Sustentabilidad en la cultura material

¿Está la sociedad preparada para afrontar de forma real el desarrollo sustentable?

Miguel Angel Gonzalez R., autor AutorMiguel Angel Gonzalez R. Seguidores: 39

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Intentemos definir de qué modo se establecen las relaciones entre cultura y sustentabilidad ecológica. En el libro «Desarrollo sustentable, la salida de América Latina», escrito por Arnoldo José Gabaldón1, un gran venezolano que siempre vio con preocupación las erráticas políticas de los diferentes gobiernos en torno al desarrollo sustentable, el autor dice:

«La sustentabilidad no se puede interpretar como simplemente referida al manejo racional del ambiente, sino que se debe aludir a un proceso de desenvolvimiento social basado en la interacción constructiva y sinérgica de las dimensiones: ambiental, económica, productiva, socio-cultural y política».

Es importante aclarar que Arnoldo José Gabaldón es hijo de otro notable venezolano: Arnoldo Gabaldón, Creador de Malariología y otrora Ministro de Salud.

Basados en esto, podemos inferir que la sustentabilidad va más allá de una simple condición racional del hombre y del entendimiento de cómo sus acciones producen determinadas consecuencias en su entorno o ambiente. La relación que el hombre ha sostenido con el medio ambiente ha sido de usufructo, desde épocas ancestrales. Ha hecho uso y provecho para su beneficio y el de su entorno social. Esa interrelación es la base del desarrollo de los aspectos socio-culturales que han formado la sociedad actual.

Para comprender mejor en qué forma se produce esta relación entre cultura y sustentabilidad, debemos analizar esquemáticamente las tres formas básicas en que el ser humano interactúa con su entorno:

  1. Uso de los recursos naturales.
 El ser humano hace uso de los recursos naturales en una medida determinada que establece su relación con el entorno, tanto en un contexto social como productivo. El uso de los recursos como bienes de servicio en su estado natural se refiere a: algunos alimentos, el agua, los suelos o lo obtenido a través del proceso productivo o industrial (de tipo elaborado).
  2. Cambios en el uso del suelo.
 La ocupación del espacio geográfico para localizar actividades sociales y productivas.
  3. Liberación de desechos.
 Es producto de actividades sociales y procesos productivos. Pueden ser sólidos, líquidos o gaseosos. Los desperdicios afectan suelos, atmósfera y agua.

El resultado de todas estas actividades e interacciones con el medio ambiente puede afectar positiva o negativamente a la naturaleza. Que se alcance una u otra posibilidad dependerá en gran medida de factores culturales y estilos de desarrollo que involucran:

  • El consumo y la generación de servicios.
  • La naturaleza de las actividades productivas que se realizan.
  • Las características de los asentamientos humanos y viviendas.2
  • Los sistemas de generación de energía.
  • Los medios de transporte y comunicación.
  • Tecnologías utilizadas: algo muy ligado al desarrollo y la modernidad, pero no necesariamente amigables con el medio ambiente.
  • Valoración de la naturaleza: aquellas sociedades que valoran la naturaleza bien sea por posiciones éticas específicas, principios religiosos, educación, entre otros, tienen más posibilidades de relacionarse mejor con el medio ambiente. Las que no, definitivamente generaran resultados nefastos.

Evidentemente existe una completa relación entre cultura y sustentabilidad ecológica. Si en una sociedad prevalecen rasgos culturales inclinados a la conservación de la naturaleza, se acercará más a la posibilidad de lograr la referida sustentabilidad. Pero, ¿qué es cultura?, ¿qué es la cultura de masas? Según la Unesco, en su declaración de México 1982 «la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo». La cultura es la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos.

Como ya sabemos, la cultura de masas es aquella generada por el consumismo. Encuentra sus inicios en la revolución industrial, pero logra su mayor desarrollo en el período histórico posterior a la Segunda Guerra Mundial (específicamente en la década del 60) y que aún en nuestros días se mantiene vigente. La cultura de masas es la que se genera por el consumo repetido y grandes cantidades de productos y servicios, siendo esta la base de nuestro sistema social.

Desafortunadamente, el esquema de nuestra sociedad occidental parece estar orientada hacia unos valores y principios contrarios a la generación de sustentabilidad, debido a que el consumo de bienes y servicios se antepone a nuestra relación con el medio ambiente. Si nos detenemos a analizar la sociedad actual, específicamente la latinoamericana, podemos observar con preocupación que tenemos demasiadas deficiencias culturales en lo relacionado a la sustentabilidad ecológica. La cultura evidentemente se relaciona con la educación y nuestros sistemas educativos presentan grandes fallas; ni hablar de los aspectos relacionados con los valores. Pareciera entonces que estamos en graves aprietos.

Para comprender aún mejor por qué nuestras sociedades están orientadas y regidas por valores poco sustentables, debemos comprender cómo el consumo influye decisivamente en ella. Según Karl Marx la relación del hombre con la sociedad en la cultura occidental es ficticia, puesto que no se basa en aspectos naturales. Es decir, no es natural que al sentirnos deprimidos busquemos salir de esa depresión comprando «algo». Sin embargo, esa es una reacción normal en nuestra cultura. Aparte de esto, el sistema capitalista funciona bajo un esquema que igualmente determinó Marx en sus teorías: hay una clase social influyente que controla a las clases bajas o dependientes, y este control no se realiza bajo imposición, sino por una relación hegemónica. O sea, bajo una intermediación, de manera que tenemos derecho a quejarnos, pero aceptamos al final lo que la mayoría decide.

