Pasión por el diseño
¿Quién no quiere sentir pasión por lo que le gusta, por aquello que ama?
AutorFernando Del Vecchio Seguidores: 818
EdiciónFernando Rodríguez Álvarez Seguidores: 216
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Te gusta diseñar, estudiaste formalmente (o no) diseño, disfrutas plenamente de los momentos en los que desarrollas tu arte (como te gusta llamarlo). Sin embargo, esa sensación de «pasión por el diseño» nunca fue algo verdaderamente presente en tu sentir. Piensas que quizás esa pasión es algo que los demás sí sienten y a ti no te sucede. A ti te gusta mucho lo que haces, pero ¿pasión?, en el sentido de la emoción que debería recorrer todo tu ser cuando diseñas, eso… no te sucede.
Encuentro que las frases del tipo «pasión por el diseño» (o «pasión por emprender») intentan ser motivadoras, pero no lo son. En algún punto pueden convertirse en una limitación, si quien debe sentir esa pasión por lo que hace no la siente y siente otra cosa —culpa por ejemplo— o se obliga a decir que sí lo siente.
¿Qué es lo que sucede? Deberías sentir pasión por el diseño:
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Pero cada vez que tratas de transmitir esa energía a cualquier proyecto, encuentras una barrera en el cliente;
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Pero no sabes cómo canalizar esa energía porque necesitas que alguien encienda la mecha de esa pasión con un pedido. Y ese pedido no llega, ni sabes cómo hacer para que llegue.
Porque así son las cosas. Lo has escuchado y leído tantas veces, que ya ni siquiera piensas si es algo que sabes íntimamente o que te han implantado. Y entonces, como cada vez que recibes un pedido para llevar adelante la pasión te encuentras con límites, barreras, impedimentos y negativas, evidentemente quien encarna esa barrera se convierte en tu enemigo natural: el cliente.
Es muy fácil pensar que el culpable de la falta de desarrollo de la pasión en ti es tu cliente. Es un sentir casi automático. Así como en una época de tu vida eran los padres quienes no permitían desarrollar las actividades que querías emprender —y por ello durante un tiempo, que quizás todavía no termine, los convertiste en tus «enemigos íntimos»—, hoy aquella figura que te limita es el cliente.
Así, construyes muchas ideas alrededor de los problemas que vas percibiendo e intentas resolver. De esa forma edificas una fortaleza. Cada ladrillo que conforma la fortaleza se convierte en un dogma. Necesitas certidumbre y cada idea se transforma en una certeza. Terminas de construir tu castillo y te mudas a vivir en él.
Habitas en tu zona de confort. No tienes forma de salir —y tampoco quieres—, porque cada situación experimentada, cada resultado obtenido, es filtrado y juzgado a través de esas creencias. Y como no puedes interpretar los resultados a través de otra mirada, las refuerzas. ¡Es tan cómodo, tan simple, vivir dentro de la zona de confort!
Pero necesitas explicar lo que sucede y surgen otras ideas que se convierten en dogmas nuevos. Algunos de ellos se plantean como funciones que el diseñador debe cumplir, como parte de una doctrina profesional. Por ejemplo: «educar a los clientes».
¿Educar a los clientes?
Tienes la intención de que acepten tus propuestas, para que te dejen trabajar tranquilo, porque tu eres el que sabe, eres el profesional en la materia, el que sabe de diseño, que es lo que finalmente el cliente quiere.
«Vendes diseño y el cliente compra diseño». Ese es tu dogma. Sin embargo, la evidencia apunta exactamente en la dirección contraria. Los clientes conocen su negocio y sus clientes. No saben de diseño y por eso hablan contigo, pero no necesitan que modifiques su pedido utilizando «creatividad». Necesitan que traduzcas su pedido verbal en un mensaje gráfico, orientado a su público. Su público, no el tuyo.
La diferencia radica en que, a veces, diseñas para un público —para quienes evalúan tu trabajo— que es tu propio gremio: tus colegas. Trabajas pensando en otros diseñadores, no en tu cliente. El proyecto del cliente se convierte en «tu proyecto» para «tu público». Sin embargo, quien paga por ese servicio es el cliente, no tus colegas. Ciertamente, parte de tu problema radica en no entender que el diseño es un servicio. Sientes la necesidad de no ser cuestionado. porque consideras que eso es una debilidad.
Tu fortaleza como diseñador podría ser la versatilidad con la que trabajas para clientes diferentes, con públicos muy distintos, que construyen un vínculo de confianza con quien y para quien trabajas: el cliente.
En ese sentido, la supuesta «pasión por el diseño» se convierte en un ancla que debilita tu proyecto profesional en lugar de potenciarlo. ¿Quiénes y dónde se promueven ese tipo de mensajes motivadores como el de sentir «pasión por el diseño»? Lo sabes, porque participas de esos ámbitos y cuestionarlo es peligroso, por la presión de un supuesto gremio «apasionado».
No quieres ser señalado por tu falta de «pasión». Está muy bien. No hace falta que confrontes. Quizás debas prestar atención a quienes tienen más experiencia de trabajo, quienes saben de qué se trata la profesión, aunque sus mensajes «desapasionados» entren en contradicción con lo que habitualmente has escuchado y creído.
Quizás quienes promueven la pasión por el diseño no trabajan como diseñadores y no lo hacen de mala fe, pero tal vez no comprendan el alcance y las consecuencias de su mensaje. Es posible que tu cliente no sea el enemigo sino el medio para lograr sentir tu pasión por diseñar. Quizás debas encontrar la verdadera pasión utilizando al diseño como medio, no como un fin. Tal vez deberías cuestionar tus dogmas y salir de tu zona de confort.
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