Arquitectura energética consciente
Comunión del conocimiento arquitectónico con el conocimiento energético dimensional.
AutorErick Bojorque Seguidores: 20
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Manifiesto
Buscar el conocimiento es una noble tarea, pero como toda búsqueda denota la falencia. Nunca veríamos a una persona hidratada buscar con ahínco agua; es algo que no ocurre con quién la tiene en suficiencia en su interior. El conocimiento es inalcanzable por mera teoricidad y empirismo. Más sencillo es conseguir un dolor de cabeza, que el conocimiento a través de sofismas. Fácil es entender cómo se da y en dónde se genera el conocimiento, pero muy distinto es hacerlo para sí; es decir, si quiero conocer un nuevo lugar, el conocimiento se da visitándolo, y se genera con todos los empachos que la travesía nos puede dar, pero no necesariamente eso implica que he generado un conocimiento tal del sitio en mi. Haría falta no solamente visitarlo, sino también vivir por un tiempo razonable en él, haciendo rutina y explorando sus nimiedades. Y aún así no alcanzaría un conocimiento cabal, sino el conocimiento con la medida que quiera para mi, el conocimiento que me sea pertinente y que en otro instante podría querer retomar. Ese conocimiento sería la expresión de mi inquietud satisfecha, aceptada.
En la investigación científica, por ejemplo, se parte equivocadamente del hecho de que el conocimiento tiene un fin en sí mismo, el de conocer por conocer. La expresión es el «más»: más conocimiento, más investigación. Un uroboro sin fin que no termina de satisfacer una inquietud sino que derrocha preguntas. Podríamos semejarlo a una raíz que se engorda a expensas de una fuente de agua que la mantiene así. Esa fuente en la actualidad es el mercado y el consumo global. Mientras la fuente está, no hay problema, no hay reflexión, no existe sino el derroche del engrosamiento; pero cuando la fuente se seca, entonces las otras raíces que en algún momento de la orgía se echaron a perder, se elevan al punto de necesarias y tal vez de indispensables, pues su avance estaba direccionado hacia mejores fuentes. No existe conciencia en conocimiento, sino la inconsciencia del avance, de la producción, del mercado.
Conciencia en el conocimiento es indispensable si se quiere comprender a cabalidad cómo se genera, dónde se genera y cuál es el beneficio de tal generación de conocimiento. El conocimiento usado para lo dañino es inaceptable. El conocimiento que hiere el libre albedrío del prójimo es a todas luces falta de consciencia, con lo que podríamos decir que el conocimiento está por fuera de los valores morales y éticos, simplemente es. Es el investigador quién hará consciencia del conocimiento para extraer su verdad o para extraer de él su error.
El conocimiento no es dádiva de un misterioso ser, sino la libre expresión de la vivencia exquisita del instante y de la observación con atención, tanto del exterior o del mundo como del interior o de los juicios de la propia alma, del ánima personal, que compromete o vivifica un conocimiento de manera particular, siendo la medida del mismo y la única posibilidad de su cristalización. El conocimiento no es el resultado de una búsqueda sino el libre emponderamiento del intuitivo investigador. Harían mal los cientistas entonces en querer medir, catalogar, instrumentar el conocimiento. Se les escurriría de entre los dedos como el agua, ya que no hay fórmula matemática cuya suma nos dé como resultado tal o cual conocimiento. La mano de la observación atenta y la copa de la intuición hacen posible beber del conocimiento.
Si el investigador es la causa a priori del conocimiento, variados serían los senderos del mismo. No se podría hablar entonces de un único sendero, de un único camino, de una única técnica magnífica para aprehender el conocimiento. Es más, es completamente saludable entender que cada investigador ha de encontrar su forma de conectarse y extraer conocimiento —digamos así— de una fuente universal, que también sería una entre muchas. Tal tarea dependería de las inquietudes personales.
En el caso de los arquitectos y su amada arquitectura, el conocimiento también se extrae a través de la observación directa, atenta y dirigida de las edificaciones; de sus patologías; de sus beneficios; de los conglomerados de edificaciones, como son las urbes y las ciudades y pueblos, sectores y barrios; y del auto conocimiento constante por parte del arquitecto para tomar uno u otro camino. Esto se vive a diario en la profesión. Grandes arquitectos han tomado su saber de instantes de su vida y han sabido expresarlo con genialidad. Pero esa genialidad no ha sido tomada por los cientistas como conocimiento sino como creatividad estética. Para el mundo académico el conocimiento ha de ser tal mientras existan seguidores, mientras existan leyes matemáticas que lo regulen, pero en arquitectura tal hecho es tan inadecuado como lo es el plagio. Dicha observación se logra viviendo cada instante, cada momento, sin prenderse de los prejuicios y preconceptos que el alma del observador dicta a voz en cuello de forma naturalmente dañina. Esta observación llevada a cabo en la arquitectura, determina que existe en los edificios una vida interior, una vida energética que se fundamenta en el aura de la edificación; una energía propia que embebe a los usuarios de aquel y que se deja ver en la empatía manifiesta hacia sus componentes estructurales, superestructurales, de instalaciones, de flujos. Muy común es que las personas tilden a un edificio de bonito o feo, pero también —mucho más perverso— de invivible o de magnífico.
Cuando a una persona le llenan sus congéneres de pensamientos maravillosos, esta incrementa su aura energética y, al contrario, cuando la vituperan su aura interna se reduce, su energía pierde fuerza, la fuerza de vida que el colectivo entrega. En el primer caso la persona es reluciente, buen semblante, adecuada presencia y lúcido comportamiento. En el segundo caso la persona tiende a esuciarse, a desgarbarse y a contemplarse a sí mismo en menos. Hagamos un símil con una edificación, con un espacio público. Una edificación saludable y hermosa tiene la capacidad de levantar la moral de todo un sector, una ciudad, un país. De igual manera edificios de interés social hechos con la delicadeza de un toro y la sapiencia de un necio, convierten hermosas praderas en sitios de guerra y combate. Las edificaciones tienen vida energética y su manifestación una importancia que trasciende fronteras. Una edificación sana puede sanar un colectivo. Un edificación enferma puede destruir toda una comunidad. No depende de las personas. Las personas viven en él. Las personas reciben de él energía. Un edifico transmite energía, esta vivo.
En Arquitectura energética consciente se toma el conocimiento para lograr la sanidad de las edificaciones y los lugares, a través de tres entradas, de tres vórtices que son:
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la arquitectura académica-profesional, que mira los eventos edilicios desde la óptica de lo creativo-técnico-profesional, para establecer los componentes metacognitivos-geométricos-dispocionales-morfológicos-concretos-tecnológicos-sensibles-valorativos;
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la ciencia de la medida energética para establecer las condiciones de sanidad o enfermedad del hecho arquitectónico-urbano a través de determinar sus condiciones de aura-salud; y
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la milenaria sabiduría esotérica gnóstica que canaliza el rigor de la observación dirigida y la intuición para concienciar lo conocido.
Esta Arquitectura enerfética consciente tiene tres principios:
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Todo edificio es un ser viviente
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Toda ciudad es la extensión del edificio
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Todo edificio es susceptible de enfermar y ser sanado
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