¿Un diseñador como presidente?

Cuando un estudiante de colegio le informa a sus padres que quiere estudiar diseño industrial, de inmediato es cuestionado sobre su futuro y el tipo de trabajo que puede realizar para ganarse la vida con esa desconocida profesión. La mayoría de las veces el joven se da a la tarea de investigar en Internet sobre las descripciones de los perfiles profesionales y programas de estudio en las páginas de diversas universidades. A la postre concluye, idealmente, en que estudiando diseño industrial —al menos en Colombia— se puede desempeñar: en el desarrollo y fabricación de productos, en el perfeccionamiento de las interacciones hombre-artefacto, en la innovación de procesos y dispositivos tanto análogos como digitales, en la creación de una empresa, en proyectos tecnológicos y médicos, en gestión social-ambiental y de conocimiento, en la creación de planes curriculares, en investigación formal, en gestión cultural, en la valoración de fenómenos sociales y económicos, en proyectos de movilidad o en temas de construcción de paz (como propone el programa de la Universidad Jorge Tadeo Lozano). Todo esto sin nombrar todos aquellos nuevos campos que permiten los estudios de posgrado desde la transdisciplinariedad. Con esa información regresa el joven donde sus padres, quienes les dan un voto de confianza y esperan que, una vez graduados, puedan materializar alguna de esas propuestas y contribuir a su propio desarrollo y al de la Sociedad.

Lo interesante es descubrir que todavía no encontramos en el imaginario de nuestros recién graduados (que ya han explorado por varios años las posibilidades de su profesión) la motivación por trabajar en cargos que tienen injerencia directa en el desarrollo de las políticas públicas de un país, políticas entendidas como «las respuestas que el Estado puede dar a las demandas de la Sociedad».¹

Pensemos en nuevos futuros posibles a partir de profesionales formados como diseñadores que desarrollen sus proyectos ejerciendo como alcaldes, gobernadores, ministros o hasta presidentes. ¿Que tal darnos la libertad de pensar, por otra parte, en la creación de un Ministerio de Diseño o algo parecido? Vale la pena destacar que, tímidamente y sin mayor profundidad, en los pasillos de las universidades algunos profesores ya están debatiendo temas sobre la ingerencia del diseño en programas y políticas sociales, pero ante la confusión que tiene la Sociedad sobre lo que hacemos los diseñadores industriales y nuestro lento proceso para tratar de contar lo que podemos hacer, se encuentra que nos falta mucho camino para plasmar esta posibilidad de desempeño político en las páginas oficiales de las instituciones académicas.

Basta con observar cómo es entendida la interdisciplinariedad en los campos de acción de las políticas públicas, que tradicionalmente están dirigidas a abogados, ingenieros, médicos, administradores y psicólogos:

Las políticas públicas son un campo de abordaje interdisciplinario. Allí la ciencia política, la administración pública, el derecho, la economía, la sociología, la comunicación, el trabajo social, la ingeniería y la psicología, entre otras, han de dialogar para analizar, diseñar, planear, evaluar e implementar las acciones gubernamentales.

Para descubrir que aunque en este campo se necesitan acciones que caracterizan al diseño como: analizar, diseñar, planear, evaluar e implementar, teóricamente solo hacemos parte de esas «entre otras» profesiones que pueden contribuir. Al menos en Colombia es comprensible; por un lado, porque todavía no existe una mínima masa crítica de diseñadores que se interesen en construir una trayectora visible en este tipo de acciones gubernamentales, y por otro, porque, al parecer, a los estudiantes no les interesa acercarse a la política como ellos la entienden, ni se permiten dialogar con los intereses de los demás. Nos corresponde a los docentes motivarlos, para que, entendiéndonos como seres sociales, políticos y estéticos, podamos asumir nuevos retos que beneficien la toma de decisiones sobre el desarrollo social. Esto dinamizado, desde el pensamiento disciplinar, en forma de acciones de diseño que permita una construcción colectiva de otras maneras de habitar, que al final sean reales, viables y sustentables.

Seguramente —y como los colegas docentes de los talleres que enfatizan en el contexto dentro del programa de diseño industrial tadeísta han venido considerando—, emergerán modos particulares de diseñar nuestras democracias latinoamericanas apalancándonos en el pensamiento relacional, entre estructuras conceptuales y categorías significativas, provenientes del pensamiento complejo sobre escenarios macro y micro de la vida en sociedad. Entonces, ¿por qué no comenzamos a asumir nuestra parte en el diseño de la política?

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