La esencia de lo útil

¿Cuál es el sentido y la dinámica de la creación de objetos?

André Ricard, autor AutorAndré Ricard Seguidores: 498

Luciano Cassisi, editor EdiciónLuciano Cassisi Seguidores: 2033

La esencia de lo útil
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El pasado

La especie humana para sobrevivir ha dependido siempre de las herramientas que iba creando. De entrada simples herramientas que le han permitido hacer frente a la adversidad, primero simplemente para subsistir y luego, progresivamente, para mejorar su calidad de vida. Cada época ha sabido perfeccionar y ampliar ese bagaje cultural que heredaba. Muchos utensilios básicos aun hoy nos ayudan en nuestras vida activa y tareas domésticas: el cuchillo, la cuchara y el vaso o el hacha, la sierra y el martillo, todos ellos proceden de esa creatividad ancestral. Son objetos simples y discretos pero siempre útiles, sin los que sería difícil llevar a cabo, aun hoy, muchas de las tareas esenciales de nuestra vida cotidiana. Recordemos si no, ¡lo difícil que resulta calzarse cuando no tenemos un calzador a mano! Un gran número de modestos enseres que utilizamos, a los que préstamos poca atención, pero que nos son indispensables para realizar las tareas cotidianas más básicas. Todos ellos son como una suerte de “prótesis”, sin las cuales seríamos conscientes de nuestras discapacidades para vivir. Su uso habitual nos parece tan obvio, tan normal, que ya no nos maravillamos ante su ingeniosa eficacia.

Todos estos aparejos, además de su función utilitaria, son también un testimonio de las aptitudes y anhelos de la época en que fueron creados. Es mediante estas cosas materiales, que nuestra especie revela la dimensión y calidad de su cultura. El esfuerzo imaginativo que este equipamiento artificial ha precisado, ha estimulado también la evolución y desarrollo de los conocimientos de todo el colectivo que lo creó. Los objetos son la huella material que deja el Hombre de su historia. Ellos describen implícitamente cómo eran quienes los idearon y es por ellos que sabemos de las civilizaciones que nos precedieron. Son a veces el único rastro que de ellas tenemos.

Cada utensilio, herramienta o máquina que ha llegado hasta nosotros ha sido creado por quienes, utilizando los conocimientos y las tecnologías de su época, definieron cada detalle de sus formas, sus materiales y les dieron las cualidades prácticas que poseen. La configuración que hoy tiene cada pieza de este legado de útiles que seguimos utilizando, es el resultado de un largo proceso de mejoras que generaciones de artesanos han ido aportando continuamente.

El presente

En la sociedad industrial en que vivimos, la creación de lo que se va a producir ya no puede depender de esa larga maduración de dilatados tanteos del try and error (prueba y error). El sistema industrial de producción masiva, exige asegurar que el producto que se fabricará sea de entrada acertado y cumpla óptimamente la función que se le ha asignado.

Desde hace algo más de un siglo fue así perfilándose una nueva disciplina creativa que responde a esta exigencia: el diseño industrial. Su propósito es el mismo que el que guío a la creatividad ancestral: que todo lo que creamos tenga como finalidad la mejora de nuestro bienestar. De modo que, también en la era industrial, el producto que se fabrica ha de ser, en cada caso y situación, la óptima alternativa posible. Comprendiendo que el propósito esencial de todo nuevo ente material que se crea ha de cumplir eficazmente la función específica a que se le destina. Esa es la raison d’être1 de todo lo que creamos. Al acometer un diseño es fundamental considerar que su utilidad (necesidad y función) es lo primordial. Cumplir este precepto no impide que quien lo crea deje también su impronta personal en sus obras. 

Si bien los objetos útiles poseen una forma que, en general, está determinada por la utilidad que deben facilitar, ese núcleo funcional irrevocable impone su diktat,2 pero nunca las exigencias funcionales definen la totalidad de la forma del producto final. Siempre hay áreas que no están sujetas a estos dictados impuestos. Es allí donde cada creador puede expresar su sensibilidad y su ingenio. Es en esta área de libertad de expresión donde la función abandona su fría austeridad y se humaniza.

