Los domingos huelen a pollo asado

Los diseñadores podemos educar a la sociedad en la utilización de recursos renovables y fomentar el crecimiento sostenible.

Ana Yago, autor AutorAna Yago Seguidores: 17

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Cierra los ojos y piensa en un domingo de hace veinte o treinta años…

Quizá no comieras pollo asado, pero si paseabas por Valencia notabas como el aire estaba impregnado de ese olor. Había multitud de puestos por todas partes, como las castañas asadas o las luces en Navidad. Los sentidos asocian significados inconscientemente que permanecen en el recuerdo. Pero no en las calles. Al menos, no como antes. Y es que, aunque ahora los domingos huelan a todo tipo de comida para llevar, a mí me siguen oliendo a pollo asado.

Esa complicidad evocadora es la que necesita cualquier producto o marca. Y ese es el trabajo del comunicador. Los diseñadores somos comunicadores dedicados a conseguir que la identidad de una empresa, o su producto, entre en la mente del consumidor y se quede allí; se convierta en parte de sus recuerdos por ser capaz de conectar, evocar o motivar.

Cada vez que un producto sale al mercado, se asume que ha pasado por un proceso de investigación y desarrollo. Que ha sido testado y que cuenta con un valor inherente que lo diferenciará del resto de sus competidores. Da igual que hablemos de una mesa, que de una etiqueta para una botella de agua. El valor como a los soldados, se le supone.

Ese valor también se le supone al empresario. Es el que arriesga el capital y, por tanto, es el primero que tiene que tener la seguridad de que el producto o servicio que ofrecerá cuenta con munición suficiente para defender su cuota de mercado y, si es posible, conquistar alguna nueva posición.

Una idea (producto o servicio) no va al frente indefensa, ni pretende que la caballería —entiéndase aquí la acepción original— se enfrente a una división de blindados de última generación. Esto es, no se puede ir al mercado con una idea que no aporte un valor diferenciador, ni mucho menos se ganará nunca la batalla tratando de copiar los movimientos del enemigo, porque éste siempre irá por delante.

No se trata de cambiar por cambiar, sino de dotar de valores adicionales capaces de conquistar.

Que una silla sea funcional y ergonómica es lo menos que se puede pedir, pero ya no es suficiente. Ahora, esa silla debe adaptarse a los gustos cambiantes de la sociedad y, para ello, hay que empezar a preguntarse qué es lo que busca el consumidor y no qué es lo que hace la competencia.

La reconversión industrial no es un proceso de 24 horas. Cuesta años. Amortizar las inversiones en maquinaria y sistemas de producción, también. Lo mismo que cambiar la mentalidad de la sociedad y de los empresarios. Lo que pasa es que la sociedad española ya ha empezado ese cambio, mientras que su tejido industrial todavía no.

Hace diez años, empecé a interesarme por la incorporación de materiales sostenibles o la reutilización de productos industriales para desarrollar ideas, porque creo que cualquier producto o acción debe tener un alma.

Es una sensación agradable dotar de conciencia a un objeto o a un gesto. Tan agradable como que el consumidor tenga la capacidad de expresar su afinidad al poseer o actuar. Por que todo significa, incluso la indiferencia. Y, probablemente, lo hago por la misma razón que mis domingos huelen a pollo asado.

Se habla mucho del diseño, pero esta disciplina creativa aún no ha asumido el papel que le corresponde en la sociedad industrial. Y no lo digo yo. Lo decía —lo dice— André Ricard en una columna de opinión que certeramente tituló «De lo festivo a lo productivo». Decía el maestro que lo que se le pide tanto a una silla como a un exprimidor es que «nos facilite y simplifique la vida aportándonos comodidad»1. Y puede que eso sea suficiente para muchos diseñadores. No para mí. Creo firmemente que el diseño tiene que asumir el papel que le corresponde en la sociedad, y ese rol va más allá de su utilidad primaria. El diseño tiene que aportar valores añadidos. Tiene que mejorar lo preexistente. Y eso nos incluye también a nosotros.

Es importante educar a la sociedad —educarnos— en la utilización de recursos y materias primas renovables y con un bajo impacto medioambiental. Es necesario fomentar el crecimiento sostenible. Reorientar la filosofía de usar y tirar hacia la de reutilización. Y todo eso lo podemos hacer nosotros: los diseñadores.

Quizá, así, también tus domingos huelan a pollo asado.

Preguntas

Al decir que el diseño "tiene que mejorar lo preexistente", ¿en función de qué intereses considera que debe hacerlo? ¿Los de su cliente, que es el que paga la factura? ¿los del consumidor interesado en el producto? ¿los del resto del público que no tiene interés en el producto? Cabe la pregunta porque estos intereses generalmente están encontrados.

El diseño, por lo tanto, es el conciliador de intereses, a través del equilibrio. Mejorar en cualquiera de estas direcciones (fabricante o consumidor) será positivo si la mejora no implica por otro lado un perjuicio.

Para aportar ideas al lector, ¿podría mencionar algunos casos reales concretos en los que, aplicando sus convicciones y persuadiendo al cliente, haya logrado mejorar un producto industrial, incorporando materiales sostenibles? De ser posible, incluya imágenes ilustrativas.

Aquí presento tres ejemplos de mi autoría, el primero para Iser energías renovables y los otros para Grupo Lapalana.

Flota de vehículos (híbridos) integrados visualmente en el medio natural, para Iser energías renovables
Flota de vehículos (híbridos) integrados visualmente en el medio natural (Iser).
Mobiliario tipográfico y bolsos de vestir plegables, realizados en cartón ondulado, para Grupo Lapalana
Mobiliario tipográfico y bolsos de vestir plegables, realizados en cartón ondulado (Grupo Lapalana).

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  1. Ricard, André: Diseño, de lo festivo a lo productivo. En El País, 25 de mayo de 2005, sección Tribuna.
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