¿La muerte del papel?

El papel no es el mejor comunicador, ni el más rápido, pero sí es un medio ideal para transmitir «valores» que no consiguen otros formatos. No obstante, tenemos que tomar conciencia de que la sociedad ya ha dictaminado.

José Antonio Giménez, autor AutorJosé Antonio Giménez Seguidores: 52

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Ave, Caesar, morituri te salutant.

Aunque es una frase atribuida a los gladiadores antes de que empezara el espectáculo de la lucha, en realidad, tan sólo se tiene constancia de su empleo durante la celebración de una naumaquia (combate naval) en honor del emperador Claudio. Y nisiquiera era pronunciada por los gladiadores, sino por los condenados a muerte.

Equívocos como éste abundan en la historia. Actualmente, la frase se usa en tono sarcástico o dramático cuando se va a emprender una acción de riesgo y de éxito incierto. Por eso, permítaseme hoy invocar esta fórmula ritual con la que, supuestamente, los gladiadores se dirigían al emperador antes del combate.

Hoy sabemos que el papel no es el mejor comunicador, ni el más rápido, pero sí es un medio ideal para transmitir «valores» que otros formatos no consiguen. El tipo de papel, el gramaje, el tacto, los acabados, la tinta elegida, etc.; en ocasiones transmiten tanto o más que el propio contenido.

Lo mismo ocurre con los libros, incluso con los catálogos comerciales. Aún así, tenemos que empezar a ser conscientes que, como diseñadores, también vivimos de la opinión del público. Y éste no ha bajado el pulgar.

La masa ha dirigido el pulgar en posición horizontal y, con una serie de movimientos en dirección al cuerpo, han señalando el fatídico punto hacia donde debíamos dirigir el golpe mortal. No hay marcha atrás, la sociedad ha dictaminado la muerte del papel como medio universal de expresión. Y esto no es un equívoco. Sólo hay que mirar a nuestro alrededor.

Los periódicos cierran o reducen su presencia en las calles. Otros se quedan en lectura de fin de semana. Cada día más ojos miran a la pantalla y menos al papel. Unos apuestan por la infografía como salvavidas. Otros creen que arrevistarlos y reducir su contenido por fotos más grandes y textos sin profundidad es su oportunidad de conectar con el público más joven y salvarse. Triste, pero cierto. La única realidad es que los «lectores» se mueren y el índice de recuperación es muy bajo.

Algunas de las principales cabeceras del mundo están invirtiendo en su presencia online. Incluso algunos estiman que podrían sustentar sus redacciones con la retroalimentación publicitaria de este nuevo espacio. Se engañan. Un periódico es una empresa que tiene que dar beneficios, no sustentar su plantilla. Especialmente cuando esas plantillas no están preparadas para enfrentarse a una tecnología que les ha superado.

No se necesitan periodistas, infografistas o programadores, sino hombres —y mujeres— del renacimiento capaces de entender la noticia en toda su extensión; pintada en la página, con un texto telegráfico sazonado de dibujos, gráficos y tablas, como un todo y que se pueda leer en menos de un minuto. Todo eso hecho en un día y, al menos 2 ó 3 veces, para que sea rentable para la empresa.

No hablamos de ciencia-ficción, sino de algo que ya flotaba en el ambiente de los medios de comunicación hace diez años; entonces lo llamaban periodista-eng, cuando lo que querían decir era reducir los equipos de grabación a un sólo profesional. Un sueldo, misma productividad.

Ante la incapacidad de implantar el modelo, se optó por reducir las plantillas, eliminar delegaciones y subcontratar productoras; reducir costes y mantener el sistema, ya que ni sus gestores, ni sus actores, eran —son— capaces de adaptarse a la nueva realidad.

Aún hoy se sigue defendiendo que el diario, el libro, el catálogo comercial, ni ha desaparecido ni desaparecerán, a pesar de Internet y la saturación audiovisual. Y respaldados por esta utopía nos atrevemos a decir que tampoco los periódicos en papel, y menos los electrónicos.

