El oficio más antiguo del mundo

Ante la persistente tendencia a sobre-valorar al diseño, manifiesta por algunos colaboradores de FOROALFA, acerco mi opinión seguida de un viejo texto de Oriol Pibernat sobre este tema.

Norberto Chaves, autor AutorNorberto Chaves Seguidores: 3908

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Un fenómeno ideológico muy interesante, observable en el ambiente del diseño, es esa tenaz tendencia a sobregraduar a la disciplina, mitificándola, con absoluta desatención a su realidad concreta y asociándola —o confundiéndola— con géneros no casualmente considerados «superiores».

Así, se le suele considerar un arte, desatendiendo la amplia producción de objetos y mensajes de gran calidad de diseño, pero modestamente utilitarios.

Se lo suele considerar una ciencia; aunque su función específica no sea la de producir conocimientos sino objetos y su sustento científico no sea mayor que el de cualquier otra profesión técnica.

También se la suele considerar una suerte de panacea de los males sociales asignándole una misión esencialmente redentora; haciendo la vista gorda al volumen altísimo de productos excelentemente diseñados; pero perjudiciales para la humanidad: allí están los automóviles.

Y quizá la distorsión más grande y frecuente sea aquella que confunde al diseño con la milenaria pasión humana por la invención de cosas, y que asigna al diseño el carácter de práctica universal en el tiempo y el espacio de la humanidad, auténtica categoría antropológica.

Esta compulsión al upgrading del diseño desoye, además, la amplia bibliografía teórica que explica el lugar de los oficios, las técnicas y las profesiones en el aparato productivo, muestra el modo en que en ellas se plasman las relaciones de producción y delimita, con precisión, su concepto.

Los profetas de la mistificación del diseño hacen gala, así, de un absoluto desinterés por las aportaciones de las ciencias sociales —la Teoría Económica o la Historia Social— y, mediante la pura especulación verbal, le asignan a la disciplina atributos de fábula, no verificables en su ejercicio real en ningún taller de diseño.

Desnaturalizan así a este oficio, tan modesto como indispensable y efectivamente al servicio de las necesidades del mercado, cualquiera fuera el signo —social o antisocial— de tales necesidades.

En FOROALFA han aparecido varios exabruptos como los que he citado y, meditando sobre ellos, me vino a la memoria una nota de Oriol Pibernat, publicada en el periódico La Vanguardia, de Barcelona, en 1986 (hace veinte años). En ella se critica básicamente la última de aquellas distorsiones en el concepto de Diseño: su universalización. La transcribo para el solaz de los lectores críticos (y para la indignación de los profetas). Se llama «El oficio más antiguo del mundo» y dice así:

Toda disciplina de reciente constitución se ve compelida fatalmente a buscar en el pasado antecedentes que la legitimen como tal. Cuánto más nueva es la disciplina, mayor empeño pone en esta búsqueda. La historia certifica un pasado y, consiguientemente, una identidad. El diseño no obra precisamente con moderación en estas exploraciones y en su afán por recomponer su árbol genealógico se reconoce en el homo faber. La eterna alusión al hacha de sílex y al hombre de las cavernas que introducen sus elocuentes monografías históricas me inclina a sospechar un estado de conciencia aún muy primitivo de esta disciplina. Con ella se «descubre», no sin sobresalto, que el diseño es «el oficio más antiguo del mundo» y se asesta un golpe mortal a las pretensiones de otro conocido oficio que reclama para sí tal privilegio.

Ocurre sin embargo, que la capacidad de concebir y fabricar útiles —lo propio del homo faber— constituye un antecedente común de muchas otras profesiones y el diseñador no siempre se encuentra cómodo compartiendo su historia con el herrero o el carpintero. Para declarar su independencia deberá esperar pacientemente un buen monto de siglos, pues el proyecto sólo se autonomiza de la ejecución —condición sine-qua-non del diseño— en la época del Renacimiento. Y ello resulta todavía insuficiente: la partida de nacimiento no será certificada hasta unos siglos más tarde, cuando se desacople el «aceitoso» engranaje que la une a los ingenieros. Hasta la segunda revolución industrial —ni siquiera la primera—, el diseñador no se sentirá completamente él, sin «molestos» compañeros de viaje.

Ahora bien, por lo dicho anteriormente, el diseño no ceja en su esfuerzo de que la historia de la cultura lo avale como disciplina autónoma «desde siempre». A la zaga de legitimaciones históricas, que son en realidad ideológicas, toda práctica social empieza inevitablemente en Adán; aunque, también inevitablemente, en un padre único se confunden todas las identidades. Sea cual sea el intento de «naturalizar» el diseño, hablando seriamente se puede asegurar que Adán no fue el primer diseñador. Fue, fundamentalmente, un expulsado del paraíso que se exilió en la tierra para cumplir el castigo divino de cultivarla; metáfora bíblica que, aunque no coincida con la historia real, da valor a la voz cultura.

Digresiones aparte, desde los seculares primates faber hasta el diseñador existe una accidentada distancia histórica plagada de transformaciones culturales, sociales y económicas en que las prácticas y oficios se suceden, transforman y redefinen. Aplicando lo que de sapiens tiene el homo se vislumbrarían algunos destellos de lo que constituirá el haz de identidad del diseño; siempre con la suficiente prudencia y rigor para no confundir «historia de las cosas» con «historia de las cosas diseñadas». Aplicando nuestra dimensión sapiens, como propongo, el diseño se percibirá inscrito en la «cultura material» sin que ésta, por extraña prestidigitación o contagio, devenga en su conjunto diseño. Por si esto sabe a poco, aún será posible elaborar, desde la perspectiva actual que nos ofrece la conciencia del diseño, una lectura original de la historia de la cultura poniendo un énfasis especial en una región desmerecida: el desarrollo tecnológico y simbólico de la cotidianeidad a través de los objetos de uso. A cambio de trasnochadas «Historias Universales del Diseño» una buena «antropología de los útiles» sería más que de agradecer para profundizar en las prácticas y oficios relacionados con ellos. Así, los falsos parentescos se substituirán por legítimas herencias.

Desde luego, está claro que atareadísimo como estaba Adán en la labor de inaugurar simultáneamente el homo faber, el homo sapiens, el homo laudens y quién sabe cuántos homos más, difícilmente tuviera tiempo para inaugurar algo tan especializado como el homo diseñans.

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