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Powerpoint bueno y malo.
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Recientemente alguien calculó cuánto daño económico hacen las presentaciones en Powerpoint —esos momentos en los que un grupo de adultos se sienta en un cuarto a ver a un tipo intentando predecir el futuro con la ayuda de coloridos gráficos—.
Los gastos que generan por confiar en estos gráficos más que en su propio juicio alcanzan miles de millones. El daño causado al cuerpo y alma de la audiencia, la pérdida constante de cultura visual es incalculable. Cuando Colin Powell intentó probar la existencia de WMD en su patética presentación al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, se hizo evidente cómo los fondos de tonos azules con líneas amarillas en Arial sobre un sombreado han destruido todo el conocimiento que la Vieja Europa había adquirido desde Gutenberg. Con Photoshop y habilidades limitadas de diseño, casi cualquiera podría haber hecho un mejor trabajo de forjado de mapas y fotografías aéreas, mostrando fábricas químicas disfrazadas de camiones. Incluso en el Pentágono, el monopolio de Microsoft parece haber nivelado el gusto y el juicio al de una compañía Enron cualquiera. ¿Están gastadas todas las presentaciones? ¿O sólo las de Powerpoint?
El mismo software no puede ser malo, ni siquiera cuando se origina en «El Imperio Maldito» en Seattle. Repetir ciegamente plantillas sin gusto se transforma en un hábito, y uno malo. Los creadores de software necesitan diseñar para un mercado mundial de millones de usuarios, así que no sólo tienen que encontrar el denominador común más bajo de todas las culturas visuales, sino primero vender estos modestos diseños en incontables reuniones internas. Llamar a los resultados «imperialismo cultural» le da demasiado crédito. Es simplemente que todos los perpetradores aprendieron en casa, en la escuela en Ohio o Kansas. Al final, los usuarios obtienen lo que se merecen.
Se pueden hacer presentaciones geniales en Powerpoint. Aunque por lo general sólo nos involucramos en crear un lindo empaque para el contenido de otros, los diseñadores debemos seguir las pocas y simples reglas que existen para ese tipo de trabajos. La primera dice: ¡Nunca uses plantillas de Powerpoint! Ningún formato confeccionado garantiza que el orador tenga algo que decir.
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Este artículo fue publicado anteriormente en Form Magazine.
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