La burocratización de la investigación

El sistema educativo incrementa el número de tareas exigidas a los profesores, erosionando el rendimiento en su función primaria.

Marcelo Fraile Narvaez, autor AutorMarcelo Fraile Narvaez Seguidores: 7

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«Las velocidades […] difunden hacia todos los puntos de nuestro territorio una nueva información».

Le Corbusier1

El concepto de educación ha mutado. Una burocracia desproporcionada invade las instituciones académicas, ralentizando y disminuyendo los tiempos de investigación. Como en el agujero del conejo de Alicia, nos metimos en un mundo de formularios online, donde todo es clasificado estableciendo categorías, estructuras y limites. Lo que no está ordenado, catalogado y etiquetado queda fuera del sistema hasta tanto se encamine o adquiera su correspondiente filiación. Y, mientras constantemente se destacan las ventajas de una estructura multidisciplinar, que un arquitecto hable de biología o un médico de ordenadores, pude producir reacciones negativas, como si se tratase de un tabú.

Nuestro saber ha quedado organizado en cajitas separadas, ordenadas en colores, tamaños y formas. Del mismo modo, nuestros investigadores han resultado sumidos en un mundo tortuoso, enroscados por una burocracia que asfixia, más preocupada por el impacto de sus publicaciones que por el verdadero valor de la investigación.

Cada vez más los profesores e investigadores universitarios, son obligados a pasar su tiempo académico rellenando papeles, reduciendo el espacio dedicado a la docencia y la investigación.

Para Martin Parker y David Jary, profesores de la Staffordshire University del Reino Unido, se trata de una «macdonalización de la universidad»,2 un proceso que ha provocado la reducción de las autonomías de los profesores y una estandarización de sus trabajos.

Se ha creado un sistema burocrático de estructuras complejas, que incrementa el número de tareas exigidas a sus profesores; un vertiginoso proceso que requiere de acreditaciones continuas y valoraciones externas, erosionando las tareas inherentes a la obligación primaria, que es enseñar.

Sumidos en un código Q, los jóvenes investigadores deben embarcarse en un viaje sin retorno, un viaje de planillas digitales, que, como Ulises, no tienen muy en claro los desafíos que deberán enfrentar en cada nuevo período de evaluación. Frente a esta situación, el investigador queda relegado a un ofimático, un oficinista, sentado en su escritorio, llenando formularios que continuamente migran de una plataforma a la otra.

Este proceso no es gratuito, es parte de una inmensa maquinaria del mundo contemporáneo, donde «[…] los valores del mundo académico y su vocación de servicio a la sociedad se han visto sustituidos, al menos en parte, por los objetivos de supervivencia y prosperidad de cada universidad en particular».3

Cautivo de esta práctica, el investigador deberá elaborar continuos informes de avances, dirigir tesis de doctorado (los de máster computan menos o no computan), escribir al menos 3 papers originales publicables en revistas con altos índices de impacto, y participar en congresos internacionales cuyos epicentros sean como mínimo regionales. A esto habrá que sumarle las respectivas clases de grado, posgrado y seminarios adicionales en universidades extranjeras (previa invitación). Un sistema restrictivo donde los que están adentro pelean por permanecer y ascender, y los que están afuera intentan ingresar.

La cultura occidental en su obsesión por el orden y la disciplina, parece haber olvidado que los avances en las artes y en la ciencia han sido a menudo el resultado de la interacción sinérgica y de relaciones simbióticas entre individuos.

Para algunos se trata de un mecanismo eficiente, que filtra y evalúa la producción científica de nuestros investigadores, otorgando solo a los mejores las futuras financiaciones, becas o contratos laborales; en tanto que, para otros, se trata de un sistema perverso, que distrae a los investigadores de su primigenia tarea, para sumirlos en un mundo de planillas, que no pueden garantizar con rigurosidad el valor de la producción, limitándose únicamente a medir cualidades procesales.

En este sentido, para Elena Postigo, profesora de filosofía y bioética de la Universidad Francisco de Vitoria, «la creciente burocratización administrativa de la universidad, a petición de instancias superiores (agencia de acreditación, consejería, ministerio), y el sometimiento a la nueva pedagogía está perjudicando al profesor-investigador que quiere estudiar más para mejorar su docencia».4

De manera análoga, para el antropólogo estadounidense David Graeber, se tratan de ««trabajos de mierda» o «trabajos postureo» (‘bullshit jobs’) […] donde los profesionales pasan la mayor parte de su tiempo llevando a cabo actividades inútiles».5

El fenómeno ha llegado a situaciones extremadamente ridículas. Por ejemplo, hay instituciones académicas que destinan sus magros presupuestos de investigación a contratar complejos y poco eficientes sistemas par «evaluar a sus investigadores», sin importar que muchos de estos profesionales, poseen puestos ad honorem, o no reciben ningún tipo de financiación.

La cultura occidental en su obsesión por el orden y la disciplina, parece haber olvidado que los avances en las artes y en la ciencia han sido a menudo el resultado de la interacción sinérgica y de relaciones simbióticas entre individuos.6 En contraposición, la academia parece empeñarse en comprimir los diferentes saberes disciplinares, en un simplificado menú desplegable de categorías.

Pero el mundo del siglo XXI, hiperconectado y de pensamiento multidisciplinar, requiere de un nuevo modelo, joven y rebelde: un nuevo patrón que, en su espíritu de inconformismo, sea la matriz del cambio, capaz de romper las barreras de una visión decimonónica de la ciencia, enfocada en «autenticaciones presenciales» y coeficientes estadísticos.

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  1. Le Corbusier. Mensaje a los estudiantes de arquitectura. Ediciones Infinito. Buenos Aires. 2004.
  2. Héctor G. Barnés. Qué pasa en la universidad: «Se pasa más tiempo rellenando papeles que enseñando», en El Confidencial.
  3. Héctor G. Barnés. Op.Cit.
  4. Héctor G. Barnés. Ibidem.
  5. Héctor G. Barnés. Ibidem.
  6. Garcia Barreno, Pedro, Tensegridad. Arquitectura, arte y biología, en Arquitectura Viva, Naturaleza artificial. Nº 125, pág.19.
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