Mapas: del arte náutico al GPS

El campo del diseño es tan amplio que abarca áreas, a veces insospechadas, como la cartografía.

Alejandro Ortíz, autor AutorAlejandro Ortíz Seguidores: 19

Greta Sánchez, editor EdiciónGreta Sánchez Seguidores: 76

Mapas: del arte náutico al GPS
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El mundo del diseño es tan amplio que, quienes nos dedicamos a esta disciplina, a menudo olvidamos ciertas áreas. Una de ellas es el diseño de mapas. Desde dibujos garabateados en servilletas hasta complejas aplicaciones de mapas con geolocalización que muchos usamos como herramientas cotidianas en nuestros smartphones, los mapas han estado y estarán a nuestro servicio para ubicarnos y orientarnos en el mundo físico. Somos los diseñadores quienes, en colaboración con cartógrafos, los desarrollamos.

Las exuberancia visual de los mapas ha sido objeto de mi fascinación desde niño: llenos de colores, códigos e iconos. Los uso y hasta los colecciono, porque cada uno es una pieza maestra de diseño de información, cada mapa que llega a mis manos representa un sentido de pertenencia a este mundo y la intención de descubrir nuestro lugar en él. Los mapas nos muestran la complejidad de nuestro entorno y el rol nómada que —como especie viajera y exploradora— poseemos, dándonos en cierta forma la certidumbre de saber «dónde estamos».

Desde las primeras cartografías, trazadas por Ptolomeo en el Siglo II, donde se mostraban los ocho mil lugares conocidos hasta entonces en el mundo, pasando por el atlas (metáfora del mítico titán que carga sobre sus hombros al mundo) de Gerardo Mercator, hasta los modernos mapas de carreteras y las más recientes versiones de Google maps, con vista de calle (street view) y trazado automático de rutas, estas herramientas hacen que el mundo se vuelva cada vez más pequeño, pero sobre todo, más comprensible. Detrás de estos añejos instrumentos hay historias muy interesantes. Por ejemplo, ¿por qué el norte se representa arriba y no abajo?

Hace años encontré en una librería en Londres un mapamundi proveniente de Australia «down under», en el que el norte está abajo y el sur arriba. Por supuesto compré el mapa e investigué un poco al respecto. Resulta que hay dos versiones de este convencionalismo tan peculiar que en la actualidad nadie cuestiona. Una de ellas dice que el norte se empezó a poner en los protomapas en la parte superior porque el polo terrestre más cercano a esta parte apunta hacia cierta estrella solitaria, guía inequívoca de antiguos navegantes, que se mantiene inmóvil durante la noche. Otra versión dice que fueron los cartógrafos europeos quienes, por motivos táctico-militares, decidieron dibujar a Europa «por arriba» de sus colonias africanas.

Como sea, los mapas son un compendio en sí mismos de convencionalismos culturales, y representan nuestra propia visión del mundo, tan sesgada y subjetiva como humanos que somos. Pensemos cómo se hacían los mapas en épocas antiguas, sin fotografía satelital. Eran elaborados por hábiles ilustradores que re-interpretaban las bitácoras de los viajeros y exploradores; es decir, los diseñadores de mapas se tenían que imaginar cómo era el contorno de los continentes teniendo únicamente esas crónicas, seguramente llenas de exageraciones, fantasías y por supuesto de imprecisiones geográficas. Basta buscar en internet un mapa del Continente Americano del siglo XVIII, y veremos a la Península de Baja de California separada totalmente del continente, cual enorme isla en medio del Pacífico, y era representada así porque los dibujantes no tenían suficientes datos, debido a que eran tierras casi inexploradas. Imprecisos, tal vez, pero sin duda hermosos, esos mapas llenos de arte náutico, con detalladas rosas de los vientos, ángeles soplando sobre las velas de barcos de los viajeros y terribles monstruos marinos asomando en medio de los océanos.

Pero no fueron los cartógrafos europeos los únicos en hacer estas bellas piezas de información. Otras culturas, en otras épocas, también tenían su propia cartografía. Los códices prehispánicos mexicanos, por ejemplo, llenos de simbolismo, cuentan historias de migraciones, guerras, conquistas de territorios, eventos importantes, leyendas y creencias; datos todos relevantes para la vida de las comunidades de la América precolombina. La historia de los mapas es la historia de los pueblos.

Además de reflejar las aspiraciones y sueños de las diferentes culturas, los mapas tienen sin duda muchos usos y aplicaciones prácticas. Se han usado como «guías de fe», para encontrar el «jardín del Edén»; en peregrinaciones a santuarios sagrados de los primeros cristianos; o como instrumento logístico. Los marinos mercantes, como Marco Polo y Erik el Rojo, los usaban cuando comerciaban en China, India y Medio Oriente, al igual que los exploradores en busca de nuevas tierras, como Magallanes, Vasco de Gama, James Cook, Colón y más tarde Pizarro y Cortés, por citar algunos. Aquellos navegantes, por cierto, usaban unos ingenuos pero hermosos mapas ilustrados con brillantes colores y mucho dorado, que incluían escudos reales, castillos y hasta los tres reyes magos a caballo. Existen también los mapas turísticos que todos hemos usado al visitar una ciudad por primera vez, esos increíbles mapas abstractos de transporte que se asemejan a diagramas eléctricos, mapas que forman parte de complejas infografías en publicaciones científicas, y aquellos mapas «you are here» que nos salvan de la angustia de perdernos en los laberínticos museos y aeropuertos. Sea cual sea la utilidad, los mapas proporcionan información certera, nos permiten salir de Terra Incognita para entrar a Terra Notum.

Invención nuestra, los mapas se han vuelto compañeros tangibles de nuestro peregrinaje, piezas invaluables de diseño de información que representan visualmente nuestros pasos, llegadas y destinos; instrumentos cambiantes y adaptables a cada tecnología que aparece y desaparece, desde los mapas tallados en piedra hasta los mapas interactivos en pantallas táctiles, pasando desde luego por aquellos dibujados sobre pergaminos y papiros o impresos en papel. En el futuro tal vez se reproducirán en hologramas proyectados en el aire. Quién sabe sobre qué superficie o cómo, los mapas nos seguirán ayudando —sin duda— a hacer un poco más comprensible nuestra realidad.

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