Reflexión y/vs./ó Tecnología

El pensamiento compelido a la acción es un oxímoron conceptual recurrente del ejercicio del diseño, en el que la acción suele ser condicionada y mediatizada por la tecnología.

Victor Garcia, autor AutorVictor Garcia Seguidores: 188

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Los tiempos cambian y las tecnologías se suceden unas a otras cada vez más vertiginosamente. Paradójicamente, los procesos de reflexión permanecen prácticamente inmutables. Acerca de estas cosas pretende indagar este artículo, a partir de un suceso, si se quiere, intrascendente, con la pretensión de pensar en voz alta acerca de urgencias y prioridades.

En la búsqueda de manifestar algunas inquietudes profesionales, redacté un texto que me dispuse a proponer a una publicación online. Ingresé al sitio, como lo había hecho en alguna oportunidad anterior, accedí al panel de edición de textos y… ¡nada!; me fue absolutamente imposible tipear o pegar mi texto en esa página. Intenté repetidamente, en diferentes ocasiones, con igual resultado. Lo curioso es que hacía poco lo había hecho con otro texto sin problemas; quedé perplejo, frustrado y con el texto imposibilitado de ingresar al sitio, proyecto que de este modo pasó rápidamente de la incubadora a terapia intensiva, sin escalas.

Reflexionar es humano… ¡Editar es divino!

El procedimiento habitual y tradicional —más o menos estandarizado— para una colaboración en cualquier publicación analógica permaneció inalterable durante centurias y sigue aún vigente para las publicaciones en papel en todo el mundo: un autor propone un texto, si está dentro de sus posibilidades, también puede aportar imágenes para ilustrarlo y la edición final corre por cuenta del departamento de diseño del editor. En este esquema, el autor rara vez suele tener opinión acerca de la puesta en página, que es asunto exclusivo del editor. En un escenario de creciente interacción virtual como el presente, era inevitable que en algún momento los métodos de producción intelectual convencionales de la época analógica requirieran una adecuación a los nuevos tiempos y soportes. De manera que, desde hace un tiempo, con la disponibilidad tecnológica de nuevas herramientas digitales, cada autor de algunas publicaciones digitales está en condiciones de editar parcial o totalmente su propio artículo online —una ventaja evidente si todo funciona bien— , quedando a cargo de los editores la facultad de supervisar detalles formales. Pero de tiempo en tiempo, los paneles de edición online son actualizados para ampliar la paleta de herramientas y se les agregan nuevas funciones, no siempre imprescindibles ni tampoco testeadas en profundidad, lo que ocasiona con cierta frecuencia imprevistas complicaciones con navegadores que antes no las tenían. Contratiempos de editor, que el autor analógico no tenía...

En el caso planteado, luego de consultar a los editores del sitio para descartar que estuviera haciendo algo incorrecto, el diagnóstico fue que, al parecer, mi versión de Firefox había quedado obsoleto de un día para el otro, al menos, para manejar las prestaciones del editor de texto online de ese sitio. Tenía sólo dos opciones: actualizar mi navegador o desistir de la publicación de mi texto.

Auto de Fe digital + La Era del Hielo analógica

Antes de someterme al juicio del Honorable Tribunal Cibernáutico, y por consejo de mi abogado, haré unas breves y sentidas declaraciones bajo juramento HiperTextual de decir la Verdad, pixel a quién pixel. ¡St. Jobs ilumine a sus Megabíticas Señorías!:

En mi desempeño como diseñador, uso exclusivamente compu desde hace más de dos décadas; siempre he disfrutado y me fascinaron las herramientas digitales y no he tenido problemas para incorporarme tiempo completo desde entonces a la escudería Mac; al contrario de lo experimentado por otros colegas de mi generación —Paleolítico, más o menos— a quiénes la era digital les produjo un pavor atávico y prefirieron seguir en la del Hielo, pintando bisontes y mamuts valiéndose de palitos con cerdas de oso atadas en un extremo, que siguieron humedeciendo conmovedoramente en pinturas preparadas con tintes vegetales, grasa de bestias diversas y variadas substancias minerales, en su afán de embellecer las paredes de sus cavernas.

