El diseño gráfico no ha muerto

Hace ya algunos años, en el marco de los procesos de autoevaluación y acreditación del programa de estudios de los cuales formo parte, propuse un texto para provocar la reflexión. Recurrentemente le presento ese texto a mis estudiantes con el mismo fin. Sintetizo aquí algunos apartes para aportar a esta existencial discusión. Sucedió luego de una entrega final de trabajos de grado, a finales de los años noventa y, reconociendo las dinámicas del ejercicio profesional, algunos profesores llegamos a la conclusión que el diseño gráfico había muerto y nos propusimos redactar el aviso fúnebre:

La concepción del diseño gráfico se generó alrededor de los años sesenta bajo las premisas y métodos de la Bauhaus, de la Escuela de Ulm y los movimientos la abstracción geométrica. Lo gráfico se alineó con el precepto de la autonomía de la forma, de la dinámica de lo «proyectual». Para darle fundamento a lo gráfico tomamos diversos discursos: de la lingüística, del arte, de la historia, de la fotografía y de la tecnología. Tuvimos una conciencia del diseño gráfico representada en la creación de programas académicos, la organización de gremios profesionales, el ejercicio profesional de algunos pioneros y la adopción misma de la denominación. A tal efecto se agruparon una serie de oficios disgregados: tipógrafo, rotulador, dibujante, ilustrador, impresor, publicista, armador. Sin embargo esa percepción no impacto en el medio. Hoy en la práctica para la sociedad, el mercado de la imagen y la comunicación, todavía resulta difícil reconocer a qué se dedica el diseñador gráfico, pero hay dudas sobre lo que hace el fotógrafo, el ilustrador, el animador, el diagramador, el dibujante o el webmaster. Así, el diseño gráfico pareciera más bien un invento académico, una denominación que alrededor del problema de la comunicación, agrupó como en una confederación a una serie de oficios que igual se sustentan con su propio discurso y reconocimiento disciplinar.

Esta idea del diseño gráfico se conformó alrededor de premisas de la modernidad. Si bien considerar su instauración en los años sesenta es desfasado con respecto a la ruptura que ya se planteaba en el arte y la arquitectura, es necesario resaltar que estas premisas se mantuvieron vigentes hasta finales del siglo XX. Al diluirse el concepto, los muchos discursos y otros nuevos incorporados por las ciencias sociales y la filosofía, pusieron en evidencia la ausencia del discurso propio. Esta condición se reconoce hoy en el ámbito académico, en las propuestas que involucran el arte, el cine, el espacio, el movimiento, el discurso teórico, incluso filosófico. Ciertamente la plantilla de la modernidad que en los sesenta, setenta y ochenta sirvieron para determinar qué era gráfico o no, se queda corta para poder comprender las expresiones actuales. El término y el concepto ya comienza a revaluarse y se reconoce en las diferentes denominaciones de los nuevos programas: diseño visual, diseño de la comunicación, diseño de información, diseño de interfaz, entre muchos otros.

Asistimos sin duda a una revolución semejante a la generada por Gutenberg, que modifica la noción del mundo, la concepción de representación, el concepto de tiempo y espacio, quebrando las nociones cartesianas y las consideraciones estéticas instauradas por la modernidad. En este contexto, ¿estamos preparados, en el ámbito académico, para asumir estos retos? Sin duda debemos reconocer la pérdida de pertinencia de nuestro discurso y la subsiguiente crisis generacional, la misma que se vivió cuando los modernos en los setenta introdujeron «lo nuevo» en contravía del discurso academicista.

Esa percepción del que el diseño gráfico ha muerto, ha cambiado hoy: el diseño gráfico no ha muerto, porque posiblemente nunca haya existido.

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