La revista Twen y su diseño

¿«Twen»?... ¡Eso caca, nene!

Una revista de anticipación en una sociedad que atrasaba. Apuntes provisorios para una protohistoria —parcialmente épica, parcialmente infame— del diseño en la Argentina.

Victor Garcia, autor AutorVictor Garcia Seguidores: 188

¿«Twen»?... ¡Eso caca, nene!
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En una época como la actual, en que hasta nuestros tiernos niñitos asisten impasibles a la generosa exhibición de abundantes pechugas —no precisamente maternales— y contundentes traseros femeninos de todo calibre —cuando no, desinhibidos pubis pronobis, al decir de Les Luthiers— en los programas de TV abierta de cualquier horario, cuesta comprender que hubo otras épocas no tan pretéritas en que esas visiones, estaban exclusivamente reservadas a un puñado de Santos Hombres Iluminados Custodios de la Moral Pública.

Hace de esto poco más de cuatro décadas —fines de los sesenta, principio de los setenta—, en esos tiempos, no existía ninguna carrera de estudio formal de Diseño en Buenos Aires, como la entendemos ahora. Se enseñaba en cambio algo parecido y lejanamente emparentado, en algunas escuelas de artes y oficios de nivel secundario: dibujo publicitario, artes decorativas y una serie de variantes similares.

De esa precaria y modesta cantera y de las academias de Bellas Artes, se nutrían los departamentos de arte de las agencias de publicidad y los comitentes que requerían trabajos de diseño. Esos aleatoria protodiseñadores, si tenían inquietudes de superación profesional o habían «comprado» el ingenuo estereotipo promocionado por alguna escuela privada de dibujo, por el cuál, esa actividad le aseguraba el camino del éxito con el dinero y con las chicas, completaban su formación, comprándole a la señora Grünblatt —una institución en la materia, con su venta ambulante de libros en cuotas— una serie de publicaciones internacionales. Entre ellas, los anuarios «Modern Publicity», de Gran Bretaña; «Publicitá in Italia» y las revistas «Idea», de Japón; «Gebrauchsgraphic» —la actual «Novum», de Alemania— y una inspiradora y excitante revista mensual de vanguardia, editada en Munich: «Twen».

Bendita tú eres

De todas estas publicaciones, «Twen» era algo así como la Biblia, el alfa y el omega de la más vital, alocada y fascinante contemporaneidad. Curiosamente, no era una revista de diseño, sino una revista con excelente diseño. La estética de «Twen» representaba cabalmente la aspiración de una generación que empezaba a descubrir lo racional y lo sensorial, y a buscarle sus propias explicaciones. Pero su influencia no se ejercía solo en los jóvenes, sino que se trasfería de manera horizontal a otras generaciones de profesionales en Buenos Aires, que se apresuraban a consumir y poner en práctica, las últimas novedades gráficas que «Twen» demostraba posibles. Lo realmente asombroso es que lo único aprovechable de «Twen» para todo aquél que no fuera germano parlante —esto es: para el 99,9 % de los profesionales de Buenos Aires— era lo estético, pues estaba totalmente impresa en alemán, de modo que solo cabía sospechar de qué trataba el asunto con cada artículo o sección. Para todo contenido literal era el equivalente a un texto simulado, algo que en nuestra jerga de aquél entonces, se llamaba «ioio». ¿Qué había entonces en «Twen» capaz de romper la barrera idiomática y despertar esa gran corriente de empatía con gentes tan alejadas de la sensibilidad germana, social, cultural y formativamente?

Twen

¿Qué tiene «ésa» que yo no tenga?

En primer lugar, «Twen» tenía una gran calidad gráfica. El artífice de esa extraordinaria publicación fue Willy Fleckhaus1, su director de arte, que trazó los lineamientos estéticos y conceptuales para que la publicación deviniera en leyenda y estaba a la cabeza de cada número, bullente de ideas , ávido por interpretar al joven de 20 a 30 años de su tiempo —«twen» es una abreviación de «twenty»—, para anticiparse a la evolución de sus pensamientos, ideas e intereses; en suma, para marcar tendencias.