Bisonte de Altamira, Paleolítico Superior, autor anónimo, 15.000-10.000 AC (a la izquierda). Bisonte tipográfico, fuente: «Ole Torero», pictotipos caligráficos. Diseño: Víctor García, 2004 (a la derecha).
Bisonte de Altamira, Paleolítico Superior, autor anónimo, 15.000-10.000 AC (a la izquierda). Bisonte tipográfico, fuente: «Ole Torero», pictotipos caligráficos. Diseño: Víctor García, 2004 (a la derecha).

El punto de inflexión de mi apasionado romance con la tecnología digital, se produjo cuando empecé a sentirme como el hámster con su ruedita: por más que me entrenara entusiastamente en cualquier programa, inmediatamente se lanzaba la nueva versión y debía «actualizar» mi neurona tecnológica. Esto implica que, gran parte de nuestro tiempo, destinado a resolver creativamente problemas propios de la profesión, se consuma en un constante reentrenamiento técnico-operativo; una manea de pensamiento enfocada exclusivamente en lo instrumental. Mi deslumbramiento inicial no desapareció ni mucho menos, simplemente se transformó en una emoción más profunda, que podríamos llamar «Amor Condicional».

Para completar esta declaración, confieso también ser algo rebelde a las imposiciones de cualquier naturaleza, sean éstas tecnológicas, culturales, ideológicas o evolucionistas. Luego, mi primera reacción fue reflexionar a la defensiva: ¿por qué debo actualizar un navegador para acceder a una prestación elemental a la que, hasta hace un rato, accedía sin problemas? Rogué, pataleé, imploré… y, finalmente, claudiqué: debía evolucionar para perpetuar la especie o resignarme a ser futuro espécimen de estudio para ulteriores paleontólogos del diseño.

Texto | Editar | Plantilla | B | I |… (acción y aventuras)

Mascullando un mantra basado en un florido y completísimo repertorio de obscenidades hacia «iGod», el Señor de las Tecnologías, sus fieles, acólitos y enfervorizados simpatizantes, descargué obedientemente una versión más reciente del Firefox —la más actual que permite mi sistema operativo, que no es precisamente la última, sepan ustedes disculpar, razón por la cual el señor Firefox no te la ofrece en su Página Oficial—, mientras saboreaba un cóctel a base de Reliverán. En esa plegaria lumpen, imploraba que esa versión de Firefox fuera suficiente para acceder al editor de texto online.

Mis fervorosos ruegos fueron escuchados por «iGod», pues pude al fin ser aceptado en el Walhalla de la edición online otra vez, y editar nuevamente mi artículo de-ya-ni-me-acuerdo-qué. Por un instante fui feliz, había zafado… veremos hasta cuando.

Dime con qué navegador navegas…

Alguno se preguntará por qué Firefox, habiendo Explorer, Google Chrome, y tantos otros navegadores dando vueltas por el ciberespacio. Diré a eso que Mr. Gates hace años decidió discontinuar el Explorer para Mac; que el Google Chrome ofrece en su Página Oficial una versión que mi baqueteado sistema operativo tampoco admite; y, en fin, que me une a Firefox una simpatía inexplicable y particular, casi una relación afectiva. Ese ícono del zorrito engendrando o devorando al mundo, con su atractiva combinación cromática en una ilustración casi de cuentos infantiles, me evoca vagas reminiscencias mitológicas, una especie de fascinación de fábula, que me inspira cierta ternura y me provoca admiración por la perspicacia de su diseñador… y por su agudo y eficaz sentido del marketing, ¿por qué no?

