Diseño y ceguera ajedrecística

El diseño Low-Tech abre hoy un camino que los diseñadores no debimos abandonar, pero las empresas siguen deslumbradas por un efectismo tecnológico que se olvidó de dar respuestas.

José Antonio Giménez, autor AutorJosé Antonio Giménez Seguidores: 52

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A veces la mejor defensa es la mejor defensa. No es un error, sino una famosa máxima de Kasparov en referencia a otro compañero ajedrecista —Petrosian—, capaz de desesperar al oponente con sus sólidos planteamientos orientados a la conservación de las piezas en el tablero. Y es que siempre hay alternativas al modus operandi que conocemos. También las hay en diseño, especialmente en tiempo de crisis.

No me refiero al inmovilismo, ni a la reducción de la inversión orientada a la innovación, sino todo lo contrario: a la defensa del patrimonio industrial existente. El vivo, no el inerte. Ese que el no cuidarlo, no solo provoca una sensación de abandono y pérdida de memoria, sino también pérdida de puestos de trabajo, de capacidad productiva y también —aunque menos evidente para muchos— de referentes socio-culturales para un país. O, si se prefiere —por evitar la terminología geopolítica—, de un territorio.

En el siglo XXI, las empresas definen a un país tanto o más que su folklore, pese a quien pese. La riqueza de la cultura de la piel de toro es innegable, como lo es que no transmite justamente conceptos como eficiencia, ahorro, seriedad y solidez; términos ambiguos que hoy marcan las transacciones comerciales en prácticamente todo el globo.
Empresas con valores sólidos, tradición y productos reconocibles, sí que generan atractivo comercial e, indirectamente, refuerzan otros sectores que sí se sustentan sobre tópicos cuya mesura es menos objetiva y se rige más por el impulso y el ocio; factores que pujan poco en las bolsas. Evitar la pérdida de esas empresas que un día fueron fuertes y que hoy, con otra mentalidad, podrían recuperar los brillos del pasado, debe ser el objetivo de las políticas industriales. Pero parece que seguimos deslumbrados por términos tan vacíos como intangibles: innovación, desarrollo tecnológico y otros que carecen de traducción acertada al castellano como Smart, B2B, etc.

En ese camino de recuperación industrial —sin que esta requiera de una reconversión industrial acelerada, con lo que esto conlleva y significa—, el «diseño» tiene mucho que decir. Y entiéndase el término en su acepción industrial de «proceso de análisis y desarrollo para dar respuesta efectiva a una necesidad». Además podemos incluir las referencias a esta disciplina relacionadas con la mejora de la imagen y la identidad corporativa, y de los productos de esta.

Olvidémonos de customizar nuestro producto con nombres extranjeros o tiznados de maquillaje, y centrémonos en la sustancia. Tiene más sentido revisar esa mesa que ya no encuentra sitio en el mercado, con una intervención adecuada, que tratar de epatar1 con una novedad a cualquier precio, generalmente alto, cuya cuota de mercado y funcionalidad merma por minutos desde el mismo momento de su presentación.

Olvidémonos de sofisticados mecanismos ocultos, muebles que se iluminan o permiten escuchar música, porque eso no es el futuro, sino un presente mal entendido. Una solución válida de este tipo requiere mucho tiempo e inversión, y ahora necesitamos efectos rápidos que no alteren nuestros procesos. Liquidez, vaya. Y, entonces sí, inversión orientada a la Hi-Tech.

Claro que enviar a nuestros peones con una táctica que todos conocen de poco nos servirá. Es necesario revisar el planteamiento de juego en el mercado internacional. Llegamos tarde a coger las etiquetas de prestigio. Las políticas autonómicas impidieron una marca global fuerte. Y la guerra de guerrillas solo ha servido a unos pocos. Centrémonos en la Low-Tech. Esto es, aquellos procesos en los que es la propia forma la que facilita la función. Preguntemos al usuario qué quiere, y adecuemos nuestro producto a esas nuevas necesidades. Quizá sólo necesitamos una mirada fresca a nuestro catálogo de producto que aporte nuevos valores, pequeños matices que nos reposicionen en el mercado. No supone una inversión alta y puede sacar a flote parte de nuestro stock.

El problema es que la ceguera ajedrecística de algunos los lleva a enrocarse en posiciones indefendibles. Mantener el mismo catálogo, el mismo producto, o incorporar novedades que, o no lo son, o vienen armadas por la ocurrencia y la voluntad de sorpresa, no por la durabilidad y la función. Quizá, por ello, conocemos más a Kasparov que a Petrosian. Uno sabía combinar el ataque y la defensa. El otro era un maestro en solo una de las dos.

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