La ilustración ¿puede llegar a ser arte?

La creación de una ilustración también es generación de cultura. Decidirse a ser ilustrador es adquirir una responsabilidad y por ello debemos tener cuidado con las «etiquetas».

Yadira Martínez (Le Yad), autor AutorYadira Martínez (Le Yad) Seguidores: 19

Sergio Carlos Spinelli, editor EdiciónSergio Carlos Spinelli Seguidores: 11

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Una persona de mi círculo de recientes conocidos comenzó a dirigirse hacia mí con cierta solemnidad bajo la etiqueta de «artista». Dadas las circunstancias, tal nombramiento social en vez de halagarme me extrañó. Él conocía apenas lo indispensable para hacerse una idea vaga de quién soy (más allá de la obviedad de ser mujer) y a esas alturas, con sólo ver un par de obras mías seguro no podría saber si mi compromiso para con la ilustración corresponde al de un verdadero profesional; mención aparte de la congruencia, el manejo de técnica, y el discurso de la propuesta gráfica. De hecho, esa vivencia fue muy similar a cuando comprando verduras el tendero me llama: «Güerita».1

Hablando de nombramientos: admito que no he terminado de identificarme con el mote de ilustrador. Creo que, cuando caes en esto de las etiquetas, dejas en esas palabras el poder para que estas te definan marcando lo que eres y lo que no eres, de manera involuntaria muchas veces. Es verdad que eres beneficiado por la carga positiva que algunos términos conllevan, pero también formas un perímetro invisible con las limitaciones que vienen con ellos, más cuando se eligen términos complejos y escabrosos. Entonces el riesgo de choque llega por triplicado. Sobra decir que esto del «arte» bien entra en esta clasificación.

Recuerdo de cuando estudiaba la carrera de diseño haber escuchado con cierta regularidad: «Somos diseñadores, no artistas». En primera instancia siempre me sentí de acuerdo con eso, comprendía que el objeto de estudio no era el mismo para ambos casos, pero llamaba mi atención el esfuerzo puesto para colocar en clasificaciones opuestas aquello que comparte fuertes términos en común: valor estético, perfeccionamiento continuo, aporte a la cultura, etc. En el plano profesional, ahora con la ilustración, me sucede algo similar; en primera instancia defiendo la idea de que la ilustración y el arte no nacen siendo lo mismo, pero cuestiono esa barrera creada tanto por desconocidos como por mis propios colegas que colocan permanentemente y del lado opuesto el trabajo de estos profesionales, llegando a considerarlos (y ellos mismos considerarse) como maquileros2 de imágenes.

Vuelvo al arte, ese que no ha se ha definido siempre de una misma manera, ni se ha visto actuando bajo iguales criterios: a lo largo de la historia hemos visto diferentes explicaciones de lo que se considera «debe ser» y diferentes clasificaciones de lo que es clasificado «dentro de». Desde la búsqueda de reconocimiento de la escultura y la pintura como más que simple arte vulgar, de cualquier modo, la concepción de arte actual y aparentemente natural que manejamos es, en realidad, una delimitación relativamente nueva y, como hemos visto de acuerdo a su historia, en continua mutación.

Me arriesgo a poner dos términos cara a cara: «Ilustración» y «Arte». La ilustración ¿llega a ser arte? Luego, la pregunta lógica: ¿qué se entiende por arte? Mejor dicho, y por considerar en la definición el halo de subjetividad que pudiese aparecer: ¿qué entiendo por arte? Simple: la exaltación humana de ser, mediante el hacer. Puntualicemos un poco:

  1. El arte para ser requiere de destreza en la acción, buscar el perfeccionamiento en un grado superior al que la mayoría de la gente puede alcanzar.

  2. En un inicio el arte era sinónimo de habilidad en un trabajo racional regido por ciertas reglas; arte era, entre otras cosas, el perfeccionamiento de los oficios manuales y racionales; arte era también la astronomía, la música y la lógica.

  3. En el arte el individuo se involucra a plenitud: desarrolla la técnica, entrega el espíritu, condiciona la mente.

  4. Contrario a lo que a veces se piensa, el arte sí tiene un propósito, un fin de servicio: robustecer al hombre, extender su existencia en la existencia. Se trata de escalar las proporciones del ser.

  5. Para ser considerado arte debe ser validado; si no hay quién reconozca la destreza, esta no existirá. El arte no comprendido no es. El arte es, pues, de acuerdo al consenso.

  6. El arte al ser evaluado a voz e intelecto de hombres de carne y hueso, es afectado indirecta e involuntariamente por las circunstancias y los dogmas en turno en los límites espacio-tiempo.

