El ciclo caduco de la arquitectura

Hora de desempolvar papeles en términos educativos y revisar horizontes que no por mostrarse bajo nuevas puntas líquidas han de ser ideales.

Caridad Maldonado, autor AutorCaridad Maldonado Seguidores: 6

Greta Sánchez, editor EdiciónGreta Sánchez Seguidores: 76

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En casi la generalidad universitaria los estudios se realizan en una duración estándar que se remonta a sesenta meses de intensos esfuerzos. En medio de este transcurso lineal del tiempo y como veterana madre paridora, la arquitectura ha dado cabida a carreras y especialidades de gran importancia como el diseño de interiores, de mobiliario, de luminarias y otras en menor medida, que poco a poco fueron desarrollándose hasta tener espacio propio. Así, en su momento de patrona educativa, la arquitectura contribuyó con teorías y estrategias de enseñanza que sirvieron de referente para muchos en el qué y el cómo. Desde asignaturas de representación como la geometría hasta las bases de estilos artísticos y universos del color y la textura. Recibimos con manos abiertas las anécdotas históricas y experiencias de referente, tomando cada indicación durante años hasta lograr –con interpretaciones propias– nuevas transformaciones y experimentaciones de estudios.

Con el tiempo y llevando ya nuestro propio peso y responsabilidad heredada incorporamos, a la par de las inquietudes sociales, aspectos del conocimiento que la modernidad demandaba. La tecnología aportó sus propios matices abriendo al mundo a nuevas comparaciones y competencias.  La morfología dejó de ser solo la histórica descripción de hipérbolas para estudiar y ser estudiada, dejándose envolver con un mayor número de estudiantes, exigencias y proyectos de concursos internacionales que en cada producto concebido, aportaron modernos caminos prácticos y mentales a los cuales debemos voltear sigilosamente académicos y directores de centros educativos. 

Sin embargo, hoy las calles construidas en vertical u horizontal se repiten por profesionales y recién graduados que copian fachadas y planos, ahogados, en parte, por las mismas normas constructivas que se establecieron hace años para garantizar el orden al cual alguien un día confundió con la palabra «límite». Normas que nunca más fueron revisadas. Tantos años de estudio arquitectónico y madrugadas de proyectos de meses se reflejan en lo profesional tal y como en etapas estudiantiles, con edificaciones donde se juega desesperadamente a buscar restructuraciones de proyectos pasados que continúan en el tiempo moviéndose bajo los ejes del camuflaje conceptual.

Me pregunto entonces si es que tanta gente probadamente culta necesita una economía que nubla la ética y el ego de la profesión que anhelábamos ser, tal vez aún necesitemos ser docentes o arquitectos mejor remunerados para volcar, en bien de todos, aquellos deseos incansables que siempre tuvimos de proyectar lo mejor. Tal vez el problema no sea del «después que tengamos» y del «ahora que vivimos»; sino del antes, de remover aquello que un día funcionó académicamente y que durante años murió en un bloque de cemento institucional que se momificó en una forma perenne.

Debemos mirar atrás, donde en algún instante de la historia, al ceder sus caminos aledaños la arquitectura continuó cargando con temáticas educativas ya empleadas y perfeccionadas por otros; para ella los ladrillos y maderas continuaron siendo rojizos y beige, las paredes y perfiles acromáticos, los cristales mayormente transparentes y las vanguardias teóricas, sin dejar ver los nuevos horizontes.

Mientras que los diseñadores e ingenieros experimentan hoy con sus software y enriquecen la práctica manual con la digital, los clásicos materiales en arquitectura continúan siendo los mismos, sin seguir la dinámica de procesos industriales que fortalecen las ideas que hoy necesitamos para cada ciudad. Cambiamos el nombre de materias que sonando modernas y actuales todavía no permiten definir nuestra proyección arquitectónica como creativa e innovadora, aun existiendo sorprendentes resultados aleatorios de eruditos estudiantiles ya guiados por experimentados empresarios. Incorporamos a tono con el mundo, palabras clave como sustentable y sostenible, pero ¿cómo sostendremos más tiempo tantas carencias que inician no en la economía sino en el pensamiento?

Creo que es hora de desempolvar papeles en términos  educativos y revisar horizontes que no por estar sobre acolchados pupitres y bajo nuevas puntas líquidas han de ser ideales. Debemos poder admitir que la razón de nuestras actuales ciudades puede ser la necesidad de cambiarnos formativamente desde la raíz para saber qué hacer con todo lo que cada vez más tenemos y a lo cual somos ciegos e insensibles. Ahí estará también el valor real de lo sustentable, no en un discurso insostenible de corbata y Apple, sino en el «saber qué», para sólo así poder descubrir y concebir la arquitectura y la educación que todos pretendemos.

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