Evolución y desvalorización de una profesión

Una breve historia de la edición gráfica digital, las adaptaciones del diseñador gráfico y el doble filo de Internet.

Rodrigo Mazza, autor AutorRodrigo Mazza Seguidores: 38

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Hace casi veinte años fui contratado como diseñador gráfico en una imprenta con una larga historia ligada a la impresión tipográfica de pequeño y gran formato. Buena parte de su extenso taller lo ocupaban pesados muebles con cajones repletos de tipos de metal y de madera, todo perfectamente ordenado. Los armadores que allí trabajaban, muchos de ellos ya cerca de su jubilación, preparaban pacientemente las planchas en espejo letra por letra y línea por línea.

La era digital ya había llegado de la mano de Apple, y la tradicional imprenta —con visión y coraje— decide la compra de una Macintosh Classic, para comenzar la preparación de originales de una forma totalmente revolucionaria. Comparado con la tecnología actual, todo era muy rudimentario, pero en aquel momento se vivía como un sueño de ciencia ficción hecho realidad. Día a día descubría la potencia de esa nueva herramienta, y los horizontes parecían ampliarse hasta el infinito. Nadie imaginaba, con aquella primera versión, que Photoshop se convertiría en parte del nuevo vocabulario global. El paquete se completaba con Freehand y Pagemaker, también en sus primeras versiones.

Cada idea era un nuevo desafío y cada logro, un aprendizaje. Es notable que ya en ese momento estaban definidas las bases de lo que hasta hoy sigue siendo la edición gráfica.

También el tiempo de elaboración era muy distinto. Había que ser perseverante y muy cuidadoso con cada paso, ya que perder algún cambio podía costarnos mucho tiempo. Sería algo exasperante para cualquiera acostumbrado a la velocidad actual, pero se sabe que todo es relativo. Dentro de veinte años más todo será muy diferente también. Y, claro está, por aquellos tiempos nadie disponía de una conexión a Internet, y aún cuando llegara con los años, tardaría todavía algunos más hasta que la red nos ofreciera la posibilidad de disponer de nuevos recursos para el diseño.

Se contaba con lo que la Mac traía de fábrica y algunos diskettes que podíamos ir consiguiendo en revistas especializadas. El tiempo nos metió en un vértigo tecnológico. Llegaron nuevos modelos de Mac, el color, la carrera de Windows, las actualizaciones, mejores versiones de Photoshop, Illustrator, QuarkXPress, el Zip, el CD, más capacidad, más herramientas, más y más y más. Eran años de novedades constantes, y muy complejos comercialmente, porque no cualquiera podía estar al día tecnologicamente, y quien no lo hiciera corría riesgos de quedar fuera de juego.

Debo decir que para quienes vivimos esa etapa, crecer con ese avance tecnológico fue lo mejor que nos pudo pasar, ya que nos capacitamos con una secuencia lógica de aprendizaje. Los jóvenes que se asoman hoy a nuestra profesión, se encuentran con herramientas complejas, muy diversificadas y con cantidades enormes de recursos. Aún cuando puede parecer una ventaja, en la realidad es un entorpecimiento, ya que en este contexto resulta muy difícil reconocer las bases estructurales de la edición.

Pero volvamos a la historia. Con el cambio de siglo, Internet comienza a asentarse, y la dinámica del diseño gráfico vuelve a cambiar. En un primer momento, el uso de Internet se reducía a la recepción y envío de materiales y trabajos, pero la exploración y el intercambio boca a boca nos llevaron a un mundo completamente nuevo. Debíamos atravesar otra adaptación, ya que no era suficiente el dominio del software, sino que se hacía imprescindible además la utilización de los nuevos recursos que ofrecía la red.

Por esos años mi historia personal me lleva hacia el ámbito publicitario. En el transcurso de la primer década del siglo los bancos de imágenes reducen sus costos a valores ínfimos respecto a lo que se venía pagando, y se multiplican los sitios donde se comparten gratuitamente ilustraciones vectoriales, tipografías, y todo tipo de recursos que cambian radicalmente nuestra forma de trabajo. Paralelamente, se empieza a identificar una exigencia cada vez más alta respecto al diseño, debido a la incorporación cultural de las nuevas herramientas, y también como consecuencia del acceso generalizado a producciones gráficas de todo del mundo.

Como sucede en otros terrenos, la influencia de Internet en nuestro rubro ha sido un arma de doble filo. Por un lado esa ventana global significa un crecimiento constante de la profesión gracias a la enorme cantidad de material que exhiben diseñadores y publicistas en los más remotos rincones del planeta. Por otro lado, esa accesibilidad ha alimentado un perfil perverso de las empresas, que miden el trabajo con una vara global, y lo pagan con una vara local.

Viéndolo en perspectiva, en el transcurso de estos años, nuestra avidez creativa nos mantuvo atentos a una constante actualización para responder competitivamente a la demanda, pero aún no hemos equilibrado la balanza de un negocio que por el aumento de su exigencia se ha ido desvalorizando.

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