Mi yo racional
Una mirada personal y autocrítica al diseño pensado y racional, el cual cada vez tiende más a desaparecer y a ser reemplazado por visiones mas impulsivas y esteticistas.
AutorJaime Andrés Betancur Pérez Seguidores: 4
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Pensando sobre la formación que tuve cuando asistí a la universidad y la forma en que oriento el diseño a mis estudiantes (en ese ejercicio continuo de autocrítica y reflexión que hacemos cuando enseñamos), me di cuenta de que el hecho de haberme convertido en un diseñador ortodoxo y seguidor de las ideas del modernismo partió de mis propias vivencias universitarias. Para cuando me titulé pensaba que era libre de todo pecado; recuerdo que no me preocupaba mucho por el uso de la Helvética o de la Garamond en ese entonces, o de las rejillas como el elemento apoteósico de la escuela suiza del diseño. Pensaba que todo lo que hacía tenía «mí estilo». No tomaba muy en cuenta las bases sentadas por Glaser o por Vignelli, o qué era lo había hablado Paul Rand o Bierut sobre el tema; y como latinoamericano, veía a Ronald Shakespear o a Dicken Castro como los abuelos de mi profesión.
En esa época, mi forma de diseñar era la combinación de mis pasiones, de mis gustos y de un alto conocimiento técnico en el uso de los programas de diseño digital, partía entonces de la necesidad de crear algo despampanante, maravilloso; de ser conceptual y de romper los límites; fue definitivamente la faceta más creativa y de más color en mi ejercicio como diseñador. Y aunque en la escuela había tenido profesores que me habían inculcado el hecho de no usar más de dos tipografías en un diseño, y jamás me obligaron a usar simplemente la Helvética, la Century, la Times, la Futura o la Bodoni en mis creaciones; confieso que muchos de mis proyectos académicos fueron construidos con tipografías gratuitas descargadas de bancos de fuentes en la web. Tampoco me inculcaron el hecho de usar rejillas modulares y confieso también que muchas de mis piezas académicas partieron simplemente de la acomodación de los elementos buscando simplemente un equilibrio visual; entonces, debo ser totalmente honesto al decir que algo de mi trabajo actual no está construido alrededor de una rejilla modular completamente inalterable e inmaculada, pero sí está elaborado con tipografías clásicas y bien estructuradas.
Hoy, como neófito de la filosofía Vignellistica, seguidor acérrimo del modernismo y del racionalismo, discípulo de la Bauhaus, idólatra de la arquitectura de Le Corbusier y de Lloyd Wight, amante del diseño de Glaser y de Paul Rand; entro en conflicto conmigo mismo cuando ejerzo todos los días como diseñador y como profesor, así como también con mi propia formación y con el discurso que imparto en el día a día; veo entonces en mis estudiantes reflejada esa faceta creativa que marcó mi portafolio ecléctico; y a su vez me doy cuenta que fui un rebelde en contra de las ideas completamente esteticistas de mi época como estudiante. Fue entonces cuando voluntariamente me sometí a la rigurosidad del diseño pensado, del diseño marcado por los cánones del racionalismo, me sumergí en una serie de reglas que no están escritas y explicadas (a no ser por el Cánon Vignelli) y me convencí de que Bierut tenía la razón al afirmar que usar la Comic Sans era como el canibalismo o como tener sexo con tu hermana, simplemente no se debe usar. Para muchos de los diseñadores jóvenes como yo, este tipo de reglas son impensables, son desmedidas, son castrantes a la hora de diseñar y de ser «creativos». Yo he optado por permanecer, por quedarme, por ir más allá del estilo fácilmente imitable de la Helvética en retícula; por aprender las virtudes del modernismo y del diseño sumergido en el pensamiento.
He entendido que darle atención a cada detalle es lo que hace al buen diseño y que al limitar los elementos a usar no hay lugar a la confusión; que con la reducción de estos lo que queda debe ser perfecto; y al final, lo que se resalta es el contenido de la obra más que al diseñador mismo. He aprendido a que el buen diseño no debe hacer alarde del diseñador sino que debe hablar por sí solo.
No hay nada más hermoso que ver la obra de diseñadores como Massimo Vignelli, sin engaños y sin pretensiones, obras cristalinas de imágenes y textos perfectamente bien puestos y cuidadosamente secuenciados; en donde los elementos de verdad cuentan una historia, cobran un aire dramático pero sencillo, sin errores, sin confusiones ni manchas. Aprendí entonces a hacer un diseño humilde pero inteligente; a negar la impulsividad y a darle paso a la objetividad y a la claridad.
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