Crítica al cosismo
Cuando te embarcas en el «cosismo» ya no hay vuelta atrás. Hagamos el ejercicio de dejar el micro y mirar el macro.
AutorCecilia Vega Seguidores: 135
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No sé bien dónde escuché y acuné el término «cosismo», sospecho que fue en la Universidad. Resulta gracioso, para mi, que al buscarlo en internet, la palabra realmente exista, pues siempre pensé que era una más de las palabras pseudo-inventadas, pero muy bien aplicadas, de mi «particular» profesor. Una de las definiciones habla de cómo la palabra «cosa» es utilizada a destajo, producto de una pobreza de lenguaje y esfuerzo. Técnicamente no dista mucho de la mala costumbre que tiene el ser humano (no diré, el diseñador, porque es un tema de raza, no de gremio) de ver primero la cosa y luego el contexto. Peor aún, detenerse en la cosa, mirarla, destruirla y perder su tiempo en ella.
El archiconocido refrán de «el árbol no te deja ver el bosque» es la mejor analogía que se me ocurre en este momento para explicar el suceso del cosismo. Ahora bien, no me autoexpío de la culpa, porque es un condenado defecto que tengo el de criticar el detalle, luego tengo que comerme mis palabras al ver la totalidad.
A modo de consuelo de tontos, debo decir que no sólo soy yo, sino una serie de colegas del medio que se mueven en estos juicios y en esta manera chiquitita de pensar. Me refiero a los comentarios de ilustradores profesionales que no son capaces de ver un proyecto en su totalidad y se centran en el «mono»; el publicista que se centra en el soporte de última generación y olvida el mensaje, o el cliente que jura que basta con tener una página web, pero que no es necesaria la difusión previa de dicho sitio.
Pero, ¿qué es el cosismo? Pues yo defino el cosismo como: «actitud proclive al ensalsamiento personal, a través del escudriño minuicioso y patógeno de tal o cual obra». Es decir, concentrarse en buscar la pifia, para invalidar la totalidad.
Por formación (y hablo de formación de vida, no académica), debo decir que de a poco he ido haciendo el ejercicio de ver primero; luego, inevitablemente, me salta el juicio de valor, y luego vuelvo a ver. Presumo que es una cualidad que viene con los años de experiencia, que si bien en mi caso no son muchos, junto a otras disciplinas (del tipo oriental) me han ido templando el carácter y el juicio, de modo que por lo menos ahora me doy cuenta del error, independientemente de que lo siga cometiendo.
La invitación entonces es a ver el todo más que sus partes, a ver la cazuela en vez de las papas y a no detener procesos inmensamente creativos con argumentos como «el mono es feo».
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