La tapa negra, hoy un recurso usual, fue una novedad de su tiempo. Cada número de «Twen» tenía un diseño interior diferente, con gran énfasis en una refinada y vibrante paleta tipográfica, que cambiaba en los titulares de cada artículo y de cada número. Su manejo tipográfico era exuberante y simplemente sublime para la época, anticipándose en más de 20 años al estilo que luego desarrollaría «Rolling Stone» en ese aspecto. Había un uso muy dinámico de la fotografía; close ups y fotos gigantes al corte de manera inusual y cautivante, era otro de sus méritos. Sin olvidar que afamados fotógrafos como Art Kane, Pete Turner, Will McBride, Irving Penn, Richard Avedon, Tomi Ungerer, Hans Hillmann y David Hamilton colaboraban con la publicación.

También se hacía un uso creativo —diría: deslumbrante— de la ilustración. Para esto, entre otros, en su staff figuraba un maestro genial como Heinz Edelmann. Si alguien ignora de quién se trata, daré una pista: Edelmann es el artista que ilustró la extraordinaria película de dibujos animados «Yellow Submarine», con música y participación —dibujada— de Los Beatles, quizá una de las más logradas películas del género de todos los tiempos. «Twen» rebosaba en suma de creatividad, talento, calidad profesional y presumiblemente —a juzgar por los datos biográficos, que así lo atestiguan expresamente— de riqueza literaria, aunque la gran mayoría, no estuviéramos en condiciones de apreciarlo, aunque nunca nos importó.

El pecado —no tan— original

Había otro aspecto poco disimulable de «Twen»: su frescura y desparpajo. Mostraba en su tapa y en varias páginas interiores, hermosas fotografías de señoritas ídem totalmente desnudas. Un «pequeño detalle» que una oscura caterva de bienintencionados custodios de la moral consideraba inaceptable. Y actuaban en consecuencia, esmerándose en tapar pudorosamente con cinta adhesiva negra o blanca —un detalle estético aún no debidamente apreciado por la historia del diseño— toda turbadora turgencia o parte pudenda impúdicamente exhibida urbi et orbi que caía bajo su atenta mirada ayuna —suponemos— de toda lascivia, antes de que la publicación fuera distribuida en la Argentina. No contento con esa pudibunda vandalización quirúrgica, el funcionario completaba la faena extrayendo —canibalizando sería el término técnico más apropiado— toda página interior de cada número que transgrediera u ofendiera a su sacrosanto pundonor de honestísimos caballeros —¿habrá habido asimismo honestísimas damas a cargo de tan justificada cruzada?—.

De este modo, cada número llegaba a cada profesional, convenientemente expurgado de afrentas visuales, para un mejor y más preclaro ejercicio de la profesión, es decir, con un número variable de páginas menos y la tapa prolijamente censurada. Menos mal que esos mismos cruzados ignoraban el idioma alemán tanto como nosotros, de otro modo, hubieran suprimido alguna que otra página que contuviera la palabra «Scheiße», que es la versión vulgar y popular con que se conoce la palabra «caca» del título, y que podía aparecer en algún artículo por esa honestidad del lenguaje que caracteriza a algunos intelectuales. Aunque, pensándolo bien, es más que probable que estos preclaros caballeros detectaran al punto ese epíteto escatológico y lo consideraran positivamente, habida cuenta que debe haber sido la materia orgánica que, en las afiebradas mentes de esos patéticos Savonarolas de opereta, suplantaría el destinado por la naturaleza a la materia gris. Sin embargo, había de vez en cuando alguno que otro número que, tal vez por azar, tal vez por olvido, tal vez por un capricho de la fortuna, no era marcado con la oprobiosa banda adhesiva. ¿Misterio del destino o venganza poética?

Twen

Como dije, eran otros tiempos y no había posibilidad de reclamo, la tenías así o no la tenías. Luego, así la teníamos e igual era deslumbrante y la seguíamos aprovechando, mes a mes, con alrededor de seis meses de retraso con la fecha de tapa. Nuestra vicaria defensa, era tomarlo a broma y jugar a ver quién era capaz de sustraer la ominosa banda restrictiva, apelando a paciencia, ingenio, solventes y cutters, con mayor o menor fortuna. Normalmente, se hacía pelota la tapa, los funcionarios sabandijas, naturalmente ineptos para casi todo, eran sumamente eficaces con la pegatina, «Il Bragettone» no lo habría hecho mejor, no había nada que hacerle. Así que en términos generales, no lo intentábamos muy a menudo.

