Pureza

El papel de la fotografía sigue siendo el mismo: retratar un instante. Real o imaginario, detrás siempre esta la mirada del creativo. Ver lo que verán los demás antes de disparar.

Ana Yago, autor AutorAna Yago Seguidores: 17

Luciano Cassisi, editor EdiciónLuciano Cassisi Seguidores: 2031

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Somos esclavos del instante. Vivimos encadenados a un ojo que debe ser libre y, al mismo tiempo, estar exento de imperfecciones morales, aunque sean justamente esas las que más nos llamen la atención. Quizá por eso, hay muchas fotografías que están llenas de vida pero son confusas y difíciles de recordar. Y, sin embargo, nuestro cometido como notarios del tiempo es justamente el opuesto: certificar la existencia de la belleza y la perfección, y hacerla eterna; captar el instante en que un modelo se convierte en el soporte perfecto de la prenda que flota en su piel.

Decía Jean Luc Goddard que la fotografía es verdad. Y el cine es una verdad 24 veces por segundo. Pero eso supone que olvidemos el instante, algo a lo que me niego como profesional. Creo más en Milan Kundera, no en la insoportable levedad del ser, sino en su afirmación de que la memoria no guarda películas, guarda fotografías. Y estas atesoran por sí mismas historias. Esas historias son las que vagarán por el tiempo y llevarán a la inmortalidad, no a sus hacedores, sino a quienes muestran: un vestido, una joya, el espíritu de un creador o, simplemente, la identidad de quién los porta.

Esa obligación pura nos lleva cada minuto a convertirnos en un espejo que imprime una imagen fija de una de esas caras que de tantas veces vista parece que las conozcamos personalmente, pero que la habilidad especial del ojo que ansía la pureza consigue que parezca que sea la primera vez que la vemos. Y nos permite fijarnos en el alma de lo mostrado, más allá de quién lo muestra.

Esa es nuestra obligación pura: crear un lenguaje exacto, ajustado al mejor uso, exento de voces y construcciones extrañas o viciosas. Se trata de contar historias, sí, pero no las nuestras. Se trata de captar la esencia del vuelo de un tejido, la esbeltez que aporta un tacón, o el inusual brillo de una piedra preciosa para que el espectador termine una historia que su verdadero autor dejo planteada.

El fotógrafo es un artesano invisible capaz de cambiar de forma y ponerse en la piel de otro, sea este Balenciaga, Montesinos, o impregnarse de la animalidad de Jimmy Hendrix para una campaña de Lois, e incluso reinterpretar la pintura del maestro Salvador Dalí, por ejemplo. Conocer cada punzada del vestido y el dolor de la creación de su autor, para que esa colección efímera en el tiempo comercial se convierta en eterna en los recuerdos de quienes la vean, la entiendan, la amen.

Sí, es verdad. El papel de la fotografía en el mundo actual sigue siendo el mismo de siempre: retratar un instante. Cambian los formatos, los materiales y las tecnologías… pero no la naturaleza propia de la foto, porque la imagen es —y lo seguirá siendo— uno de los conceptos fundamentales sobre el que se asientan las sociedades contemporáneas. Y al igual que la indumentaria, no sólo es un producto histórico sino un elemento vital, sujeto a los vaivenes de la moda y el progreso de la técnica.

Un vestido expresa la transformación de los sentimientos a lo largo del tiempo. Un vestido que, así como la forma básica del cuerpo y sus pretensiones, cambia a un ritmo vertiginoso. La moda es un fenómeno artístico que sobrevive en el interior de uno de los conceptos más contemporáneos del arte: el deseo de transformación.

De hecho, parte de la creación artística-fotográfica de principios del siglo XX centró su atención en las peculiaridades que conformaban el mundo de la indumentaria, universo sobre el que la sociedad volcaba su particular imaginario. Y quizá por ello, ambas viven un idilio fundamental para la evolución y desarrollo del vestir. La fotografía contribuye como ningún otro lenguaje artístico a crear un imaginario de belleza en el que la sociedad orienta el largo camino hacia la transformación de los roles femeninos y masculinos. La fotografía y sus distintas referencias —reportaje, realismo, surrealismo—, ponen de manifiesto, en consonancia con la evolución de moda, la mayor aspiración del ser humano: la independencia.

Nadie como Matt Hardy supo resumir esa vanidad etérea: «La belleza puede ser vista en todas las cosas, ver y componer esa belleza es lo que separa una simple captura de la fotografía».

O puede que mi ojo no respete esa obligación pura y sólo sea una herramienta experimentada y bien engrasada que mira a través de un túnel y sólo ve un instante. Si es así, como recordaba Manuel Vicent: «Al final, los vencedores siempre son los que saben salir bien en la fotografía».

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