La habilidad más importante

Comencé a estudiar diseño cuando al diseñador gráfico se lo denominaba artista gráfico o dibujante publicitario. Por ese entonces, quien quisiera desempeñarse en el medio debía ser hábil con el aerógrafo, el Letraset, los lápices, pinceles y saber hacer un encargo a la fotocomponedora. Luego llegaron las Mac y las impresoras láser. Así, las herramientas tradicionales se digitalizaron y el diseñador (que ya empezaba a llamarse así) debió incorporar a sus saberes el manejo de software específico. Posteriormente, el desarrollo de la Web y los medios digitales demandaron conocimientos y dominio de programas más específicos aún.

Un contexto amplio

La reseña anterior no tiene otro objetivo más que ilustrar un concepto vigente aún en muchas instituciones formadoras. Es el que pone el énfasis en las habilidades manuales (analógicas antes, digitales en la actualidad) que debe poseer un diseñador. En este contexto el diseñador suele entenderse como un operador, un manipulador que pasa en limpio las ideas de otra persona. En otras escuelas, prevalece una serie de conocimientos semióticos y mercadotécnicos a los estrictamente técnicos. El egresado de estas instituciones parece estar más entrenado en las funciones jerárquicas de un estudio; es más empresario, analista o director que diseñador.

Entre ambos paradigmas, las escuelas brindan una serie de herramientas conceptuales de diseño (con dispar profundidad) y entrenan a sus educandos en su uso (con dispares resultados). Así, la opinión acerca de los recursos que deberá poseer el futuro diseñador gráfico es variopinta, pero parece oscilar entre los técnicos y los conceptuales. ¿Son todos importantes por igual? ¿Habrá alguno más necesario que otro?

Una posible respuesta

No creo que exista un método de diseño absoluto ni que haya una herramienta suprema. Más bien creo en principios de diseño como guías, en estrategias que deben formularse correctamente y en aspectos tecnológicos que hay que dominar. Todo esto es importante para comunicar efectivamente y puede aprenderse en los cursos que enseñan diseño.

Sin embargo, hay una habilidad importantísima y que, por ser imposible de abarcar en su totalidad, no puede enseñarse en las aulas: la sensibilidad. Sin ella, el diseñador no será capaz de apreciar los matices de una cultura y el grado de desarrollo artístico, científico e industrial de una época o grupo social determinado. Por el contrario, mientras mayor sea su acervo cultural, mayores serán las asociaciones que hará y que producirán una respuesta de diseño. Sencillamente, tendrá más ingredientes para decidir cómo cocinar su propuesta.

Aunque esta sensibilidad no puede enseñarse, sí es posible estimularla en los claustros. Los docentes deben sacar las aulas a la calle para entrenar los ojos y corazones de los estudiantes, para que exploren los espacios públicos y descubran los tesoros que guardan. Que atiendan a las manifestaciones culturales (históricas y contemporáneas), analizando sus orígenes y explorando sus posibilidades.

En este sentido la sensibilidad (y una cultura vasta) no solo sería la habilidad más importante, sino que sería esencial para ser un buen diseñador. Esto no quiere decir que ser culto garantice diseñar con excelencia, pero quien desarrolle su sensibilidad y amplíe su cultura seguramente encontrará más rápidamente respuestas efectivas y creativas.

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