Sánchez Mercado sobre El símbolo de una comunidad (34770)
Diálogo iniciado por Joaquín Eduardo Sánchez Mercado en el artículo El símbolo de una comunidad
No coincido, un símbolo siempre es arbitrario porque su significancia es artificial, sólo es decifrable para el que conoce el significado que se le atribuye. ¿Que niño recién nacido podría identificar el símbolo de la cruz, de la estrella de David, el gorro frígio, o el trébol de los irlandeses, etc., si no se le explica? ninguno. Un símbolo sólo adquiere significado cuando se nos ha revelado su contenido simbólico, que puede ser significante para una persona o grupos, comunidades, religiones, naciones, partidos políticos etc. No hay ninguno que posea significado universal automático de origen
negativo colega, se trata del imaginario colectivo, algo que esta instaurado por convención en la sociedad, siguiendo su ejemplo... un niño tampoco sabe como se llama ni de que nacionalidad es, pero no por eso deja de tener una identidad (y una identidad unica otorgada con un numero).
Imaginario colectivo, o no, me parece arbitrario, estoy con Joaquín: que al niño le asignen un número no implica que comprenda el significado que se le atribuye. Mi documento de ciudadanía no la equiparo con mi identidad: para el niño que recién nace en Bogotá o en Buenos Aires, el asunto es tan ajeno como para el niño, digamos, de algún pueblo indígena aislado del centro del Brasil cuyo pueblo ni siquiera entiende qué es el Brasil y al que ciertamente no le asignaron número, y si su pueblo le asigna algún signo es en principio 'arbitrario' (por etimología «lo que el juez decide»).
Joaquín tiene razón en que todo símbolo es arbitrario, pero Bruno también tiene razón en que el significado del símbolo (una vez instaurado, aunque sea arbitrariamente) existe y es entendido y reproducido por los colectivos o comunidades.
Este artículo está enfocado en cómo lograr instaurar un símbolo como marca país, más allá de que podamos estar o no de acuerdo con esa intención.
Según Norberto, la marca país debería ser una política de estado. Así, si los ciudadanos asumen el símbolo como propio (porque ya lo era desde antes), el siguiente gobierno no podrá reemplazarlo, como suele suceder.
Fijar la identidad simbólicamente me asusta;el geógrafo sueco Gunnar Olsson (autor de «Crítica de la razón cartográfica») afirma que en la expresión «Individuo y Colectividad» lo más importante es el conector «y»; José Luis Ramírez, distingue «colectivo» de «común»: comunidad, supone convicencialidad e influencia mutua,hacer la tarea juntos, colectividad es algo más negativo que ilustra con el cuadro de Goya «El coloso o el pánico», es rebelión de masas y los movimiento libertadores masivos acaban en dictaduras. Yo preferiría una marca país cambiante cada cierto tiempo película, más que foto.
Gracias por la aclaración Luciano, y Alfredo: me parece que cambiante no es la mejor opción (aunque hayan nuevos paradigmas en la actualidad que requieran en algunos casos tal cosa), imagínese cambiar los colores de la bandera de Colombia, o más simple aún, solo alternarlos... los ciudadanos de su país seguirían sintiéndose representados por dicha bandera? (no me quiero meter en terreno pantanoso). Es justamente lo que se quiere evitar, y si una marca (en este caso país) fuera la «adecuada», no habría falta renovarla, ni aunque vinieran nuevos gobernantes con «nuevas ideas«
Paradójicamente Bruno, concuerdo y discrepo, considero los países ficciones ancladas en el tiempo, pese a ello cambiantes (hace 250 años no existían lo que llamamos tu país o el mío y acaso en 250 años tus descendientes y los míos llamen al mismo territorio «el nuestro»); similar pasa con sus símbolos: Cambian. Así, 30 años atrás a nadie le preocupaba ese nacionalismo comercial o cultural ,según se quiera, que demanda tener marca-país «adecuada» y ahora a todos nos preocupa. Cronocentrismo llamaría yo a cierta tendencia a creer que lo que es fue siempre, que nos hace invisible el cambio.
Los símbolos nacionales son arbitrarios, y su longevidad depende del poder de minorías dirigentes y su diálogo con mayorías que los aceptan y, eventualmente, transforman sus significados. El planteo de Luciano entonces cobra relevancia: sólo como política de estado podría perdurar una marca país. Sin embargo, teniendo en cuenta las dinámicas democrácticas de hoy, con sus alternancias y cambios de rumbo, es cuestionable que este tipo de políticas, que tocan al reconocimiento de una cierta identidad, puedan sostenerse el tiempo necesario para que, como dice Chaves, la comunidad los adopte.