El freelance y los clientes

El diseñador gráfico debe aprender a adelantarse a las necesidades de sus clientes, guiándolos por el buen camino.

Juan Sebastián Cardona Sánchez, autor AutorJuan Sebastián Cardona Sánchez Seguidores: 46

Edgardo López, editor EdiciónEdgardo López Seguidores: 57

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Los clientes a veces no saben lo que quieren. Cerciorarse de si el cliente tiene alguna idea vaga sobre lo que realmente desea, es un factor importante cuando se va a desarrollar cualquier proyecto de diseño gráfico; esta apreciación puede salvar tiempo y dinero a la hora de diseñar. Estos clientes piensan en procesos de diseño que no comprenden e intentan explicarlos desde puntos de vista sensatos; los diseñadores gráficos nos convertimos en psicólogos del diseño, interpretando lo que el cliente expulsa desde sus labios inconscientes.

Usar la metodología a la hora de diseñar es fundamental, llevar a cabo procesos mentales específicos para desarrollar la creatividad es esencial. El diseñador que nunca encuentra tiempo suficiente para explotar todos sus sentidos y mejorar, está condenado a la derrota. Explicarse el mundo desde diversos puntos de vista hace que nuestro cerebro trabaje en pro de la espontaneidad lógica. Los clientes quieren a una persona que dé en el clavo al instante, como si les leyéramos sus mentes; la pasión en sus ojos y las sonrisas quieren decir que vamos por el buen camino.

Es interesante conocer clientes de todo tipo. Hay que tener tacto al momento de atenderlos y no herir susceptibilidades. Sobre todo, hay que saber escuchar —no importa quien tome la decisión—. Parte de nuestra tarea es guiar, explicar sin pelos en la lengua lo que se ha desarrollado en el proyecto de diseño; dar a conocer detalles que pueden salvar sus proyectos y generar suficiente confianza en un ambiente de tranquilidad y certeza.

El cliente toma sus decisiones: si desea colores que no combinan en su diseño, hay que explicarle por qué no debe tomar esa decisión. Asesorar es parte de nuestra tarea como diseñadores gráficos, debemos ofrecer todas las soluciones posibles. Para ello pagan nuestros servicios, no solo para generar un trazo, sino para recibir un paquete más amplio. De este servicio depende nuestro éxito y buen nombre.

Antes de diseñar es indispensable poner las reglas sobre la mesa: el paquete consta de ciertas asesorías, establecemos una pre-entrega, solo incluimos cierto número de cambios y una vez finalizado el diseño se entregan los archivos correspondientes. A la hora de trabajar es mejor tomar precauciones, por eso el diseñador gráfico siempre debe pedir un anticipo proporcional al valor total del proyecto y así podremos dar inicio a nuestro trabajo con un poco de tranquilidad.

Hay quienes no saben cuál es el valor o el precio de algún proyecto. Antes de comenzar es necesario mostrar una lista de precios que tenga nuestro logotipo y una descripción de cada ítem. Con esto, desde el primer instante, el cliente tendrá una pizca de confianza y nosotros tendremos más seguridad a la hora de pararnos y decir: ¡sabemos cuánto cuesta nuestro trabajo!

Todo diseñador gráfico debe procurar llamar a sus clientes para verificar qué ha sucedido con el diseño desarrollado y tomar ventaja del momento para ofrecer nuestros servicios en caso que el cliente necesite nuevas piezas. Es preferible comunicarse de frente. Al cliente hay que ponerle el pecho y la cara. Deben programarse reuniones para mirarlos a los ojos y presentar propuestas que no podrán rechazar.

Al cliente hay que mimarlo, recordemos que un cliente es como un niño, hay que guiarlo y llevarlo de la mano, soltarlo, pero volver a llamarlo. Al cliente hay que tratarlo con respeto y nunca sobreestimarlo. Tampoco hay que ser como su madre. Hay que saber cuándo mirar de frente y cuándo retirarse como ganadores, aunque estemos derrotados.

Existen ocasiones en que los clientes nos tratan de lo peor, ofreciendo pequeñeces por nuestro trabajo. En ese instante es mejor salir como triunfador y no dañar nuestro nombre trabajando con clientes que presumen ser grandes empresarios, pero en realidad resultan ser —como se les conoce en el medio— «unos patos».

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