El arquitecto ¿es un investigador social?
Hacer proyectos arquitectónicos que destacan los palafitos, con nuevos conceptos y reinterpretaciones, es una muestra de poca profundidad en el análisis de la necesidad social.
AutorErick Bojorque Seguidores: 20
EdiciónLuciano Cassisi Seguidores: 2031
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Mi respuesta a la pregunta del título de este artículo es, definitivamente, no. El arquitecto no es un investigador social. La preparación de un arquitecto tiene otras condiciones muy particulares asociadas con la profesión de crear y construir. Sí podría hacerlo, ¿como no?, cuando la excepción dicte, ya que la mente de un arquitecto es capaz de ello y mucho que un profano, pero lo impide la lógica de la formación, de la instrucción y del cometido sincero de cumplir con las necesidades manifiestas.
Un arquitecto se forma diagnosticando y programando necesidades. El profesional no se detiene a pensar sobre el logos de aquellas necesidades, ni sobre si son o no una imposición familiar, cultural o académica. No, el arquitecto simplemente toma dicha acepción y la convierte en un evento cristalino tridimensional para ser usado.
Si a un arquitecto le piden que diseñe sobre el agua, que realice un palafito, es más que seguro que el resultado sea una genialidad que asombre a muchos y en especial a los que sirve, pero jamás se entendería si el arquitecto tomara las necesidades de su cliente y las convirtiera en objeto de estudio. No, claro que no. La razón misma de su profesión le lleva a diseñar y dar cabida a las necesidades planteadas, más no a saber si esas necesidades son meras especulaciones del inconsciente de proponente, si nacen de una verdad o son manipulaciones o imposiciones. Aún así, se da el caso en el que poco informados y muy avezados clientes o promotores o ensalzados instructores o ministros, hacen las preguntas de paquete que buscan comprometerlo en la investigación extra curricular; preguntas sencillas o de mucho peso como: ¿será bueno para el mercado este edificio?, ¿tendremos clientela?, ¿me convendrá el sector?; o mucho más utópicas como: ¿este proyecto ayudará al problema habitacional?, ¿piensa usted que es adecuada para la comunidad esta idea que tenemos?
Un arquitecto que se precie de serlo no debe caer en la «investigación a vuelo de pájaro» en la que las preguntas mencionadas lo enredan. Para cada una de ellas existe un especialista, cuya opinión puede dar al traste con el emprendimiento, pero esa no es la tarea del arquitecto.
Un proyecto de intervención etnográfica en donde aparece un arquitecto, ha de tener completamente la dirección de un antropólogo. Un proyecto social en donde se materializaran obras construidas, deberá en su liderazgo mantener a un trabajador social. No sería adecuado ni prudente ver a un arquitecto, por genial que sea, dando ideas sobre la aplicación de una necesidad nacida de la simple observación.
En esto nos detenemos, pues mucho se habla de proyectos arquitectónicos que fomentan el uso de tradiciones vernáculas de construcción, refiriéndonos específicamente a los palafitos en el litoral latinoamericano. El litoral es necesariamente una zona inundable, una zona que en ciertas épocas del año, por bendición de la naturaleza, yace bajo el agua, lo que le da las condiciones de ejido y de abundante paraíso. Claro, la necesidad de vivir «obligaba» a los usuarios, nativos o no, a construir sobre pilotes para evitar daños en sus pertenencias, mientras las temporadas invernales anegaban las planicies.
Eso sucedía en un tiempo pretérito. Hoy, sobre una necesidad sin análisis profundo, pretender elaborar planes de intervención arquitectónica, resulta a todas luces alejado de un entendimiento somero, por lo menos, de la exégesis de los orígenes de la necesidad de palafitos. Es totalmente equivocado partir de una realidad producto de necesidades ancestrales desconocidas en todas sus dimensiones, para solventar situaciones actuales.
En Ecuador, por ejemplo, el Gobierno Nacional ha emprendido campañas y proyectos muy interesantes acerca de estos eventos naturales. Primero se recomienda a los gobiernos locales que no construyan ni permitan edificar a sus ciudadanos en zonas inundables. De hecho esta es una visión muy acertada y lógica, que elimina de facto las poco acertadas ideas de que hay que planificar para los que tienden a vivir inundados. Una segunda intervención es con proyectos macro de control de inundaciones. Grandes piscinas artificiales ahora recogen el agua extra en las temporadas invernales para usarla de manera controlada y racional. Es decir se vive en plataformas. Así tomado el toro por los cuernos, aquellos habitantes cuyas viviendas estaban sobre pilotes, transforma esos espacios en habitables.
Realmente un arquitecto hace imprudencias al tratar de intervenir con propuestas que, claro esta, destacan valores de vida, pero que no son más que meros impulsos de pseudo-conservación. Resulta bonito para un hombre urbano ver pequeñas urbes sobre el agua. Pero, ¿se han preguntado alguna vez si a estas personas realmente les agrada vivir así? Una cosa es ver y otra sentir.
De igual manera podríamos hablar de los materiales de uso ancestral. La visión turística que envuelve al planeta en la actualidad quiere empañar los espejuelos de la verdadera observación. La guadua,1 por ejemplo, es un material hermoso, un material ecológico, con la versatilidad requerida para solventar cualquier requerimiento estructural o superestructural, incluso como elemento para vertedero. Pero les invito a vivir en una casa «tipo cabaña» construida con este material en temporada invernal rodeado de mosquitos y de calor. Ahí, la visión turística de efecto placebo, con respecto a las cabañas de ensoñador paraíso, desaparece.
Muchos dirán, «pero existen comunidades que quieren vivir así en virtud de su ancestro y cultura». Muchos quieren que así suceda. Muchos, que se encuentran cómodamente sentados en sus casas con aire acondicionado e Internet. Entonces, vale la pena preguntarse si aquella necesidad es una verdad intrínseca de la comunidad o simplemente la proyección de imposiciones o miedos, por ejemplo, a dejar lo conocido; o a múltiples razones que un investigador competente podrá encontrar y definir.
Digamos que el caso se presenta y que se debe planificar para un colectivo de 200 personas en palafitos en una zona remota. Digamos que así lo quieren. Sería completamente indeseable no dotar de, por lo menos, los requerimientos mínimos tecnológicos a aquellos. Claro que dadas las condiciones en que vivimos, estos requerimientos tecnológicos, se introducirían solos a través del uso del celular y de la Internet. Al final la comunidad necesariamente va a inclinarse hacia lo que somos en occidente y la rusticidad de los materiales será cambiada por concreto y ladrillo. Haría falta una plena intervención social para evitar que esto ocurriera, obviamente a sabiendas de que el catalizador de ello son los jóvenes, quienes dirán si tienen intención a de continuar o no. Configurar amalgamas de actualidad-ancestro es una bonita utopía del que quiere un paraíso que la Tierra a dejado de ser. Vivimos la época del arrasamiento, una época en la que el verde domina el paisaje, un verde que no es sino los arbustos sobreviviendo. Ya lejos han quedado las praderas de flores de colores, los bosques de árboles deliciosos. Solamente vivimos la belleza natural de las macetas.
Un arquitecto, a priori, no es un investigador social. Los proyectos —o concursos— de «viviendas sociales palafíticas» resultan de ponderar necesidades poco estudiadas, que se convierten en ideas descabezadas.
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