Brazos, cabezas y piernas

En muchas ocasiones, trabajar en forma interdisciplinaria es la mejor opción del profesional del diseño.

Ricardo Acosta García, autor AutorRicardo Acosta García Seguidores: 64

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Cuando desperté atontado, descubrí para mi felicidad interior, que tenía un par de brazos de más de los que por especie humana me corresponden. Salté de la cama y sonreí (bueno, no recuerdo bien, pero recuerdo mi alegría, eso sí). «¡Voy a poder producir dos veces más diseño!», me exalté. De repente, y sin dolor, creció un segundo par. «¡Y ahora tres veces!», grité inmerso en embriagante regocijo.

Me levanté con esfuerzo, pues pesaba casi 20 kilos más. No podía caminar sin tambalearme, era alarmante mi falta de equilibrio. Aún así, estaba feliz, era todo lo que, como diseñador, habría deseado: podía trabajar en muchas computadoras al mismo tiempo, manejando muchos programas, mientras tomaba mate con galletas. Era demasiado bueno.

Iba caminando jubiloso con mis seis flamantes brazos, cuando sentí mis rodillas temblar progresivamente. No era de extrañar pues dos nuevos pares de brazos brotaron de repente. Estaban apretados entre sí, con poco lugar para moverse y una coordinación nula. De cualquier forma, me reconfortó esta sencilla idea: «Si puedo operar más computadoras, manejaré muchos programas distintos simultáneamente y realizaré mayor cantidad de piezas, entonces ganaré más dinero». Recuerdo que muchas veces quise tener un día de veintiocho horas, cuando lo que debería haber deseado es un cuerpo con más brazos. ¡Qué confundido estaba!

Lo que me hizo olvidar la enorme suma que, de ahora en más debería invertir en desodorantes, fue esta también sencilla conjetura: «si manejo más programas, mis posibilidades creativas aumentarán y por consiguiente, seré un mejor diseñador». Entusiasmadísimo, proseguí: «…así tendré más servicios para ofrecer al mercado, porque físicamente podré hacer más. Nunca rechazaré trabajo alguno por incapacidad de realizarlo con mis manos ¡Ahora tengo diez!».

Comencé a descubrir mi error luego de comprar cinco computadoras e invertir tiempo y dinero en la cruzada de aprender a utilizar los programas de diseño gráfico, de diseño multimedia, diseño de sitios Web, modelado y animación en 3D, animación y edición de video, arquitectura y complejos lenguajes de programación. Porque en conclusión, no se trata sólo de aprenderlos, sino también de mantenerse actualizado en todos ellos, ya que los fabricantes de software lanzan al mercado nuevas versiones a ritmo vertiginoso.

En el preciso momento en que ponía en marcha mi plan, mis diez brazos comenzaron a moverse caóticamente. Errantes, buscaban en vano que mi cerebro les ordenara qué hacer, pero por mucho que tratara, sólo podía encargarme de un par a la vez. Mi lógica estrategia entonces, fue la de dejar quietos unos mientras comandaba otros. Los minutos revelaron la falencia: «¡Estoy desperdiciando brazos!, ¡necesito una cabeza por cada par de brazos, así los aprovecharé a todos!».

Cuando desperté nuevamente, sobre mis hombros se abría un abanico de cabezas. Cinco, tal y como lo había deseado. Naturalmente, el peso extra hizo que me costara mucho levantarme.

La confusión se instaló a la hora de decidir cual era el par de brazos que comandaría cada cabeza. Evidentemente, todas querían los de más arriba, pues gozaban de mayor libertad en sus movimientos.

Pero ese no era el principal inconveniente. El problema era que no podía levantarme. Las neuronas extra que hacían falta para poder multiplicar mi trabajo eran demasiado para mi ya fatigado cuerpo. Desesperado, reanudé mis expresiones de deseos, como quien quiere escapar de arenas movedizas y sólo consigue hundirse más.

Al fin logré pararme sobre mis piernas… sobre mis diez piernas. Tal fue el siguiente deseo. Me pregunté sobre la reacción que tendrían mis futuros clientes cuando fuera a entrevistarlos, e intuí que no se sentirían muy a gusto con mi nueva fisonomía.

Pero ese no era el principal inconveniente. El problema era que no podía salir de mi casa por la puerta, ni entrar a mi auto, ni tomar un colectivo. Para ello necesitaba un cuerpo para cada conjunto de extremidades y así volver a tener una cabeza, dos brazos y dos piernas como generalmente ocurre.

Miré hacia atrás. Mi vista se detuvo en cuatro sujetos idénticos a mi, tanto, que también ellos miraban hacia atrás y se rascaron la cabeza al mismo tiempo que yo. Noté en sus caras el alivio que yo sentía de no ser un collage de miembros. Ahora me preocupaba que nuestra casa no fuese lo suficientemente grande para albergarnos, ni nuestra cama, ni nuestra mesa. Todos dormiríamos y comeríamos al mismo tiempo… ya que, al fin y al cabo, éramos exactamente iguales.

Pero ese no era el principal inconveniente. El problema era que con tanto nivel de paridad, ninguno de los cinco quería encargarse de trabajar en áreas del diseño con las que no nos sentíamos cómodos, o no teníamos afinidad y experiencia. Asimismo, a pesar de ser cinco, no aparecían visiones diferentes, no nos complementábamos, no nos criticábamos constructivamente, ni encontrábamos satisfacción ni enriquecimiento en el trabajo en equipo.

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