Vigencia de Gillo Dorfles

Probablemente muchos diseñadores jóvenes no conocieron la obra de Gillo Dorfles, pero él ha sido uno de los más sólidos y persistentes impulsores y difusores del diseño gráfico.

Joan Costa, autor AutorJoan Costa Seguidores: 2581

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El pasado viernes 2 de marzo, cuando iba a cumplir en abril 108 años, Gillo Dorfles falleció en Milán. Con motivo de su centenario se editó el catálogo de la exposición que reunía su obra: «Es mejor el catálogo que la exposición», le espetó al entrevistador que se lo mostraba orgulloso... Dorfles es autor de numerosos ensayos sobre estética. El año pasado pudo verse en Milán su exposición de dibujos Hasta 2016. Dorfles fue desde muy joven crítico de arte, actividad que desarrolló toda su vida junto con su trabajo como ensayista y teórico del arte y del diseño. En 1948 había creado el MAC (Movimiento de Arte Concreto) con Bruno Munari. Dorfles fue profesor de Estética en Florencia, donde tuvo como ayudante a un jovencísimo Umberto Eco.

Conocí a Gillo Dorfles en París, en un encuentro con impulsores del diseño de todo el mundo. Hombre abierto y generoso que tenía el don de la elegancia intelectual, propició el inicio de una buena amistad. Pasé un domingo inolvidable en su casa de Milán. Nos reencontramos en Londres, donde recibí el premio de Art Directors Club de Nueva York de manos de Pentagram por mi libro Imagen Global (Barcelona, 1987). Gillo me presentó a Alan Fletcher y a Giovani Anceschi para un proyecto de diseño que no llegó a la luz. Prologó mis libros Identidad Corporativa (México, 1993) e Identidad televisiva en 4D (La Paz, 2005). Y yo publiqué varios de sus artículos en mi revista Documentos de Comunicación (Barcelona), de la cual Gillo fue miembro del Comité Científico, junto con otros grandes nombres de la cultura.

En memoria de mi querido amigo, reproduzco un fragmento del texto publicado en mi libro La Comunicación. 10 voces esenciales (Barcelona, 2010):

Con Gillo viví una experiencia embarazosa que me causó gran incomodidad. Me había enviado la revista In en su número especial Moda e società (1972), con una cariñosa dedicatoria; este número había sido coordinado por él y publicaba un artículo suyo. De aquí surgió mi idea de convencerle para que escribiera un libro sobre moda, pensando en la colección Biblioteca de la Comunicación, que entonces dirigía yo para Ibérico-Europea de Ediciones de Madrid.

Vi a Gillo muy poco entusiasmado con la idea, pero insistí. Y como no se decidía, volví a insistir y no dejé de insistir hasta hacerme pesado. Me costó, pero al final se decidió. Me dio una alegría. El libro se titularía en principio Las maquinaciones de la moda, pero después, Gillo cambió de idea. No quería limitarse a la moda indumentaria y abarcaría la moda también en las costumbres, el habla, los gestos, el baile, etc. Empezó por enviarme ilustraciones a medida que las iba reuniendo y, finalmente, recibí el texto.

Como siempre, escrito directamente con su máquina de escribir que todavía usa, con sus hojas de papel fino, transparente, y con las poquísimas correcciones a mano sobre el original, ya definitivo. Así son sus escritos, hechos de una vez en su máquina de escribir y una ulterior lectura con escasas correcciones a pluma. Siempre me ha admirado esta seguridad y ese valor del primer escrito, espontáneo, y acabado con los mínimos retoques.

Leí el texto de Gillo con placer, y le escribí para anunciarle que lo iba a presentar a la editorial... Pero entonces me enteré de que el editor acababa de fallecer. Vi venir un temporal, porque era una editorial pequeña, muy unipersonal y donde todo giraba alrededor de su fundador-dueño, don Agustín. Así lo comprendí el día que le conocí fugazmente en Madrid. Estaba claro que la editorial ya no funcionaría sin él. Y así fue.

¿Qué hacía yo con todo el material de Gillo y sin editor? ¿Cómo decirle, después de tanto insistir, que no sería publicado?, y más sabiendo que lo escribió por mi insistencia, porque le había «pinchado como los toreros», me decía él. A la noticia negativa que al fin le envié me respondió con su proverbial elegancia: «No te preocupes. Lo mejor es que el libro ya existe, gracias a ti». Desarmante. Con todo, mi espina seguía clavada: cuestión de honor. Había que publicar el libro en castellano como fuera, y estuve dándole vueltas pensando qué hacer. Al cabo de un tiempo recibí un paquete postal. Venía de Milán y lo enviaba el editor Mazzotta. Contenía el libro de Gillo recién publicado. Finalmente titulado Mode e modi (1979) y con una dedicatoria que me emocionó. Esto me hizo reaccionar en mi compromiso íntimo, y rápido le escribí al amigo Carlos Trillas de México recomendándole que lo publicara. ¡Tenía que editarse en castellano! Trillas hizo las gestiones con Mazzotta para la compra de los derechos; se lo comenté a Gillo, que agradeció mi tozudez. Pero pasaron unas semanas y seguía sin noticias de Trillas. Me explicó que tenían dificultades para aceptar las condiciones del editor italiano. Lo comenté con Dorfles, pero él no pudo hacer nada por modificar esas normas de su editor. No me quedé tranquilo. Intenté convencer a mi antiguo amigo Enric Folch, director de Paidós, que había publicado dos libros míos; examinó el libro de Gillo con sus asesores, pero al final no se decidió. Tiré la toalla.

No hace mucho recibí una sorpresa: la editorial valenciana Campgràfic, publicó el («mi») libro de Dorfles Modas y modos. Seguro que los colegas de Campgráfic no conocían la accidentada, pero feliz, historia de esta obra.

El día de su centenario, Gillo recibió mi felicitación, que odia manifiestamente; por correo postal, como es habitual entre nosotros. Y brindé porque sigue iluminándonos con su lucidez y su altísima calidad humana. Como era de prever, no me respondió. Ese día Il corriere della sera le dedicó dos páginas donde vertía críticas demoledoras a los críticos que sólo hacen elogios y no critican, y a los grandes autores que él admira tanto, pero reconoce que son unos pequeños burgueses. ¡Qué envidiable vitalidad!

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