La vanguardia en posición inestable
Una reflexión sobre la vanguardia, en términos de su carácter ambiguo y provisional; su contingencia y efectos en la cultura contemporánea.
AutorIngrid Alicia Fugellie Gezan Seguidores: 29
EdiciónAndrés Gustavo Muglia Seguidores: 138
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«…la profunda revolución que opera en el arte contemporáneo no podía ser una excepción y, de hecho, frente a la fuerte resistencia conservadora que se encontraron los partidarios del estilo moderno, ellos mismos no tuvieron más remedio que adoptar posturas a su vez progresivamente extremistas, cuya condición beligerante adquirió enseguida una denominación justamente militar: arte de vanguardia».
Algunos de los célebres dibujos de Escher exhiben con virtuosismo la relatividad de nuestra posición en el espacio.2 ¿Estamos con exclusividad saliendo de un lugar o, más bien y al mismo tiempo, ingresando a otro diferente? ¿Cómo decretar la inamovilidad del espacio-tiempo en medio de un universo que cambia en forma continua? Y aun así, ¿de qué manera evitar la ilusión de la permanencia y estabilidad de los fenómenos? ¿Acaso la llamada «ciencia dura» no pretende estabilizar los resultados de sus observaciones, sin excepción situadas? ¿Es siempre la vanguardia, en este sentido, una posición de avanzada?
No me atrevería a cuestionar las asunciones teóricas sobre el valor de los movimientos artísticos que en la primera mitad del siglo XX constituyeron una clara inflexión en el campo de sus desarrollos tradicionales. El texto escrito tiene, entre otras cualidades, la de fijar el acontecimiento y la observación a los límites del rigor académico. No existe reparo en esa tentativa. Se sabe que la historia busca establecer territorios confiables para el dominio de los saberes epocales. Necesitamos su rastro para seguir construyéndola (o para derribarla). Es más, sin el relato escrito tendríamos tal vez buenos argumentos −no siempre carentes de lógica− para justificar errores de consecuencias muchas veces irremediables.
Las Vanguardias −con mayúsculas− tienen en el marco del relato histórico autorizado, un espacio de legitimidad incuestionable, a la vez que representan una suerte de aliado incómodo que de tanto en tanto las lleva a tambalearse en el peligroso filo de una supuesta estabilidad. Este aspecto, que invariablemente las arroja a la orilla ambigua de la modernidad, problematiza el papel revolucionario asignado a sus poéticas.
De la vanguardia moderna se ha dicho que perdió poder subversivo al ingresar al mercado y a los espacios de exhibición del sistema tradicional de las artes. Que se burocratizaron sus intentos de ruptura, que hoy por hoy constituye un remedo de sí misma. En este sentido, se asume la inevitabilidad de la promesa incumplida en el marco de un sistema que persigue fantasías insatisfechas, único medio capaz de garantizar el consumo compulsivo no sólo del producto artístico.
A las vanguardias se le suceden a la vez otras tantas neo formulaciones, habitualmente a la deriva de sus equívocos, supuestos fracasos y metas no conseguidas. Después de ellas y a la sombra de sus fantasmas, aparece el deseo de restituirles el vigor que las manipulaciones del capital ha debilitado, una especie de anhelo de exorcismo, de búsqueda forzada ante el dolor que acarrean las utopías no alcanzadas.
Sin embargo −y regresando a la relatividad tópica propuesta por Escher−, ¿no nos prometieron los constructivistas rusos un paseo por el espacio exterior a pesar de todas las objeciones de la estrategia política estatal? ¿Es posible negar que de manera aleatoria los expresionistas alemanes fueran precursores de la hegemonía del impacto, ese que transforma y desplaza el goce estético al poder de la acción inmediata? ¿Se puede ignorar el aporte del surrealismo a la supremacía de lo virtual, dispositivo capaz de fusionar y con ello promover la equivalencia entre ilusión intangible y realidad material? La vanguardia Dadá, por otro lado, ¿no contribuyó al cambio de las condiciones representacionales de manera tajante, al proponer un giro radical hacia la idea?