La funcionalidad solo delimita las características de naturaleza operativa. Un objeto útil no puede ser únicamente “utilitario”. Siempre posee además un significado adicional identitario, un “significado” que también tiene un propósito útil, de otra categoría, pero con un finalidad claramente definida. Son muchos los objetos que sirven como nuestros auxiliares en tareas manuales o intelectuales; pero también hay otros que sirven para satisfacer sutilmente nuestra sensibilidad, para denotar nuestra pertenencia a un grupo en particular. Si los unos satisfacen necesidades prácticas; los otros, las necesidades rituales no menos importantes de afirmación personal, comunicación con otros o integración social. Por lo tanto, de la misma manera que las herramientas prácticas de nuestra vida cotidiana evolucionan constantemente, con mejoras adicionales facilitadas por la tecnología, este otro tipo de objetos con esa “función” simbólica con la que están imbuidos, también evolucionan en paralelo. Para este idioma significativo, como cualquier otro idioma, existe un proceso de constante mutación. Muchos símbolos pierden su significado anterior y “dicen” algo diferente. Para decir lo que solían decir hay nuevos símbolos para reemplazarlos. El lenguaje cambia pero el significado... el significado permanece. Este tipo de lenguaje no se limita a artículos de lujo, sino que ha impregnado los objetos más prácticos. Por lo tanto, a través de objetos esencialmente prácticos también estamos “hablando” sobre nosotros mismos.

¿Y el futuro? 

El puro y duro enfoque funcionalista ya no se aplica en las cosas que utilizamos. En los objetos muy tecnológicos la función no determina ya la forma que tiene un objeto. A principios del siglo XX, para olvidar esa moda que consistía en adornar los objetos con toques del Art Nouveau, el Movimiento Moderno partió de un enfoque racionalista, partiendo de lo que posibilitaban las nuevas tecnologías y materiales. Ese racionalismo abrió un nuevo horizonte y todo un repertorio de nuevos enfoques y genero una nueva estética sin relación alguna con el pasado, una estética que ha marcado con su impronta todo el siglo XX, y aun colea.

El posmodernismo surgió pretendiendo reemplazar aquel racionalismo pero acabo siendo un curioso movimiento pendular que, tan pronto, recuperó rasgos del más lejano pasado, como también signos, formas y colores del mas puro kitsch. Nos hallábamos entre un movimiento en favor de la función pura y otro variopinto que se deleitaba en el efectismo ornamental. 

Observando el curso de la historia vemos que esta se mueve según un pulso binario de evolución-involución. Cada ciclo histórico surge radical. Intenta separarse del ciclo anterior de manera absoluta. Sus propuestas pretenden llenar lagunas existentes, pero lo hacen de manera excesiva. Falta moderación y reflexión. Excesos que el propio movimiento no puede frenar. Su energía parte de ese absolutismo. Será el ciclo siguiente el que, aun proclamando su ruptura con el ciclo anterior, sea capaz de respetar la esencia de los logros conseguidos por este, iniciando una nueva dinámica en la que las aportaciones sustanciales hechas por cada ciclo se descubran y afiancen, no en su propio tiempo, sino en el siguiente. Luego este nuevo ciclo, cometerá sus propios excesos y será el próximo ciclo el que determine y retenga los logros que lo merezcan. De modo que, ni el radicalismo del Movimiento Moderno ni su rechazo por los nuevos modernismos ha de sorprender. Es ley de vida. 

 

Nos queda un hecho obvio: que lo que el diseño aporta va siendo reconocido. Ahora existe una plena conciencia del factor “uso” en el diseño de las cosas, un factor que siempre ha existido en la artesanía pero que no se tuvo en cuenta al comienzo de la era industrial. Como siempre, para despertar de su letargo, una sociedad se desploma en una especie de inercia perniciosa. Era necesario pedirlo todo para obtener algo; y esto fue exactamente lo que sucedió. Es cierto que debemos poner fin a esta idolatría de la ciencia y de la razón. La esencia misma del Hombre reside en esa sutil síntesis de magia y lógica. Solo el equilibrio correcto entre estos dos vectores puede producir un entorno creado por el Hombre con una dimensión verdaderamente humana. La misión del diseñador de hoy es crear en los artículos de la sociedad industrial esa difícil síntesis que el artesano ordinario del pasado pudo lograr en su trabajo.

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  1. N. del E. “razón de ser” en francés.
  2. N. del E. “dictado” en alemán.
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