¿Y a mí qué me importa?

Imagen, medios y falta de intimidad. Messi, la fiebre mundialista y los medios que a través de la imagen nos ofrecen lo que no necesitamos.

Andrés Gustavo Muglia, autor AutorAndrés Gustavo Muglia Seguidores: 138

Luciano Cassisi, editor EdiciónLuciano Cassisi Seguidores: 2033

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Días pasados, mientras desayunaba mirando la pantalla de mi computadora, lamentable costumbre que intercambiamos por la de nuestros ancestros, que leían el diario mientras untaban las tostadas—, tuve el dudoso placer de ver una bella fotografía, captada por una de esas maravillas tecnológicas que valen su peso en oro, de Lionel Messi vomitando. La fotografía tenía un encuadre perfecto, y una nitidez a prueba de exigentes. El vómito se veía con sus detalles más interesantes: una estela blanco amarillenta de bilis y saliva brillando en mitad del cielo del Camp Nou. Esa imagen de quien quizás sea el hombre más popular del mundo en estos momentos, me hizo preguntarme algunas cosas que apuntaré aquí y que juntos fingiremos vale la pena revisar.

Michel Foucault, célebre filósofo y sociólogo francés, describió en sus textos una estructura que denominó Panóptico. Esta estructura, bien ejemplificada por la arquitectura carcelaria, está basada en el concepto de tener un punto de vista único desde el cual dominar toda la estructura, y lo más importante, a sus ocupantes. Antes de Foucault un escritor británico llamado George Orwell, describió en 1984, una distopía. El autor propone una especie de «panóptico hasta sus últimas consecuencias»: una sociedad permanentemente vigilada por cámaras hasta en su más recóndita intimidad. Aquella metáfora orwelliana, como esta realidad de la arquitectura carcelaria, gira en torno al mismo eje: entender que la pérdida de la intimidad y la pérdida de la libertad son casi una misma cosa.

Como ya es sabido, lo primero que se le quita a un preso al entrar en una cárcel es, además de la libertad, la intimidad. Come en compañía de multitudes, duerme con multitudes, se higieniza y defeca frente a multitudes. Habría que preguntarse primero qué es lo que hizo que la supuesta civilización a la que pertenecemos haya encontrado como única solución al problema de la delincuencia el encarcelamiento. Mientras Cher sale a clamar por los medios por la salud del oso Arturo —animal del zoológico de Mendoza (Argentina)—, que sufre los rigores de un calor para el que no fue diseñado, nos parezce perfectamente natural que miles de personas (personas que, vale recordar, son iguales a nosotros) viven la misma vida que un animal tras las rejas. Pero sigamos adelante sin intentar desentrañar todos los profundos arcanos de la condición humana.

En la estrellada vida de una de las personas más célebres de la actualidad, nuestro1 Lio Messi (no sé por qué le dicen Leo si se llama Lionel), se pone de manifiesto toda la potencia de los medios en su vigilancia y la consecuente falta de intimidad. Lo que ya habíamos remarcado en el Papa Francisco2 —el seguimiento de los medios del detalle exacto de todos sus movimientos y actitudes—, sucede con Messi de un modo más salvaje. Su vida, que el deportista insiste en mantener por debajo de la línea del perfil de otras estrellas menos talentosas del mismo deporte (Cristiano Ronaldo, el pintoresco Balotelli), es diseccionada sin piedad por las cámaras y los periodistas. Últimamente, exacerbados por la pasión mundialista, su figura ha subido todavía más en el rutilante y exigente cielo que este pequeño rosarino parece no estar del todo convencido de ocupar. Digo «parece» porque no lo conozco y no saco conclusiones apresuradas como algunos periodistas que hablan como si desayunaran con él todos los días.

Resultado de esto, como un preso o un personaje de las novelas de Orwell, Messi está preso de su propia popularidad, y un hecho de rigurosa intimidad como es vomitar (no se ustedes pero yo las contadas veces que me ha ocurrido prefiero hacerlo a solas, preferentemente en un baño y sin cámaras que me fotografíen) ocupa las primeras planas de todos los medios. Será esto de las rosas y las espinas o del cuento del Rey Midas. ¿El destino más deseado por millones, el de ser el mejor jugador de fútbol del mundo, puede ser también el más triste gracias a la exposición mediática? ¿Exigen los medios en su propia dinámica algún tipo de disciplina que los critique o les ponga un límite como lo es la bioética a la medicina? ¿Iría esto en contra de la libertad de prensa? ¿Tenemos alguna responsabilidad los que trabajamos en la industria de la imagen —fotógrafos, diseñadores, camarógrafos, productores, etc.— por las imágenes que producimos? ¿Por su impacto en quienes las protagonizan y en quienes las consumen? Mucha pregunta y poca respuesta. ¿O es que cada cual debería generar la suya?

En fin, por ahí estamos exagerando y el buen Lio se olvide pronto de todo eso firmando autógrafos, o con su familia, o manejando una Ferrari. Como sea, es como para decirle a los medios que se pelean a diario por llenarnos de su bazofia: «¿y a mí que me importa?»

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  1. Lo de nuestro tiene connotaciones nada inocentes.
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