Diseño: ¿oficio o producto?

El diseñador no puede lograr para sí lo que hace excelentemente para otros. Existe una dificultad para comunicar al cliente el valor de lo que se ofrece.

Jorge Montaña, autor AutorJorge Montaña Seguidores: 232

Luciano Cassisi, editor EdiciónLuciano Cassisi Seguidores: 2030

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El diseñador José Argotty, forma parte de Bambarabanda, un grupo musical. Si bien él no toca ni el timbre, se ha dedicado con suceso a hacer la gestión de imagen y dirección de arte de la banda. José interpreta fielmente la identidad del grupo, que se caracteriza por una interesante fusión de rock con su música autóctona, regional y andina, con un sonido novedoso que lo ha proyectado a un prometedor lugar en el escenario colombiano. Lo interesante es que ha logrado que lo que comenzó como un pasatiempo, empiece a ser, además, un buen negocio.

José diseña la capa de los CDs, los carteles y boletas y hace una efectiva promoción en las redes sociales. Desarrolla el concepto y se ha vinculado en el proceso de vestuario. Incluso detrás de bambalinas ha aprendido a ser videojockey. A pesar ser miembro del colectivo, ha interpretado a la banda como cliente, sabe que su producto son los discos, los conciertos, productos promocionales y eventos. Maneja desde el diseño la imagen.

José me cuenta que en su desempeño profesional, con otros clientes, no sucede lo mismo. Esto coincide con lo que dicen casi todos los profesionales, jóvenes y no tanto, que buscan oportunidades profesionales en diferentes campos sin lograr que el mercado los reconozca. El portafolio de José muestra muy buenos trabajos, una hoja de vida con buenas recomendaciones y algunos premios, pero a diferencia de su banda, él no logra proyectar lo necesario para resultar deseable para el mercado. La razón es sencilla: la banda es un producto, el no.

Un producto corresponde a una necesidad —en el caso de Bambarabanda, diversión y entretenimiento—, tiene unas características específicas que generan reconocimiento e identificación. José, como «director de arte» de un excelente producto, logra manejar la imagen, pero cuando se trata de aplicar los mismos conocimientos a la oferta de servicios de diseño, no logra el mismo resultado. Su función cuando diseña para la banda es eminentemente operativa: hace exactamente lo que el cliente necesita.

Es que el diseñador es como el sastre. Un individuo que interpreta gustos y necesidades del cliente para trabajar a la medida. Muy pocos diseñadores se vuelven producto. Por ejemplo, Karim Rashid, que en un entorno opulento de alto status como Europa, vende su imagen como un valor agregado a los productos que otros hacen, complementando esto con un eximio manejo de su imagen personal. Rashid hace consigo mismo lo José con Bambarabanda.

Algunos sastres ponen una tienda y empiezan a vender cosas. Se vuelven empresarios. Dejan las tijeras y el dedal para manejar el negocio. Dejan su oficio para evolucionar en otro. A algunos les va muy bien. Por ejemplo, yo compro un vestido a cada cinco años, pero hace 25 años al mismo sastre. El hombre trabaja bien, trae telas buenas y exclusivas. Aún conservo su primer pantalón en perfecto estado. Es un hombre culto, competente en su oficio, atiende muy bien y siempre tiene novedades. Es un peligro visitarlo, pues es un gran vendedor, de modo que si te descuidas vas por un pantalón y acabas encargando dos camisas y un saco. No vende tenis, no atiende el mercado femenino y en su local no se consiguen productos macrobioticos. A pesar de tener un local comercial vistoso, él tiene claro que es un sastre, y yo sé que cuando necesito ropa buena tengo que visitarlo.

José diseña productos y muebles, trabaja con artesanos y comunidades, hace consultorías, ha sido profesor y es diseñador de imagen, Web manager y VJ en la banda. Ha descubierto que también tiene competencia en la gestión cultural, y como en eso le va bien es probable que encuentre nuevos caminos. La experiencia hace que vayamos encontrando nuestras fortalezas y competencias hasta tener clientes fieles como los de mi sastre, pero solo si hacemos clara nuestra oferta de valor como él lo hace. A los profesionales del diseño nos conviene dejar de ser «toderos» o camaleones, tener claro qué ofrecemos y proyectar al mercado una imagen clara, coherente y deseable de ser adquirida.

Infelizmente pocos tienen la paciencia y persistencia necesarias. La formación de los diseñadores, basada en un ego patético, hace que desde afuera se nos vea como representantes de un oficio en lugar de como productos deseables. Así, gente muy capaz termina desistiendo de la profesión. Tal vez la peluquera del barrio pueda dejarnos algunas buenas enseñanzas.

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