El imaginario encriptado

La melancolía y la carencia, son caldo de cultivo para la creación.

Fernando Alemán, autor AutorFernando Alemán Seguidores: 8

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Lo que pasa con la gente melancólica es que se ha adentrado en una tierra incógnita. Casi siempre me ha llamado la atención cuando tengo oportunidad de interactuar con espectadores de arte contemporáneo y casi siempre la mayoría de ellos manifiesta que si bien es cierto, la exhibición en cuestión les ha parecido «interesante», ellos no «entendieron nada». Dicho sufrimiento melancólico ante lo visto y lo vivido es tan intenso e inexplicable, que el deprimido no tiene palabras ni puntos de vista para interpretar y comprender lo experimentado. Por lo tanto, es lógico pensar que se encuentra en la oscuridad. Cabe también recordarle a la gente melancólica que el mundo del Arte es muchas veces como el de la Mafia: solo se matan entre ellos.

Sin embargo cuando el espectador logra permanecer ahí sin deshacerse en virtud del objeto de su encanto, abnegado y resignado, empieza a poder distinguir formas y hasta los matices que componen esa oscuridad. En el lenguaje activo, lo blanco y luminoso se asocia con la creación, la invención y el descubrimiento. La producción cultural, tanto la llamada «alta» como la cotidiana, puesta en libros, películas, vestimenta, sonrisas, chistes, juegos, recetas de cocina y ganas de vivir, son el resultado de trances melancólicos. La paradoja es que lo «interesante» de la vida se hace con lo deslustrado.

Arthur Koestler nos habla sobre esta paradoja a propósito del humor como acto creativo, la risa y sus causas:

«La satisfacción supone siempre la existencia previa de una necesidad o apetito. La curiosidad intelectual, el deseo de comprender, derivan de una necesidad tan básica como el hambre o el sexo: es el impulso exploratorio [...]. Ese impulso hace que el ratón busque el camino en medio del laberinto del laboratorio sin que se le haya ofrecido una recompensa, y es en el campo humano un impulso primario hacia la investigación y la exploración. Su naturaleza “desinteresada” o “distante” —que hace que los científicos se queden absortos y se olviden hasta de sí mismos siguiendo los derroteros de la naturaleza— viene a menudo combinada con la ambición, vanidad y competencia. Pero esas tendencias autoasertivas deben verse restringidas y sublimadas para que se den las más espectaculares recompensas en tan lentas y pacientes tareas. Sin duda hay maneras más directas de afirmar el propio ego que con el análisis del ácido desoxirribonucleico».

Cuando denomino a la invención o descubrimiento, el arte más «neutral» emocionalmente hablando, no implico con dicha neutralidad la ausencia de emociones, es decir, la apatía, sino que en él hay una combinación equilibrada de motivaciones sublimadas, mezcla en la que se limita la auto-asertividad a realizar la tarea, y las otras tendencias a la especulación espontánea, sobre los misterios de la naturaleza, se ven igualmente sometidas a los rigores de la verificación objetiva.

Hay un contraste obvio entre las reacciones emocionales del creador y del consumidor: la persona que inventa el chiste o la idea cómica raramente se ríe del proceso. La tensión creativa con la que trabaja no es del mismo tipo que la que se crea en la audiencia. El humorista está entregado a un ejercicio intelectual, a una acrobacia mental; aún cuando esté motivado por la inquina más acerba debe destilar y sublimar esta última. Una vez que da con la idea y construye la estructura lógica, el patrón básico del chiste (o acto creativo), usará los trucos del oficio (el suspenso, el énfasis, la implicación) para modelar las emociones del público, para hacerle explotar en risas cuando el mecanismo sorpresa haga efecto sobre ellos.

Se entiende entonces por qué el proceso creativo es tan melancólico y viceversa: quien está indignado, iracundo, rabioso, es por lo común un ejemplar «corrector de anomalías» a la hora de una exhibición, pero para necesitar hacer algo, por ejemplo sacar cosas de la nada, inventar creencias, pintar fantasías, fundar paradigmas con los recursos de la Ciencia, el Arte y la vida cotidiana (que es Arte y Ciencia a la misma vez), se requiere de verdad del desamparo, del desencanto de la melancolía. Para crear hay que carecer. El aburrimiento es por lo que escribí este texto.

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La ilustración de este artículo es un encuadre de la obra «Melancolía» de Edvard Munch. Óleo sobre lienzo, 81 x 100,50 cm (1894-1895)

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