Realidades y convenciones
Aunque nos resistamos a aceptarlo, hay vida en otros cerebros: la cultura de la descalificación perjudica a quienes diseñamos.
AutorAlfredo Gutiérrez Borrero Seguidores: 271
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De construir conocimiento en diseño, pienso similar a lo que Chantal Mouffe (politóloga belga) sostiene del imaginario político: no está basado en un consenso racional, sino en un «pluralismo agonístico» a partir del cual es dable aceptar que siempre habrá antagonismos, pues todo «nosotros» presupone un «ellos».1
Considero sano practicar el diseño desterrando la idea de que hay una verdad y podemos tenerla; pensar que yo poseo certezas y los demás están equivocados es incompatible con las viabilidades creativas que brinda confrontar posiciones argumentalmente. Acepto que hay «verdades» en pugna2, no pretendo imponer ninguna y rechazo, por innoble, toda negación de la legitimidad de mis eventuales interlocutores (aun en el remotísimo caso de que me consideraran su «oponente»). Por ello, propongo que al dialogar agreguemos una fe de erratas permanente a nuestras aseveraciones: cuando y donde decimos «el diseño es», quizás queremos decir: «el diseño (en mi opinión) es»; y cuando y donde decimos la «realidad es», quizás queremos decir: «(para mí) la realidad es». Es superfluo señalar que otro diseñador no comprende la realidad porque la valora distinto a mí; y no porque yo afirme eso deja este de existir, ni su versión de la realidad de tener validez para él. Todos tenemos derecho a hablar del diseño, así no tengamos nada que ver con empresas ni academias, tal como todos podemos opinar de nuestra salud sin ser médicos, o reflexionar sobre la ley sin ser abogados.
En esa vena escribo aquí, con foco amplio, ante un foro de alcance iberoamericano, para potenciales lectores de infinidad de especialidades, universidades y países; y cuando aludo al diseño en este espacio, lo hago mediante un encuadre extendido sin apellidarlo siquiera, porque aspiro a incluirlos a todos y dialogar de ser posible con la mayoría de tales personas. Hasta donde intuyo, cada vez que un diseñador menosprecia a otro atribuyéndole características desfavorables, o marginalizándolo (aun cuando sea poco evidente) toda la comunidad sufre.3 En la ecología de opiniones y prácticas, todas las especies e individuos tienen papel; desde quienes como las hierbas producen conocimiento oxigenante, hasta quienes apenas se nutren del ajeno. Cada uno tiene sus lecturas de la «realidad»: quienes optan por leer, tanto como quienes optan por no hacerlo; y es que «leer», etimológicamente, remite al acto intelectual de elegir y combinar: el verbo latino legere, del cual procede, equivale a «escoger».4 ¡Leemos incluso cuando no leemos! Por lo mismo diseñamos mejor cuando intentamos «comprender la comprensión» de las demás personas; cuando tratamos de apreciar cómo otros «leen» lo que nosotros leemos de modo diferente; o cuando respetamos y aprendemos del modo cómo otros responden de formas en que nosotros elegiríamos no responder jamás.5
De nuevo los mapas
«La principal característica estructural de los mapas reside en que, para desempeñar adecuadamente sus funciones, tienen inevitablemente que distorsionar la realidad».
Si en el plano personal de «la cartografía del diseño» las convicciones obstinadas conducen al individualismo, en su plano social lo problemático está en el ámbito de las convenciones: aparentes acuerdos usualmente aceptados, a menudo sin ser reflexionados, en virtud de los cuales cada quien supone que los demás tienen que estudiar y ejercer el diseño de modo similar al suyo y para servir sólo a sus intereses. Las convenciones recordemos son, hipotéticamente, asambleas7 donde unidos los participantes (y no digo representantes, pues creo que cada quien se representa sólo a sí mismo) de las sociedades suman entendimientos para tomar decisiones: algo apenas incipiente en nuestras colectividades del diseño donde, lejos de contrastar perspectivas en el diálogo, ocasionalmente aparecen todavía los argumentos ad hominem (intentos de anular las ideas señalando características y creencias supuestamente negativas de las personas que las presentan)8; incluso aquí, en FOROALFA, zona segura para la continua revisión conversada de realidades y convenciones, donde diseñadores de diversas especialidades compartimos nuestras respectivas «cartografías», asoman de cuando en vez comentarios que portan las señales de la cultura de la descalificación. Por favor, honremos el ejercicio comunicativo: debatimos con ideas, no contra personas.