Sin embargo, Amazon parece dispuesta a quitarnos la venda de los ojos. Acaba de lanzar su lector electrónico de libros de segunda generación —Kindle 2—. Menor tamaño, más capacidad. Ya hay disponibles 230.000 títulos, numerosos periódicos y revistas, 1.200 blogs, contenidos exclusivos de autores como Stephen King.

Otra compañía quiere plantarle cara a la todopoderosa Amazon en este terreno, Plastic Logic, con un dispositivo construido mediante un papel electrónico que lo hace ultra-fino y de mayor pantalla. Además, apuesta por la pantalla de colores, en lugar de la monocromática, y una conexión y descarga de contenidos permanente y automática. Su principal objetivo será el mercado de lectores de periódicos.

Donde antes transmitíamos valores y sensaciones con el elemento físico, ahora no debe haber un vacío. Pero el medio audiovisual todavía no ha sido capaz de adaptar sus prestaciones en esta dirección. Ahora, el testigo lo deben recoger el movimiento y el sonido. Para que realmente el relevo del papel por el formato audiovisual sea coherente. Caso contrario, simplemente estamos perdiendo.

El relevo tiene que ser algo más que no imprimir, que acceder a la información en cualquier lugar, como si el espacio y el resto de sentidos y sensaciones no importaran. El papel no puede desaparecer sólo por aspectos económicos o comerciales. Si ocurre, habremos emprendido un camino sin retorno hacia la más absoluta discapacidad sensorial.

Sólo nosotros, los diseñadores, podemos frenar éste cataclismo cultural. Tenemos la obligación de aprovechar todas y cada una de las posibilidades del papel para convertirlo en un vehículo de sensaciones, en un producto con valor añadido. Y eso pasa por liberarse de las ataduras de las escuelas clásicas de la edición, de la composición pétrea de los textos y columnas, por convertir en atractivos los contenidos que alberga. Frente al vacío generado por el constante movimiento, el ruido y el ritmo vertiginoso de las imágenes, se impone la reflexión.

Silencio. El papel ha caído. Pide clemencia levantando la mano. Lentamente, miramos a la grada desde la arena del Coliseo y preguntamos al público si debemos matar al vencido o no. Algunos esconden el pulgar, nos piden que envainemos la espada. Otros, piden que hundamos nuestra arma entre la clavícula y el omóplato para llegar al corazón y, de esa manera, dar una muerte rápida. La elección es nuestra.

Preguntas

¿Por qué el abandono del papel sería un cataclismo cultural? ¿Qué males estima que traería aparejado?

Evidentemente el papel será complementado por opciones más eficientes, si bien, dudo que podamos, a fecha de hoy, hablar de una sustitución. Y esto no es un cataclismo pero no podemos olvidar que hablamos de un soporte físico y que, como tal, aporta valores añadidos tangibles e intangibles que otros soportes todavía no son capaces de trasladar al usuario/consumidor.

Además, el papel como medio de difusión cultural impone reflexión, pausa, frente a la inmediatez. Ese paréntesis nos permite pensar y, gracias a ello, trascender y alcanzar la situación actual. No podemos sustraer a las generaciones venideras el valor de la reflexión y el análisis. Eso sí sería una catástrofe.

Según Ud. los diseñadores deben «liberarse de las ataduras de las escuelas clásicas de la edición, de la composición pétrea de los textos y columnas» para cumplir con su obligación «de aprovechar todas y cada una de las posibilidades del papel para convertirlo en un vehículo de sensaciones». ¿En qué podría contribuir esa liberación con la misión de «frenar el cataclismo cultural»?

Un mueble desarrollado en cartón, no sólo cumple una función práctica, la ergonomía y la estética las considera indispensables, sino que trasmite un valor añadido; sostenibilidad, ecología, biodegradabilidad, concienciación social, etc. Es en sí un vehículo de sensaciones. Y también es —o más bien está hecho de— papel.

Lo mismo sucede en el diseño gráfico. No podemos reducir el elemento físico a mero soporte, sino que es —o debe ser— un potenciador del mensaje.

