La importancia del estilo propio

Hasta qué punto nos dejamos influenciar por el trabajo de otros. Desarrollar el propio estilo puede ser uno de los logros más gratificantes.

Silverio Contreras, autor AutorSilverio Contreras Seguidores: 28

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Durante nuestra trayectoria como estudiantes o profesionales del diseño nos hemos visto expuestos a una gran cantidad de imágenes relacionadas en mayor o menor medida con nuestro trabajo. Ese cúmulo de imágenes, al fin y al cabo causan un efecto particular en nosotros. Cada uno cuenta con una manera particular de ver el mundo y de interpretarlo, y esa habilidad en particular debe ser parte del arsenal que debe poseer el diseñador de cualquier rama. Sin embargo, es patente que en determinado momento no podemos salirnos de buenas a primeras de los «estatutos» establecidos.

Puede suceder que en nuestro afán de ser «originales» caigamos en lo exagerado o en lo ridículo, como podría ser el escribir un texto con sangre persiguiendo el único fin de que cambie de color al secarse. El ejemplo es una exageración, pero funciona para explicar el punto.

El estilo puede encontrarse en diferentes lugares. Puede estar en la forma de los trazos, su intensidad, en los patrones de composición, la forma de mezclar colores o de abstraer el mundo. Hay infinidad de formas en que el estilo propio puede manifestarse, pero hay que trabajar en ello, desarrollarlo con práctica, pues no surgirá espontáneamente.

No obstante, en el mundo del diseño existen las llamadas tendencias, corrientes de pensamiento y «estilo», que marcan las pautas a seguir en lo concerniente a la forma y manera de diseñar. Surgen dos preguntas importantes:

¿Hasta qué punto somos influenciados por otros diseñadores o tendencias?

A nadie es ajeno el término «moda», que se puede definir como la «forma de pensar de uso corriente» o «de mayor popularidad», y que se puede aplicar a casi cualquier ámbito de nuestra vida cotidiana, como la ropa, la música, la tecnología, etc. Las corrientes o tendencias que afectan al diseño son cambiantes. Hoy los medios electrónicos hacen posible que cualquier obra, trabajo o idea, esté al alcance del mundo entero en cuestión de minutos, lo que permite que se imponga como «moda» en muy poco tiempo.

Los profesionales del diseño estamos en medio de un mundo que constantemente cambia de opinión. Eso afecta nuestro trabajo, directa e indirectamente, trayendo como consecuencia que nos tengamos que adaptar al medio. E eso no está mal, pero cuando el adaptarse implica cambiar por completo la esencia de nuestro trabajo surge un problema: corremos el riesgo de convertirnos en imitadores aun sin saberlo. Podríamos tender a copiar o imitar el uso de colores, formas, tipografías, no porque sean funcionales sino por mera moda. No es malo ni errado tener fuentes de inspiración que nos sirvan como punto de partida para evolucionar en forma personal hacia un estilo definido, pero...

¿Hasta qué punto, «casarse» con un estilo, puede influir nuestra forma de trabajar?

Elegir un estilo que nos permita trabajar de manera cómoda y eficaz es bueno, pero puede suceder que en algún punto todos nuestros trabajos se vean iguales, no en el sentido de que guarden una línea uniforme de diseño, sino en el sentido de que los objetos, colores, formas y demás elementos sean prácticamente los mismos con variantes mínimas. Para evitarlo, el diseñador debe tomar acción y tratar de evolucionar hacia un nueva forma de trabajo; salir de su zona segura para probar nuevas opciones.

Si todo aquel que se jacta de ser creativo se quedase dentro de su área de confort seguramente ya no surgirían genios creativos como Salvador Dalí, Pablo Picasso, Jonh Baskerville u Octavio Paz. Debemos ser conscientes de que, si nos aferramos a un estilo en particular por ser este el más común, miles de otras personas también lo harán, lo que tarde o temprano derivará en que obras hechas por personas diferentes tengan una similitud notable y que —sin quererlo— parezcan fruto del plagio.

De igual modo, el volverse completamente inflexible con las tendencias de moda, podría derivar en un cierto «encajonamiento»; es decir, que aunque supiéramos hacer más de lo que mostramos en nuestro trabajo, la falta de práctica podría llevarnos a producir resultados deficientes.

En conclusión, el estilo propio debe desarrollarse a través de la práctica, e inevitablemente se verá influenciado en menor o mayor grado por tendencias y personas cuyo trabajo nos llame la atención. Está bien adaptarse a las tendencias pero no al punto de abandonar nuestra forma personal de interpretar el mundo. El tener un estilo definido no es razón para ser inflexibles y siempre querer hacer las cosas a nuestra manera. Al fin y al cabo, experimentar puede ayudarnos a evolucionar en nuestro propio estilo, que en definitiva, es la semilla que da origen a un árbol que crecerá de acuerdo a los cuidados y atenciones que le demos.

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