De tal modo, resulta irónico mencionar convenciones, cuando en diseño lo convencional sería evitarlas. Mi impresión es que el acuerdo tácito, poco contrastado, favorece sectarismos y lugares comunes: opinamos a montones sobre lo más visible en medios masivos y el exitismo mercantil; pero ¿y la reflexión crítica? Triste que la forma siga a las ventas, cuando podría seguir a las posibilidades, según planteó Alexander Manú9; y todavía más triste que sean perseguidas la heterodoxia y la excentricidad. Requerimos examinar las mutuas convenciones en la cartografía de los diseños (pues sus significados permanentemente renovados soportan el derecho a pensar y a hacer de cada sujeto); necesitamos identificar nuestras directrices simbólicas, emplearlas para aproximar corrientes y tendencias específicas, a fin de emprender ejercicios interpretativos compartidos que aminoren disputas imputables a incomprensiones, testarudeces o vaguedades. Mientras los médicos y los abogados consiguieron familiarizar a buena parte de la humanidad con sus «cartografías» (al punto que casi cualquier humano comprende sus respectivos mapas basados en la ley y la salud) muchos de nosotros, los amigos del diseño, ni siquiera explicamos cómo o sobre qué construimos los nuestros.
Por ende requerimos codificar nuestras convenciones cartográficas, mejorarlas de continuo y propiciar que, en el espectro de prácticas y especializaciones, integrantes de una academia cotejen su ubicación frente a los de otras; o que profesionales de comunidades de diseño de un país, comparen y compartan con los de otro; y que las personas del común puedan ubicarnos a todos: cada quien está situado en una encrucijada de representaciones múltiples (cuando diseño reconozco cómo me veo a mí mismo y cómo me ven otros y cómo esos otros se ven a sí mismos, y cómo yo los veo a ellos). Frente a nuestro «yo-estoy-aquí», como propuso Javier González10, hay muchos «tú-estás-allá», desde otras ópticas y lugares, de los cuales podemos aprender.
Somos ingenuos y ambiciosos cuando pretendemos que nuestra concepción del mapa del diseño es el mapa, o incluso que no hay mapa y nuestro parecer anclado arbitrariamente en algún momento a la vera de la historia del diseño es el mundo entero: ello por cuanto todas las cartografías son parciales y están en construcción permanente; solo los aportes socializados entre muchos (que no «socia-lisiados», por soberbias e intolerancias) abren paso al progreso: hay que ilustrar simbólicamente especificidades subjetivas de vivir la profesión sobre territorios particulares. Si en los mapas geográficos, «avión» significa «aeropuerto», «azul», cuerpo hídrico, o «verde», vegetal, ¿cómo representamos al diseño arquitectónico, al interior, al industrial, etc.?; haciéndolo podríamos difundir algún día mundialmente un listado de, esas sí, convenciones distintivas, y ubicarlo en recuadros al margen de impresos, blogs, páginas web, tarjetas profesionales, etc.11 Imaginemos una caracterización informacional del campo, incluidas sus fronteras con otras profesiones y dominios del hacer humano; proyecciones, escalas y simbolizaciones, en fidelidad semejante a la de Google Maps, o Google Earth12; detallando incluso los idiomas que hablamos quienes integramos comunidades de diseño; o la visibilidad comparativa de empresas, publicaciones e instituciones; o nuestras relaciones con los gobernantes; o la magnitud de nuestros proyectos; o nuestras coordenadas personales para poder buscarnos sobre versiones: figurativas, abstractas, referenciales o cognitivas de nuestros mapas; en textos corridos o en diagramas para ser leídos o vistos.13
La idea de cartografiar personas, y combinar modos de conocer con formas de representar es antigua; sin embargo, en época reciente, algunos han profundizado el asunto. Es el caso del filósofo valenciano Francesc Llorens, quien, a finales de 2011, planteó el concepto de epistemocartografía («epistemología» + «cartografía») para el estudio de la interpretación representacional del territorio hecha por quienes integran las culturas (de diseño en nuestro caso) como medio de obtener comprensión de su conocimiento. O viceversa.14 «Conocéis según vuestros mapas (o según la ausencia de éstos)…», es el lema epistemocartográfico. Algo imperativo sería incluir o invitar a participar en la construcción del mapa incluso a quienes lo niegan. Comparto la hipótesis de Donald Schön, para quién el énfasis en la simpleza, la eficiencia y el rigor (¿negando el mapa?) conduce a elaborar proyectos irrelevantes: pues la complejidad, la inestabilidad, y la incertidumbre, ni se remueven, ni se resuelven aplicando conocimiento especializado a tareas bien estructuradas. Si alguna utilidad tiene usar efectivamente el conocimiento especializado, esta depende de su previa reestructuración filosófica en situaciones inexorablemente complejas e inciertas.15
Revisar convenciones y hacer nuevos y mejores mapas, permitiría rediseñar convicciones, sin que nadie rija ni dirija procesos de diseño, o imponga convicciones disfrazadas de convenciones para que otros las compartan y naturalicen como «la verdad». Siempre son concebibles múltiples formas de razonar, cada una con variados tonos. Por ejemplo, el sociólogo alemán Max Weber, planteó tres racionalidades: la moral-práctica (de la ética y del derecho); la estético-expresiva (de las artes y la literatura) y la cognitivo-instrumental (de la ciencia y la tecnología).16 Yo infiero que para diseñar hay un potencial descuidado en la racionalidad moral-práctica (que, en mi cotidianidad, considero la más evidente dentro del campo); no obstante, dentro de mi experiencia contextual en el diseño bogotano, batallan por predominar la estético-expresiva y la cognitivo-instrumental, ambas bajo enfoques mercantiles, con ventaja en credibilidad frente a la gente jóven de quienes validan esta última (por supuesto mi experiencia del diseño bogotano, NO es el diseño bogotano, solamente es mi experiencia del mismo); de todos modos, a las racionalidades de Weber, quizás las antecede y amalgama la racionalidad del diseño, cuyos usos hemos desarrollado poco: por la fobia de algunos a infectarse por teorizar en demasía. Como sea, preferible pensar para hacer que hacer sin pensar.
