una disciplina sino en la definición más próxima a la usada en astronomía. Una revolución es el movimiento de un cuerpo a lo largo de una órbita completa, un movimiento que lo regresa al origen. Poder volver al origen, a las preguntas fundamentales, a los por qué, a las razones es lo que permite tomar un renovado impulso y avanzar.

Puedo mencionarle algunos cambios revolucionarios que en este momento estamos viviendo en lo que hace al diseño tipográfico, que es una de las áreas en las que mis conocimientos son menos precarios. Los latinoamericanos podemos hoy usar letras diseñadas por otros latinoamericanos. Esto es técnicamente posible desde hace escasos años. Posible, pero no suficiente. Desde el oficio, se pueden diseñar (aun con nuestra escasa tradición) tipos bellos y funcionales, como los que Ángel Koziupa y Alejandro Paul producen para la fundidora Sudtipos. Como disertante, como tipógrafo y como docente de posgrado en el taller de diseño tipográfico, Paul es una delicia.

Pero además de hacer buenas fuentes tipográficas, los estudiantes de una carrera de posgrado tienen que poder preguntarse sobre los sitios en donde meter la nariz como diseñador de tipos (ej: ¿puedo ayudar a que un niño sordomudo aprenda a leer con mayor facilidad?) pero también dónde no deberían meterse para no perjudicar. Por ejemplo, pensemos que desde una actitud bienintencionada y progresista, un diseñador puede considerar positivo desarrollar un alfabeto que represente fonemas característicos de lenguas de pueblos originarios que hasta el momento permanecen ágrafas.

Ahora bien: ¿cuáles son las potenciales consecuencias culturales de modificar los medios de registro del saber entre generaciones? El Diseño, desde el oficio, no puede responder estas preguntas. Y, por ejemplo, la antropología o la psicopedagogía no tomarán en cuenta ni remotamente los saberes del Diseño para construir hipótesis interpretativas.

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  1. Las explicaciones de diversos autores sobre la conveniencia o rigurosidad de denominar «Diseño de Comunicación Visual» a la disciplina que aquí llamo «Diseño Gráfico» no me parecen claras ni correctas. De todas maneras, como carrera universitaria en Argentina encontramos «Diseño Gráfico» (en la Universidad de Buenos Aires, Nacional de Misiones y Nacional de Cuyo), «Diseño en Comunicación Visual» (en la Universidad Nacional de La Plata), «Diseño y Comunicación Visual» (en la Universidad Nacional de Lanús), «Diseño Gráfico y Comunicación Visual» (en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales), por mencionar solamente unos ejemplos al azar.
  2. La referencia «orientalista» no tiene un espíritu new age. Durante mis estudios de posgrado en cultura visual japonesa, realizados en la Universidad Nacional de La Plata, he aprendido sobre esta interesante forma de considerar el sistema didáctico docente / conocimiento / estudiante, que reconoce influencias en el budismo.
  3. En el sentido filosófico de la palabra «fin», como sinónimo de fundamento, principio, razón.
  4. Esto, por supuesto, en nada anticipa ni garantiza las calidades resultantes de lo cocinado, lo dibujado, lo escrito ni la performance de lo diseñado.
  5. En el sentido de «movimiento transformador que vehiculiza un cambio de paradigma».
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