Qué hacer con el ego del diseñador

Según cómo canalicemos nuestro ego, este podrá ser una ventaja o desventaja para el desarrollo de nuestro negocio.

Fernando Del Vecchio, autor AutorFernando Del Vecchio Seguidores: 819

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El tema del «ego del diseñador» es muy recurrente en la profesión. Lo curioso es que, siempre que hablamos de ego, nos referimos al ego de otro diseñador, no al propio. ¿Qué sucede si ponemos atención a la forma en que nuestro propio ego funciona, a favor o en contra de nuestro negocio? ¿El llamado «ego del diseñador» es una ventaja o una desventaja? Veamos dos casos que conozco de primera mano en torno a este tema:

Primer caso

Un diseñador exitoso, multipremiado, dice: «mi ego fue una gran ventaja para poder imponer mis ideas por sobre las que traían los clientes. Eran ideas tan pobres que en ningún caso habría continuado en el proyecto si hubiese tenido que trabajar con ellas».

Segundo caso

El director de un estudio creativo, hablando acerca de uno de sus socios, dice: «es un irresponsable; su ego fue el causante de la pérdida de la cuenta. Si no le hubiese dicho al cliente lo que pensaba de la forma como nos tiene acostumbrados, seguramente seguiríamos trabajando con él. Pero claro, él es tan buen diseñador que ahora habría que preguntarle cómo pagar el alquiler».

En ambos casos, y aunque el primero no lo parezca, tenemos dificultades económicas. En el segundo debido a la actitud del creativo que, casi como si se lo propusiera, boicotea todo proyecto que no satisface su necesidad creativa. En el primer caso es la reputación la que empieza a jugar negativamente.

No todos entienden al ego del diseñador de la misma forma, pero si he comprendido más o menos bien lo que mayoritariamente expresan al respecto los propios diseñadores, se trataría de una actitud que denota una posición de superioridad, autosuficiencia y soberbia del otro (nunca propia), respecto a sus colegas, sus clientes y el mundo en general.

Creo que el ego en sí mismo, así expresado, no es ni bueno ni malo. Deberíamos contextualizarlo para comprender qué alcance y consecuencias podría tener en nuestro caso particular, no para otros; porque solo podemos trabajar sobre nosotros, y no sobre terceros. Un martillo, ¿es bueno o es malo? Depende, porque se trata de una herramienta que puede utilizarse tanto para construir como para destruir. Lo mismo sucede con el ego.

Las caracterizaciones del «ego del diseñador» describen a una persona muy segura de sí misma, con actitud soberbia, que manifiesta cierto desprecio por el otro, que impone ideas de forma agresiva, que silencia al otro a través de la burla, etc. Sin embargo el ego también está presente en personas que, teniendo seguridad y confianza en sí mismas, manifiestan un comportamiento diferente: abierto al diálogo, compartiendo conocimientos y experiencias, sinceramente preocupados por la opinión del otro y la construcción con el aporte de todos los involucrados. Pareciera ser que el ego, en estos casos, resulta positivo.

Lo que en realidad nos molesta no es el ego del otro, sino la forma en que lo manifiesta. Nos molesta cuando el ególatra nos maltrata; no nos molesta que nuestro cliente tome una decisión que nosotros no tomaríamos; nos molesta que ni siquiera tomen en cuenta nuestra opinión, que no la valoren o que la desprecien.

¿Qué sucedió con los dos casos mencionados al principio?

En el primer caso el diseñador fue comprendiendo la diferencia entre su seguridad y autoridad profesional y la necesidad de hacer su voluntad por sobre todas las cosas. No desapareció el ego (manifestado como comportamiento de quien es autoridad en la materia); lo que se desvaneció fue la necesidad de imponer una voluntad. La relación con los clientes mejoró, y los ingresos se incrementaron.

En el segundo caso resultó efectivo pedirle al diseñador que «dejara de comportarse como un adolescente caprichoso de quince años», para generar un ambiente de trabajo con los clientes que favoreciera el desarrollo del negocio del estudio. ¿Qué sucedió? El ego no desapareció; el diseñador aceptó el rol donde más aportaba, que no era precisamente en las reuniones con los clientes. Con el tiempo, abandonó el estudio y sus socios contrataron a otro diseñador (ya no como socio sino como empleado), quizás menos talentoso que el primero, pero mucho mejor predispuesto a cumplir con su trabajo (servicio, no arte).

En definitiva, el ego en sí mismo no es un problema, ya en alguna medida todos lo tenemos. El problema real es saber qué hacer con nuestro ego, para que no interfiera en la obtención de los resultados que buscamos.

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