Dicho esto, me permito también rescatar tres propiedades que en general veo contenidas en las obras: forma, estética y contenido. Siendo este último el de mayor aparente trascendencia: lo que la obra dice a partir de los elementos que se le otorgan para hacerlo, el discurso, la propuesta. El condensado del ser que por soltura habita en el plano de lo intangible yendo aún más allá, experimentando con temas de empatía social hacia una serie de posibilidades presentadas como infinitas, en una suerte de aparente conquista inmaterial. Sin embargo, nos ubicamos frente a un valor cambiante (seguimos hablando del contenido), si buscamos interpretarlo dentro de una obra, veremos que muta y muchas veces se extravía en el tiempo (duros estragos para ser logros de una medida irreal, creada por el hombre). Sucederá lo mismo con la estética;3 esta, vista como valor ontológico, existe por el reflejo de uno mismo, haya belleza o no, un fenómeno que se presenta gracias a la percepción sensible. Contenido y estética, entrarán en el cesto de la subjetividad. Tenemos dos valores sujetos a interpretación. Nos queda así la hermana menor como aparente vencedora: la forma.

Clive Bell, crítico de arte del siglo XX decía: «La excelencia formal es el único carácter intemporal del arte a través de los siglos». Tardé en estar de acuerdo, luego reparé en el hecho de que hoy día esta forma de la que este inglés hablaba está supeditada en la mayoría de las ocasiones al contenido (y por supuesto la materia), además que la estética ahora reinante no equivale a la del Renacimiento (y no digo que deba serlo). Pareciera que sacrificamos la trascendencia en el tiempo. Para no perdernos en esta reflexión y sin dejar huérfana la pregunta, diré que creo que depende de que otros valores la soporten.

Traslademos lo escrito al entorno que me compete: ¿la ilustración llega a ser arte? (hago la observación: no considero que el arte o la ilustración se encuentren en superior jerarquía para con el otro, ni les veo como universos separados).

Si hablamos de forma, contenido y estética, luego de lo ya mencionado, hablamos de valores sobrados en una imagen producida por un profesional. De hecho hay trabajos de gran calidad realizados por ilustradores que han trascendido fronteras físicas y temporales. Aquí hago una nota: para trascender, una obra de arte no requiere ser entendida sino sentida, para que una ilustración llegue a la misma palestra no sólo debe ser sentida sino también entendida.

Decíamos también del individuo involucrado a plenitud: desarrollando su técnica, entregando el espíritu, condicionando la mente en busca de un propósito; en este caso: la acción de comunicar mediante imágenes (una propuesta funcional que Clive denominaba «la forma significante»), y esto nos lleva al tema de la exaltación humana y el vínculo que se genera entre las ilustraciones y el receptor; esta relación se revelará con un fuerte apego, en una suerte de prendamiento que llega a experimentarse incluso desde el primer instante de contemplación. No es gratuito que en el boom del libro-álbum se amplíe cada vez más el target, ni que se logren tantos nuevos espacios de exposición para esta rama.

¿Qué está haciendo falta? Validación de la obra, y en este punto me detengo, pues contrario a lo que pueda haber podido aparentar hasta ahora, no pretendo colocar toda la ilustración en el mismo plano del arte, sin embargo a aquella que comulga con el perfil, aplaudo su derecho de pertenencia. Eso sí, hay que saber diferenciar de la paja y darle el debido lugar a cada cosa.

En esta cuestión de defender espacios: hacen falta mentes serias estudiando el panorama y sirviendo de portavoz, calificando e investigando el fenómeno, analizando las obras, escribiendo la historia, haciendo comprensible un mercado que no es el mismo del arte aunque al igual que en este, existen aspectos compartidos.

Subrayo y termino: no todas las obras son trascendentales, en ocasiones no son realizadas ni siquiera con el profesionalismo debido y esto compromete irremediable y negativamente al resto. Nos olvidamos que por su naturaleza de imagen destinada a la reproducción, la generación de una ilustración también es generación de cultura, y decidirse a ser ilustrador es adquirir una responsabilidad social. Los calificativos que reciba nuestro trabajo dependerán de la calidad de este y el respeto que nosotros mismos tengamos con nuestra profesión, y con ello acentúo la idea general del texto.

Como profesionales de la imagen, comencemos por tomarnos en serio para generar dicho reflejo con los demás y dejemos las etiquetas gratuitas.

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  1. Güerita (Voz indígena). Dícese de una persona que tiene los cabellos rubios. En México, es un término que, de manera coloquial, se emplea para referirse a la persona de la cual se desconoce su nombre, independientemente del color de su cabello.
  2. Maquilero. Persona dedicada a la maquila (producción de manufacturas textiles).
  3. Estética. Del griego Aisthetikós de Aisthesis, percepción por los sentidos y de Aisthénoma: yo percibo, yo comprendo.
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