Concientizar no es imponer

¿Qué se esconde en la idea de concientización a la hora de diseñar y comunicar políticas públicas?

Diego Nuñez de la Rosa, autor AutorDiego Nuñez de la Rosa Seguidores: 16

Andrés Gustavo Muglia, editor EdiciónAndrés Gustavo Muglia Seguidores: 138

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La basura es un gran problema. ¿Cuánto faltará para que colapsen los rellenos sanitarios y las ciudades se vean inundadas de basura? ¿Alcanzarán las medidas tendientes al reciclado, la clasificación, la reutilización? ¿Por qué parecen no ser efectivas las simpáticas y verdes campañas de concientización?

Los accidentes de tránsito asesinan exponencialmente a más personas cada día. El dengue ha vuelto y parece que para quedarse entre nosotros. Los niños y jóvenes más vulnerables se queman la vida con drogas baratas. Son problemas que alteran la vida y prefiguran una sociedad despreocupada del futuro y la convivencia. Y para todo, o casi todo, hay un equipo de profesionales, de ámbitos públicos o privados, que idean campañas de concientización que resuelvan o al menos mitiguen las indeseables consecuencias de esos problemas.

La lógica imperante de la concientización, dicho mal y pronto, es la de «bajar línea». Decirle a otro, a quien no se conoce, qué tiene que hacer y cómo tiene que hacerlo. Recicle, separe la basura, póngase el cinturón, no se drogue, use preservativo. Grandes inversiones en publicidades televisivas y radiofónicas, los más lindos diseños de piezas gráficas, los más ingeniosos eslóganes y, como por arte de magia, la «gente» —ese actor tan difuso y tan convocado— ya está concientizada. Y entonces todos contentos: profesionales de la publicidad felices de hacer bien su trabajo con sentido social y también de poder cambiar el auto; funcionarios y legisladores satisfechos por las «acciones» de gobierno que les garantice la reelección; empresas que desarrollan su responsabilidad social empresaria, lavan imagen y deducen impuestos. Y la «gente» respondiendo, solo a veces, como el perro de Pavlov, mientras dure el estimulo, o directamente ignorando por completo tales campañas ,generándose en el mejor de los casos una doble conciencia de repetir lo que hay que hacer pero sin hacerlo. Ese es el sentido de la concientización, entendido como la intención estéril de operar sobre las conciencias de las personas.

De la ingenuidad al oportunismo, pasando por la soberbia, todos aquellos que busquen concientizar «gente» no estarán teniendo otro objetivo, tácito o explicito, conciente o inconciente, ya que se prefiere la psicología de imponer significaciones, optando por el paternalismo, educando al soberano que por lo general no sabe nada de lo que un grupo de expertos sutilmente ordena hacer: autoritarismo homeopático.

Comunicar no es «bajar línea». Comunicación es construir sentido con los otros. Comunicar no es lo que un emisor le transmite a un receptor. Comunicar es problematizar situaciones, inventar lenguajes comunes y construir cultura. Y eso nunca es tenido en cuenta en las famosas campañas de concientización.

La comunicación se gesta y se da a luz, con participación, con dialogo, con el cuerpo. Con racionalidad y amor en un vital equilibrio. Los talleres participativos son una herramienta que permite problematizar los temas, encontrar las posibles soluciones y diseñar la forma de comunicárselo a la comunidad.

La comunicación es poder, por eso, diseñar estrategias de comunicación que contemplen la voz de los ciudadanos —en lugar de sólo la opinión de unos cuantos especialistas— significa tener una clara determinación política de distribuir poder. Enviar una encuesta con el impuesto municipal no es fomentar la participación.

Aquí el rol de los equipos técnicos hace la diferencia. Habitualmente las campañas de concientización son pensadas por especialistas técnicos —ingenieros, sociólogos, economistas, gestores ambientales, médicos— y ejecutadas por publicistas o diseñadores gráficos. El trabajo interdisciplinario, horizontal, colaborativo, cede ante la lógica del zapatero a tus zapatos. Unos aportan el dato mientras otros lo venden al público objetivo.

También comienzan a ser convocados los comunicadores sociales, la mayoría de las veces como meros ejecutores, para redactar la mejor gacetilla, diseñar el más lindo folleto o realizar el documental donde contraste el perro sucio del basural y la señora feliz con overol y guantes clasificando basura, mientras el intendente observa con cara de interesado.

Cambiemos entonces la noción de concientizar gente por la de comunicarnos con personas, que tienen problemas reales, que necesitan rápidas soluciones de un Estado activo, y que cuentan con el derecho de ser protagonistas de la planificación y la ejecución de políticas públicas que afectarán sus vidas cotidianas.

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