Si nos fijamos en la prensa, no podemos hablar de una gran evolución desde el siglo XIX, más allá de la incorporación del color y la sustitución parcial de la ilustración o el grabado por la fotografía. El periódico sigue siendo vertical y ordenado en columnas, salvo algún riesgo controlado en los suplementos. Casi lo mismo podemos decir del libro. Y, sin embargo, la sociedad en la que vive sí ha cambiado, y mucho.

Parece que los riesgos que —apenas— asumimos en otros formatos, no el arrevistamiento, sino el modelaje de las formas, el troquel, las tintas y la mezcla de materiales en los catálogos, folletos, etc., no se traslada a los medios que transportan la cultura y la actualidad en formato papel. ¿Por qué? La pérdida de lectores, el cierre de cabeceras —incluso los países angloparlantes con larga tradición— nos obliga a revisar si, además del contenido, no deberíamos revisar también la forma en la que se presentan.

Hay quien dirige su mira a la infografía y la convierte en salvadora de la prensa, pero ¿dónde está? La mayoría de los periódicos carecen de equipos de infografistas y los que los tienen no están integrados en las rutinas productivas de la información. Sólo los acontecimientos excepcionales sirven de eclosión para demostrar la capacidad de éstos profesionales (elecciones, catástorfes, guerras, etc.). Es en ese momento en el que la información se «representa visualmente» en mapas, dibujos y gráficas de mil y una formas, donde el color tiene una función, las tipografías varían sus cuerpos y disposiciones, y el orden de la información alcanza un nuevo sentido. Sólo entonces el periódico recupera su espacio, sus ventas, su razón. Pero es una excepción.

Si queremos recuperar al lector, debemos hacer un esfuerzo por adecuar el modo de presentar la información al ritmo y necesidades de la sociedad actual. Salvar el periódico es el primer paso para salvar a la sociedad del estancamiento cultural. Los medios audiovisuales y la red ha convertido a las generaciones actuales en demandantes de información sin contrastar, sin pausa para la reflexión.

¿Por qué atribuye a los diseñadores la responsabilidad de «salvar» al papel? ¿Considera que tienen el poder como para lograrlo a pesar de las elecciones de sus clientes y empleadores?

Los diseñadores como productores de esos mensajes o, en todo caso, como intermediadores entre productor y consumidor, tenemos el deber de asesorar y reconducir el mensaje para que cumpla su función de la manera más eficiente. Y el papel es un vehículo idóneo para transmitir sensaciones, valores y mensajes. No podemos prescindir de él, porque ello supondría perder un aliado que no tiene sustituto hoy por hoy.

Cuanto menos perecedero es el material cobra mayor sentido respetar los valores que transmite el papel, el diseñador puede trabajar en aquellas ediciones pensadas para conservar mediante la forma, las texturas, las tintas especiales y que no nos permiten otros soportes —caso del digital—, es la única forma de salvarlo. Si nos limitamos a trabajar en él con las mismas herramientas, condiciones o composiciones con las que trabajamos en los formatos digitales estamos condenándolo a una muerte segura, porque el papel aporta un sentido y no soporta un contenido solamente.

¿Tiene datos estadísticos que acrediten una merma de consumo mundial de papel para impresiones (diarios, libros, revistas, folletos, ediciones caseras y de oficinas, etc.)? En caso negativo, ¿qué indicador lo lleva a sacar la conclusión de que el papel está cayendo en desuso?

Puede que sea consecuencia del actual contexto económico, o puede que sea el resultado de un proceso lento e inexorable, pero en los últimos meses se ha reducido la oferta y variedad de los fabricantes de papel.

Si a ésta situación sumamos el incremento del precio del papel, que ha provocado el cierre de numerosas cabeceras; el envejecimiento de la población lectora, y la extensión del llamado «e-book», la perspectiva del papel como vehículo cultural no es muy alentadora.

Sirva de ejemplo sólo un dato estadístico, la edad media de los lectores de prensa diaria ha pasado de 41,3 a 43,8 años entre 2000 y 2008, según los datos de un estudio Panorama de Prensa 2008 elaborado por Aegis Media, que incide en que la prensa gratuita sigue la misma evolución, pasando de los 36 años en 2003 a los 42 en 2008.

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