De la Bauhaus y el cubismo −por citar otros movimientos de avanzada durante el siglo XX−, ¿no se derivan las tendencias autoritarias imperantes en el diseño contemporáneo de mercado? ¿Aseguraron en realidad estos artistas que el mundo cambiaría por el arte nuevo cuyas premisas buscaban crear? ¿Es posible esconder la evidente circulación de consignas futuristas asociadas a celebrar la violencia en el mundo de la llamada posmodernidad? Una porción importante del arte latinoamericano, ¿no constituye acaso una puesta en escena del ímpetu que proponía destruir a martillazos las piezas otrora exhibidas en el Café Voltaire? ¿Es posible objetar la ambivalencia constitutiva de los movimientos pendulares de la historia? ¿Se pueden ocultar los renovados anhelos de ruptura y progreso –epítome de modernidad− en el presente de la supuesta posthistoria?
Flujos y contraflujos, ambivalencia y discontinuidad es lo que aparece en el escenario oblicuo del presente: tendencias a construir lo nuevo sin modificar la lógica de atributos y categorías ancladas en la tradición. O, al revés, mantener el espíritu moderno de ruptura en la pretensión una y otra vez esgrimida de dar la espalda al pasado de manera radical y empezar todo de nuevo. Al parecer, la tarea de negociar pasado, presente y futuro en interjuegos de protagonismo compartido determina coordenadas difíciles de armonizar, sobre todo como efecto del peso ejercido por poderosas dicotomías ancestrales.
Aquí, la idea de Raymond Williams acerca de la heterogeneidad constitutiva del campo cultural ofrece un asidero de importancia mayor.3 Discontinuidad, dispersión entre componentes de signo opuesto, diferencia: tradiciones vinculadas de diversa manera al pasado; instituciones representando intereses del poder hegemónico; formaciones que anuncian de manera más o menos larvada la emergencia de lo nuevo. Y todas ellas coexistiendo en el mismo espacio-tiempo de la historia.
La vanguardia criticó de manera frontal las fisuras del racionalismo en sus efectos devastadores (las guerras mundiales), pero no abandonó el imperativo moderno del supuesto progreso lineal basado en los desarrollos científico y tecnológico. Propuso transformaciones formales y de contenido que abrirían espacios autónomos de bienestar humano pero descuidó –en característicos afanes totalizadores− las difusiones y particularidades estéticas presentes en las sociedades. Llamó a romper barreras impuestas por una lógica cartesiana que anula la imaginación, pero pasó por alto el hecho de que los sistemas políticos poseen aparatos eficaces para restituirla, siempre a través del sufrimiento impuesto por la opresión, la miseria intelectual y el hambre. La vanguardia persiguió resignificar los códigos del mercado a través de una amplia apertura a la diversidad de soportes y al carácter efímero de muchas de sus propuestas, pero no alcanzó a visualizar el efecto devastador de la sociedad de consumo, siempre a la expectativa de atraer a sus objetivos todo producto inédito.
En fin, ambigüedad, diseminación y heterogeneidad es lo que nos presenta esta revisión sumaria del conjunto de movimientos artísticos que, durante la primera mitad del siglo XX, se opuso al sistema del cual surgió, aportando a sus fundamentos el impulso de una dialéctica capaz de generar nuevas estrategias en el fluctuante acomodo de eso que llamamos arte.
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Traducir al inglés Traducir al italiano Traducir al portugués- Francisco Calvo Serraller, Imágenes de lo insignificante, Taurus, Madrid, 1987, págs. 44-45.
- M. C. Escher. Estampas y dibujos. Numen, México, 2004.
- Raymond Williams, Marxismo y literatura, Ediciones Península, Barcelona, 2000, págs. 129-158.
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