Fin de Fiesta

El último número de «Twen» apareció en diciembre de 1970, después de más de diez años ininterrumpidos de gloriosa permanencia, el ciclo se había agotado; en su temerario y vertiginoso desafío, Icaro había llegado al sol. En ese viaje de ida, la pacata tijera del censor era un despreciable subproducto de esa enorme energía creadora liberada, y posiblemente, Fleckhaus y el equipo de «Twen» se habrían divertido mucho si se hubieran enterado de ese disparate latinoamericano en clave de censura «a la carte», ya que estaban acostumbrada a generar escándalo entre «las buenas gentes». En 1961 la revista fue acusada ante la Corte Suprema de Munich de atentar contra la moral y las buenas costumbres de la sociedad. ¿Les suena?

Entretanto, indiferente a esas vicisitudes de pacotilla y mucho más allá de esas mezquindades de la estupidez humana, Willy Fleckhaus ingresó por mérito propio el Olimpo de los Directores de Arte: el Hall of Fame del Art Directors Club de Nueva York.2 Bajo su dirección artística inteligente y visionaria, «Twen» influyó enormemente en el diseño editorial, gráfico y publicitario de su época, de una manera que quizá ningún medio pasado o futuro podrá superar. Esa influencia no se circunscribió exclusivamente al área local, sino —y a estar por las referencias históricas coincidentes— que se verificó ampliamente en el hemisferio Occidental. La mayoría de los abundantísimos recursos novedosos que «twen» desplegaba generosa y creativamente en sus páginas, se fueron convirtiendo con el tiempo en clásicos en todos los campos del diseño. Indudablemente, a eso se le puede llamar con justicia: marcar tendencia.

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¿Qué fue de los Expedientes XXX de «Twen»?

En ocasiones divago que me gustaría saber si esa tarea de limpieza moral se habría realizado en alguna sórdida dependencia institucional. ¿Ministerio, quizás? ¿Monasterio, tal vez? ¿Quién estaría a cargo? ¿Con qué dotación de empleados contaría? ¿Qué criterios se usarían para seleccionar los mejores y más aptos esbirros para tarea tan delicada, específica y confidencial? Y lo más importante: ¿Cuál sería el destino final de la enorme cantidad de páginas mensualmente arrancadas de multitud de revistas, pletóricas de inquietantes y frescos distritos intimísimos y no aceptados para la exhibición pública, de esos núbiles y pecaminosos cuerpos?

Con cierta frecuencia, tengo la fantasía de que, alguno de los celosos y probos funcionarios que sometieron a «twen» al potro de tormentos, para su purificación eterna y la salvación de su alma, en algún momento quizá pudieron haber cedido a la tentación —absolutamente humana— de llevarse subrepticiamente parte de esa Babilonia, para disfrutarlo amorosamente arrobado en la soledad «onanírica»3. Siguiendo el razonamiento de esta peregrina eventualidad, tal vez esas páginas mancilladas de mis queridas «Twen», fueran halladas en polvorientos desvanes por asombrados herederos de tan preclaros ciudadanos. Si así fuera, cabe la posibilidad de que, alguno de esos afortunados poseedores de tan execrable botín —execrable por la tarea del censor, no por la revista—, sea algún colega que leyera estos apuntes. Es una posibilidad muy remota, ya lo sé, pero convengamos en que podría ser. Si así fuera, insto al desdichado a devolverme lo que es mío, sin más demora ni dilación. Llevo cuatro décadas aguardando. Cualquier semejanza con «Cinema Paradiso» no sería ninguna casualidad, sino un acto de Justicia Divina.

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  1. «Willy Fleckhaus was the art director’s art director». Artículo de Klaus Thomas Edelmann / «Eye» magazine
  2. Art Directors Club de New York / Hall of Fame / Willy Fleckhaus.
  3. Palabra irónica de mi cosecha. Un mix entre «onanista» —relativo al onanismo—, y «onírica» —relativo a los sueños.
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