El diseño web es artesanal
Una paseo por el diseño web, su proceso y desarrollo escrito a mano. Códigos en varios lenguajes que resultan en productos visuales impecables, funcionales y rentables.
AutorEmmanuel Pravia Seguidores: 38
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Paradógicamente, el diseño web profesional se hace a mano. Codificando pieza por pieza semánticamente. El contenido en HTML y la forma en CSS. Así entonces, como diseñadores desarrollamos el lado cerebral opuesto al que estamos acostumbrados muy cómodamente a usar. Hacemos gimnasia cuando le entramos a esta disciplina promoviendo intensos dolores de cabeza, hasta acostumbrarnos a la lógica constante de las etiquetas y los atributos, las reglas y los selectores; a los valores RGB y hexadecimal cuando nos peleamos con el color aplicado a los monitores.
Exploramos horas que pasan volando ante nuestros monitores, iPhones, Blackberries, iPads y somos conscientes de un aparente letargo en la productividad. Pero estamos estudiando como nunca antes. Leemos Wikipedia, la «RAE» es comida diaria, activamos el RSS de nuestro cliente de correo, habilitamos «la nube» y hasta compramos aplicaciones y pluguines legales en internet. Leemos y releemos acerca de incrustar fuentes sin entender que son solo 3 simples pasos para hacerlo con CSS3. Aprendemos a buscar en Google, leemos estadísticas, usamos Analytics, hacemos newsletters y los enviamos, buscamos APIs, los intalamos; tuiteamos y nos volvemos unos románticos del CSS buscando generadores de código tan solo para lograr una esquina redondeada.
Vamos y venimos a GoDaddy, finjimos entender Whois. Somos cybernautas de tiempo completo y finalmente aprendemos a copiar y pegar letras, a acomodarlas en líneas de código, aprendemos poco a poco otros lenguajes otras palabras. Simultáneamente, escribimos y volvemos a escribir sin que nos perdone el validador W3 un error de sintaxis, ni los errores lógicos. Pensamos todo el tiempo en un usuario humano y en los robots de búsqueda. Copiamos y volvemos a pegar confirmando el principio mágico del uso básico de las computadoras.
Los complementos del navegador nos auxilian, PHP nos degolla, el servidor nos azota y JavaScript hace que suspiremos cuando una imagen al fin hace fade con jQuery. Platicamos con el diseño todo el día y muchas noches encerrados en un cuadrito donde nos ponemos a trabajar y a trabajar y hasta logramos desarrollar habilidades ocultas pensando con esa lógica que tanto nos cuesta a los creativos.
Platicamos con los desarrolladores, chateamos un día entero con ellos y no les entendemos. Revisamos el brevario, el wireframe, la minuta de la última reunión. Los acuerdos con el cliente. Excluimos Flash, probamos otra vez el iPad, apagamos el celular y nos vamos a las cinco de la tarde a tomar un café, sin avisar; sin dejar de pensar en esa celda del formulario que no marca el error que propusimos.
Pasan dos semanas y al final del mes, vemos cómo se transformó nuestra charla con el cliente en una obra de arte hecha a mano —en el lienzo de Coda, tal vez— donde cada persona puso una pieza y casi parece un auto caro, con todas las prestaciones, simplificado, accesible y funcional.
Así es como el diseño se convierte en una pintura exhibida en el web: un cuadro hecho a mano puesto en la galería de la matrix.
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