La intrépida metáfora demiúrgica del diseño

Relato de un sueño en el que una universidad con fundamentos de origen religioso me invitaba a formar parte de la planta docente de diseño, previa disertación ante un jurado.

Gabriel Simón, autor AutorGabriel Simón Seguidores: 220

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Esta disertación debería versar sobre diseño y religión. He tenido un sueño en el que una universidad con fundamentos de origen religioso me evaluaba para formar parte de la planta docente de diseño. En el sueño presentaba mi alocución ante un sínodo, en el que uno de los miembros llevaba puesta una camiseta negra con la leyenda en letras blancas: «Ni la gallina, ni el huevo: primero Dios» (curiosamente, este jurado era muy parecido a Joaquín Eduardo Sánchez Mercado, asiduo lector y autor de artículos de FOROALFA).

Palabras más palabras menos, mi disertación versaba como sigue:

Al principio en el universo sólo había:

  • el demiurgo, que es la divinidad,

  • la materia informe, que es el caos,

  • las ideas, que son perfectas pues vienen de la divinidad, y

  • el espacio, que es el vacío.

En un principio había una masa caótica, informe, indeterminada, flotando en el vacío, y también estaba el demiurgo, el cual miró esta masa y pensó: «¿Qué puedo hacer con ella? No sé lo que voy a hacer, pero haga lo que haga lo voy a hacer bien».

Después ideó una a una las cosas que iba a hacer y de acuerdo con su idea las fue haciendo. Un buen día, dios, en su infinita grandeza y después de crear otras cosas, tuvo la afortunada idea de crear al hombre a su imagen y semejanza. Después de hacer varios experimentos con diferentes materiales y procesos formó al hombre con barro y lo dotó de atributos que otras especies no tenían. Mucho tiempo después, el hombre, en su infinita ignorancia y después de diseñar otras cosas, tuvo la genial idea de diseñar a dios a su imagen y semejanza. Después de varios intentos fallidos y representaciones inútiles, le dio la forma material a lo inmaterial dotándolo de poderes que sus primeros intentos fallidos no tenían.

Así ambas historias se unen en diferentes niveles pero con solo un final: el diseño y la creación de algo que pretende ser el complemento de estas historias. Este espíritu creador, la demiúrgica, es la única parte de dios que le es heredada el ser humano a través de un acto: el diseño. El demiurgo es un genio ordenador, el supremo artesano, el hacedor. Sólo el demiurgo ordena la masa caótica que habita el espacio a partir de sus ideas, de sus convicciones. Libera al ser humano de la esclavitud de la materia, mediante una revelación: la metáfora que sólo es posible en aquellos que aún no han perdido del todo lo poco de divinidad que todos los seres humanos poseen.

Esto es otra cosa, esto no es una metáfora verbal más. Aquí no se juega con palabras. Es el hombre de carne y hueso el que está en el crisol. El mundo es la fragua donde la posibilidad toma cuerpo. ¡Es la fiesta de la condición humana!

El demiurgo es intrépido, es decidido y no se detiene ante los problemas, no le tiembla la mano en su decisión de resolverlos. Es el proceso de diseñar la fuerza transformadora que posibilita ese cambio. Así su acto se convierte en lo que el poeta español León Felipe llama la «intrépida metáfora demiúrgica»:

«[…] la intrépida metáfora demiúrgica para que salte enseguida el milagro poético lumínico. Consigue que la
la substancia, la materia se convierta en luz poética, dinámica, demiúrgica más poderosa que el viento y que la noche».

El mito del demiurgo implica también:

  • que la idea del bien es la primera de todas las ideas,

  • que la idea es anterior a las cosas y son la causa de ellas,

  • que la idea es la única hipótesis con la que se cuenta, y

  • que la idea, como hipótesis, tiene que ser contrastada con la realidad.

Me viene a la mente un dístico del mismo León Felipe a propósito del Quijote:

«Bacía, yelmo, halo… es este el orden, Sancho…»

Cuando improvisaba su casco Don Quijote observa la sonrisa de su escudero. El casco que escoge Alonso Quijano para llevar en sus andanzas es una gran bacía de barbero, un recipiente cóncavo de metal, de borde ancho y plano, con una muesca semicircular. En su genial locura el Quijote piensa que es el yelmo del legendario rey moro Mambrino, un ficticio yelmo de oro puro que hacía invulnerable a su portador. Como el fin de todo caballero andante es convertirse en santo, en la metáfora de León Felipe la bacía se convierte en yelmo y este a su vez en halo, como símbolo de la gracia de Dios. Gloria que alcanza una persona por sus méritos o virtudes. Es este el orden hacia la santidad.

Antonio Gaudí

El camino a la santidad puede partir de simples objetos cotidianos que en manos de hombres buenos se convierten en reliquias u obras de arte que llevan a la gracia divina. ¿Por qué no aspirar a la beatitud mediante el diseño?

Tal es el caso del arquitecto Antonio Gaudí i Cornet que murió con fama de santidad y que después de su muerte sus seguidores intentan canonizarlo. Además de un diseñador eximio, fue un hombre de fe, por encima del nivel ordinario. Es decir, un cristiano que puede ser ejemplo de cristianos: un santo. Le faltaría demostrar un milagro, pero ¿qué milagro puede ser más grande que la Sagrada Familia de Barcelona?

Hace ya algunos años que la revista británica Design ridiculizaba a los diseñadores al atribuirles una actitud de «somos como dioses, pero que no se entere nadie». El diseñador emula a Dios en tanto intenta ser un demiurgo que recrea la materia, le da su sello y crea las cosas a su imagen y semejanza, pero siempre obedeciendo determinadas leyes físicas y espirituales que caracterizan lo humano. ¿El hombre puede llegar a ser un Dios, o morirá en el intento? Esta pregunta se plantea con relación al Salmo 82:6 donde dice literalmente:

«Yo dije: vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo, pero como hombres moriréis y como cualquiera de los príncipes caeréis».

Roberto Arlt, escritor argentino vaticinó:

«Seremos como dioses. Donaremos a los hombres milagros estupendos, deliciosas bellezas, divinas mentiras, les regalaremos la convicción de un futuro tan extraordinario, que todas las promesas de los sacerdotes serán pálidas frente a la realidad del prodigio apócrifo. Y entonces, ellos serán felices... ¿Comprenden imbéciles?»

Debo decir que en mi sueño ninguno de los sinodales hizo alguna intervención. Uno a uno, uno tras otro, fueron saliendo del recinto como en una procesión de viernes santo sin decir palabra alguna. El último de ellos, el de la camiseta negra con las frases en blanco, al pasar junto a mí, sin mirarme a la cara y con el ceño fruncido, masculló entre dientes: «Jamás los diseñadores llegarán a ser santos o dioses ¡Es una blasfemia! ¡Una obra de satán!». Entendí perfectamente que la plaza en esa universidad no era mía y sobresaltado desperté del sueño.

Aún perdonando la falta de rigor y ligazón, ya que, siendo un sueño, elucubré una serie de pensamientos desatados por mi inconsciente durante la vigilia, a usted, lector acucioso, me remito para que emita un juicio sobre esta disertación-sueño: ¿me daría usted la plaza?

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Bibliografía:

  • HARARI, Yuval Noah. Sapiens. De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad, Debate, Barcelona, 2014.
  • LEÓN, Felipe. Rocinante, Visor libros, Madrid, 1982.
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