El diseñador, el médico y el cliente
Para que la profesión del diseño deje de ser sub-valorada, los diseñadores tenemos que hacer un cambio en lugar de esperar a que cambie el comitente.
AutorJavier Lede Seguidores: 3
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Este artículo surge como respuesta al texto de Claudio Molina, «El médico y el diseñador». No podemos pretender compararnos con otras disciplinas que tienen una reputación consolidada a través de siglos de trayectoria, avalada por prácticas profesionales con resultados concretos, difícilmente discutibles. Tenemos que rever nuestra posición como profesionales para tratar de entender por qué aún no conseguimos la fe del cliente y así revertir la situación.
El panorama
En nuestra área existe un gran abanico de profesionales que responden a problemáticas similares con metodologías y resultados diferentes. No existiendo garantías de calidad en los resultados de un diseñador «X», y ante la imposibilidad de diferenciar a priori al «profesional» del «improvisado», es lógico que el cliente promedio dude de la efectividad de las propuestas de los diseñadores.
La relación diseñador-cliente
Esperar que el cliente acepte a ojos cerrados la propuesta de trabajo del diseñador es un acto de soberbia. La práctica de diseño es un trabajo de diálogo. Nuestro desafío como diseñadores está en interpretar el mensaje y los intereses del comitente para traducirlo de la mejor manera al público objetivo. Dado que todos —y me refiero a TODOS los seres humanos— somos decodificadores de mensajes, todo producto diseñado (codificado) llama a ser opinado. Los diseñadores debemos asumirlo de una vez y encontrar la manera de lidiar con ello.
Aún así, la opinión del cliente es simplemente un punto de partida. Resignarse a hacer sólo lo que este pida es una falta del diseñador. Tampoco se puede decir que tratar con un cliente sea sencillo, pero esto no solo sucede en el campo del diseño.
Cuando un comitente propone una idea inviable o inadecuada, el decir simplemente «no», no nos ayuda en nada. En mi experiencia como diseñador fui entendiendo que mejor que un «no» es un «sería mejor si…»; en lugar de negar una propuesta, brindar otra que al criterio profesional sea más oportuna. Cuando el cliente ve una solución alternativa, que se hace evidentemente más efectiva, en la mayoría de los casos la recibe de buen agrado. Ahora... cuando no se logra explicar por qué la propuesta es mejor, el problema no es el cliente sino el vacío conceptual del diseñador.
De mis experiencias profesionales, las más gratificantes han sido aquellas en que el cliente se sintió parte del proyecto como co-autor, aportando perspectivas fundadas en la experiencia concreta de su actividad al tiempo que se resolvían piezas de calidad gráfica y eficiencia en la comunicación.
En resumen, la relación vertical diseñador-cliente no funciona, ya sea que arriba se posicione uno u otro. Hay que lograr una relación horizontal, donde el trabajo en equipo encuentre la conformidad de todas las partes.
La formación profesional de los diseñadores
Otra situación que afecta la legitimidad profesional de nuestro área es la crisis en la educación del diseño. La educación formal que se da en las universidades brinda un capital cultural institucionalizado. Todo «título» debería certificar una cantidad de conocimientos mínimos adquiridos que den acceso a la oferta laboral. Pero, lamentablemente, en las carreras de diseño estos conocimientos mínimos están desdibujados, y de una misma universidad pueden salir profesionales con muy distinto grado de aptitud. ¿Cómo esperamos que el cliente confíe en nuestra profesión, si nuestro título no brinda garantía en la práctica profesional?
Conclusión
No sirve de nada que los diseñadores nos paremos en un pedestal y desestimemos la opinión del cliente. Es más fructífera una relación horizontal, completando y rediseñando las ideas del comitente para lograr que ambas partes quedemos conformes.
Tampoco se puede esperar respeto solo por tener un «título», aunque esto suceda con otras profesiones consolidadas. Para lograrlo, los diseñadores debemos aprender a mostrar idoneidad en nuestras prácticas, porque el respeto no se impone, se gana.
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