Método: No. ¡Métodos!
«Algunos malentendidos en las conversaciones y análisis sobre diseño surgen al no considerar el lugar desde el que se habla o se escucha».
Nuestra cartografía de diseño habríamos de construirla desde varias racionalidades, y no únicamente desde la versión que de una sola tienen unas pocas personas (con frecuencia voluntariamente cerradas a otros pareceres): según acontece con la realidad científico-técnica y la lógica que la fundamenta, ciertamente herramienta útil para el ejercicio del diseño, es a menudo mistificada y mitificada, como expresó perspicaz Norberto Chávez:
«Esta concepción cientificista es la que sustenta la fascinación por las «metodologías de diseño», construcciones de inspiración hipotético-deductiva, alto potencial ideológico y eficacia técnica prácticamente nula».18
En contraste, hay diseñadores que señalan el valor que para diseñar reviste no el método, sino LOS métodos (en plural) pues el escrutinio comparativo y la combinación de enfoques permite desentrañar lógicas subyacentes a todo proceso de diseño; y pensar por nuestros medios para consolidar racionalidades prácticas propias; y construir abordajes metodológicos personales: incluyo aquí las obras de Hugh Dubberly19 (sobre formas de diseñar); Lance Carlson20 (sobre modelos de innovación); y Gabriel Simon Sol,21 miembro y participante de FOROALFA (sobre la estructura metodológica unificada del diseño industrial).
Confieso mi sesgo: hay mapas del diseño no escritos ni plasmados, que damos por hechos. Muchos de éstos, trazados desde la lógica científico-técnica, los encuentro reduccionistas, pues el canon que sus defensores promulgan pareciera implicar que todo lo medible, bajo sus unidades de medida (y lo definido y lo definitivo según su interpretación del diccionario), es controlable (algo muy discutible) y que lo «inmedible» es inútil, inservible o inexistente para diseñar (algo más discutible aún). No estoy solo en eso: hace cincuenta años Pitirim Sorokin satirizó el empecinamiento maniático con cuantificar y controlar todo, denominándolo «quantofrenia».22 Como él, objeto la sumisión a mapas limitantes, dados por tradicionalismos autoritarios y mandamasismos mono-lógicos que niegan otras racionalidades; con un agravante adicional: quienes diseñan, al moverse en dicho marco angosto interiorizan sumisos una realidad dada desde valoraciones ajenas y conocimientos externos a los cuáles sus ideas tienen que amoldarse; cuando, muy al contrario, tal cual anotó José Luís Ramírez González «la teoría del diseño es una teoría de cómo la realidad es producida y de cómo las ideas y la experiencia pueden dar forma a una realidad externa…».23 Así pues, quienes nos implicamos en diseñar (desde poesías hasta constituciones, y desde empaques hasta ciudades) habríamos de evitar calificar de irreales a otras personas, o negar y desdeñar su capacidad para aportar a la construcción social de realidades; aun cuando sea porque hacerlo es negar y desdeñar el diseño mismo en sus infinitos matices.
Cuando las convicciones autocráticas son norma, abundan, entre convenciones y costumbres, técnicos expertos (eficientes, efectivos, eficaces, bla, bla, bla...) y escasean diseñadores reflexivos que desde su experiencia transformen convenciones y enriquezcan tradiciones con inéditas formas de representar y novedosos artefactos, desarrollados cooperativa o (al menos) socialmente. Afortunada la comunidad que cuenta con individuos motivadores de revaloraciones continuas de los mapas...