«–Sólo se conocen las cosas que se domestican –dijo el zorro–.» «El Principito», Antoine de Saint-Exupéry. ¿Domesticamos la tecnología o ésta nos está domesticando a nosotros?
«–Sólo se conocen las cosas que se domestican –dijo el zorro–». El Principito, Antoine de Saint-Exupéry. ¿Domesticamos la tecnología o ésta nos está domesticando a nosotros?

Hablando de marketing, en mi extravío llegué incluso a pensar que la tecnológica podría ser una segmentación deliberada para la «selección natural» de autores; lo cuál explicaría la necesidad de ingresar los textos exclusivamente vía el editor online —como toda herramienta digital, sometida a las implacables leyes de la obsolescencia repentina e instantánea—. Una teoría conspirativa más, fruto de mis paranoicas divagaciones.

Pienso, luego… esteeee… ¡ejém! ¿qué seguía?

Mucha energía… Eones de energía…. Montañas de energía disipadas… Pero no en la reflexión que motivó la producción del artículo aquél en sí; en cualquier caso, no con el mismo entusiasmo. Sino en busca de la adecuación tecnológica que me permitiera no caerme del mundo conocido. Al menos, de esa forma del mundo, que produce chiches tecnológicos para entretenernos y hacernos creer en la contemporaneidad como quién cree en Versace.

Título: «La mente siempre es más rápida que el mouse». Design Scene Nº 52, Japan Design Foundation. Publicado en Icograda Galleria online. Idea, foto y diseño: Víctor García, 2001.
Título: «La mente siempre es más rápida que el mouse». Design Scene Nº 52, Japan Design Foundation. Publicado en Icograda Galleria online. Idea, foto y diseño: Víctor García, 2001.1

Atrás, muy atrás, quedó el impulso que me llevó a escribir aquél artículo ya casi olvidado, fagocitado por la búsqueda desesperada de un vulgar programita que me permitiera editarlo, que le permitiera a ese artículo, finalmente SER. El lugar que ocupaba en mi atribulada mente ese ímpetu original para poner en palabras una serie de pensamientos más o menos coherentes, fue ocupado en su totalidad por un frensí irrefrenable para conseguir una cosa tecnológica que me permitiera concretarlo.

La biblioteca más famosa de la antigüedad —la Biblioteca de Alejandría— debe en gran medida su legendaria gloria a una disposición inexcusable, que obligaba a todos los navíos que arribaban a su puerto a entregar inexorablemente todo libro o rollo escrito que portaran, para que un ejército de copistas hiciera las copias de todos esos tesoros del pensamiento. Desde esa perspectiva, podemos hacernos una idea de la relación reflexión/tecnología de antes y de ahora. Y hasta reconsiderar el mismo concepto contemporáneo de «evolución» del pensamiento. Por otra parte, si la tecnología como herramienta de la acción no facilita las manifestaciones de la reflexión, quizá haya que replantearse su conveniencia en menesteres propios del intelecto.

Como producto de la tensión constante entre ambos factores, a veces, el aspecto tecnológico se percibe como un obstáculo, en lugar de cómo un facilitador para el intercambio de ideas; y el ejercicio reflexivo suele ser refractario a las limitaciones impuestas por la praxis. Para conciliar ambos factores, estaría dispuesto a aceptar que lo más probable es que reflexión y tecnología sean sujetos complementarios, en lugar de oponentes de una falsa dicotomía. Siempre y cuando el Honorable Tribunal esté dispuesto a fallar salomónicamente que, si bien la tecnología construye el arco, la reflexión gobierna la flecha.

La palabra en acción, mediatizada por la tecnología. «Tangomaniacs», 2002: la milonga del faraón; BixBats, pictotipos, 2003. Diseños tipográficos de Víctor Garcia.
La palabra en acción, mediatizada por la tecnología. «Tangomaniacs», 2002: la milonga del faraón; BixBats, pictotipos, 2003. Diseños tipográficos de Víctor Garcia.

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