Me agradan enfoques conexionistas, como el de George Siemens, para quien la particularidad de los sistemas humanos es que sus integrantes opinamos y aportamos al cuadro general (mejorando incluso las teorizaciones que los expertos, quienes forjaron los sistemas mismos, tienen sobre tales), de esta suerte:
«Las personas somos capaces de conectarnos, compartir y crear. Somos co-creadores, no consumidores de conocimiento. La generación de contenidos está en las manos de muchos. La co-creación es una expresión del ser, un sentido de identidad, de propiedad. Poseemos lo que somos por las contribuciones que hacemos».24
Si algo ha de «controlar» un diseñador es toda predisposición a relegar a otras personas como socios de su hacer (colegas, alumnos, usuarios, críticos, y hasta «analfabetas», «ineducados», o contradictores, etc.); más gratificante es comunicarles su punto en la cartografía del mapa del diseño e invitar a esos otros a actuar igual; tanto mejor si logramos el concurso de quienes no son diseñadores profesionales (que diseñadores cotidianos somos todos los humanos). Aquí encuentro la vía para superar la ignorancia surgida de la intolerancia (tengamos presente que, en su ascendencia etimológica antigua, «ignorante» más que quien no sabe algo, es quien desestima el modo en que otros expresan su realidad, su «estar-en-el-mundo»)25 sea esto en el diseño o en cualquier otra circunstancia.
Es cuando todos valoramos las huellas de todos y nos concedemos el derecho a actuar en diferentes coordenadas del mismo mapa, e incluso en mapas distintos, que encontramos enfoques de diseño integradores para diseñarnos unos a otros, de continuo, como personas diferentes, siempre otorgándonos mutuamente más opciones para elegir nuevos y diferentes hábitos.26 Si asumimos la caracterización de esa gran construcción cartográfica del diseño, y empezamos a diseñar más allá de convicciones y convenciones,27 entramos en un dominio inédito donde lo conveniente (cuando es despótico) resulta inconveniente: el punto no es un método, ni una técnica, ni una competencia «esencial», sino la oportunidad de hacer existir lo inexistente; nos aventuramos en el campo que llamo de las «convecciones de diseño»: allí donde, de modo análogo a lo que sucede con las magnitudes físicas (masa, electricidad o calor) en virtud del desplazamiento de las moléculas28, las partículas dogmáticas son sacudidas y fluyen gracias al reconocimiento general de que todos diseñamos con diferencia de densidades e intensidades. En tal «comarca», resulta axiomático lo que planteó Jan Michl29:
«Es un hecho que todos los diseñadores, tanto los diseñadores extraordinarios, como los mediocres, siempre construyen, modifican y continúan el trabajo de otros diseñadores, y que nadie puede evitar hacer eso».
Así, las personas, todas nosotras, más que diseñadoras somos y vivimos como rediseñadoras; concédamonos unas a otras el derecho a diseñar distinto ¡Que culmine la cultura de la descalificación y empiece la del entendimiento!
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- Díaz Álvarez Enrique (2010). Entrevista con Chantal Mouffe: “El pluralismo va ligado a la aceptación del conflicto” en Barcelona Metrópolis, otoño (octubre-diciembre) disponible en: http://www.barcelonametropolis.cat/es/page.asp?id=21&ui=438
- Compárese con texto citado en [1].
- Compárese con Krippendorff, Klaus. (1995). «Redesigning Design; An Invitation to a Responsible Future» in Design: Pleasure or Responsibility, editado por Paivi Tahkokallio & Susann Vihma (Helsinki: University of Art and Design). Pp. 138-162. Versión en línea en http://repository.upenn.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1046&context=asc_papers, p. 4.
- Véase etimología de leer en: http://etimologias.dechile.net/?leer
- Compárese con Krippendorff, Klaus. (2005). «Writing: Monologue, Dialogue, and Ecological Narrative» en Michael B. Hinner (Editor) (2005). Introduction to Business Communication, Freiberger Beiträge zur Interkulturellen und Wirtschaftskommunikation, Band 1, (Frankfurt: Peter Lang, 2005), páginas 119-159. Versión post-impresión en línea en http://repository.upenn.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1092&context=asc_papers, p. 17
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- Véase Santos, Boaventura de Sousa, obra citada en [6], p. 232.
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- Simón Sol, Gabriel (2009) La trama del diseño. Porqué necesitamos métodos para diseñar. Ed. Designio, México, 209 p.
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- Ver mi artículo, «Cuando la convicción estorba» (2012) en FOROALFA.
- Compárese con definición de «Convención», en Real Academia Española (2001) 22o, edición, Diccionario de la Lengua Española Real Academia Española (DRAE), en http://buscon.rae.es/draeI/
- Ver Michl, Jan, «Sobre el diseño como rediseño»: una exploración de un problema olvidado en la enseñanza de diseño, en http://www.ramona.org.ar/node/20064 revista argentina de artes visuales Ramona 79, marzo de 2008, traducción al español de parte del artículo «Seeing design as redesign», originalmente en el Scandinavian Journal of Design History 12, 2002, pp. 7-23; ver http://www.designaddict.com/essais/michl.html
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