En América Latina, la influencia extranjera produjo la transculturización, desde la llegada de los españoles hasta nuestros días, podríamos entonces aseverar que hemos sido invadidos por la cultura occidental y la hemos adoptado como propia y seguimos dependiendo de ella.

En Venezuela, por ejemplo, es en el período del Dictador Marcos Pérez Jímenez (de 1953 a 1958) por medio del llamado «Nuevo Ideal Nacional (NIN)» —un programa de gobierno que a posteriori cambiaría el escenario venezolano—, se generó una verdadera transición de lo rural a lo urbano, por medio de grandes proyectos urbanísticos y de vialidad. Estos cambios generaron efectos en la sociedad venezolana, y el consumismo fue el resultado de la llegada al país de inmigrantes y de nuevas empresas provenientes de Europa y Estados Unidos con nuevos productos. Así se introdujo al venezolano una nueva realidad, una nueva dinámica social.

La cultura de masas — también llamada cultura occidental— persigue la adquisición de productos que en la mayoría de los casos son nefastos a nivel ecológico, pero creados y orientados a generar deseos en las masas, que se terminan convirtiendo en necesidades que deben ser cubiertas, sin pensar en nada más que el mero placer egoísta de poseer. Cuando estamos en un centro comercial y vemos unos zapatos que nos gustan, en ese momento nos invade el deseo por tenerlos. Solo pensamos en lo que pueden significar para nosotros y para los demás. En ningún momento pensamos en el efecto que puede tener su proceso de producción sobre la naturaleza.

Sobre este tema Jean Baudrillard hace un análisis muy interesante, en su libro «Crítica a la Economía Política de los Signos». Allí explica que el surgimiento de la sociedad de consumo y la dinámica de la cultura de masas, está orientada a la adquisición de signos antes que de objetos. Esto significa que consumimos objetos que nos sirven para establecer nuestro nivel socio-económico o nuestro estilo de vida. Baudrillard dice: «adquirimos signos que contribuyen a transmitir un mensaje social», por lo que podemos deducir que el valor comunicativo y estético de los objetos, es decir, el significado que estos tienen para nosotros y para los demás, es el valor más importante y determinante de nuestro consumo. Tenemos la necesidad de sentirnos realizados y de demostrárselo a los demás. Adicionalmente, nuestra dinámica social esta basada en la necesidad de pertenecer a un grupo, pero a la vez de diferenciarnos, los objetos son signos perfectos que permiten construir ese mensaje.

Dado que la cultura de masas da mayor importancia a la interacción social que a la relación con la naturaleza, se requiere un cambio de paradigma socio-cultural. Es necesario forjar el cambio en las nuevas generaciones mediante la educación, pero también es necesario un cambio político y económico.

Los diseñadores solemos pensar que podemos generar productos que contribuyan a construir un nuevo paradigma, y que podemos intentar disminuir el impacto negativo en el ambiente. Esta intención no es nueva. Son ya bastante conocidas las innumerables propuestas de productos sostenibles. Victor Papanek es uno de los precursores de estas iniciativas. Sin embargo, además de las limitaciones, pareciera haber mucha resistencia o simplemente desinterés por parte de la masa consumidora, por lo anteriormente explicado sobre el uso que le damos a los objetos dentro de nuestra dinámica social.

Es indudable que los grandes problemas ecológicos que presenta nuestro mundo, están vinculados con nuestras propias costumbres sociales y culturales. Como parte de la sociedad podemos influir positivamente. La educación es uno de los factores determinantes en la generación de un nuevo paradigma. En el ámbito del diseño debemos aspirar al entendimiento por parte de cada diseñador, de su responsabilidad social ante este tema.

Como Diseñadores podemos contribuir a generar cambios sustanciales, pues la relación del diseño con la cultura de la sociedad es estrecha. Valiéndonos del lenguaje visual como arma para el cambio, es mucho lo que se puede conseguir. Por supuesto, aunque se requiere la acción del Estado que es quien tiene el poder de destinar esfuerzos e inversión para producir los cambios requeridos, es importante que como diseñadores comprendamos bien nuestra responsabilidad. Debemos dimensionar de forma clara los valores que forman parte de nuestra ética. Por ejemplo, hay muchos clientes que requieren nuestros servicios para dar a conocer productos nocivos o inútiles, que más temprano que tarde terminan en el vertedero de basura, contribuyendo con la contaminación del medio ambiente ¿Estamos dispuestos a decirle «no» a un cliente que puede representar buenos ingresos por mantener nuestra ética y valor con la sustentabilidad?

El gran reto que se presenta a futuro es entender que el desarrollo sustentable será producto de la evolución social y cultural que asumamos. ¿Estamos dispuestos a romper la relación que mantenemos con los objetos que usamos como signos identificadores, para empezar a vivir una era realmente ecológica, no solo desde el punto de vista de la relación hombre-medio ambiente, sino también en la relación hombre-hombre? Ojalá que sí, y qué positivo sería empezar a darle verdadera importancia a nuestra relación con el medio ambiente.

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  1. Hijo de un ilustre venezolano, Arnoldo Gabaldón, otrora Ministro de Sanidad, creador y director por varias décadas de Malariología, organismo nacional y público que erradicó el paludismo y la malaria en Venezuela.
  2. El aumento poblacional significativo trajo como consecuencia un mayor requerimiento de espacio, originando un crecimiento que fue —y sigue siendo— desordenado, sin consideración del efecto sobre el medio ambiente. Tal es el caso de llamados «Ranchos» ubicados en los cerros de la ciudad de Caracas, que son espacios geográficos que han sido invadidos sin que medie ningún tipo de control o estudio previo. Hoy en las principales ciudades del país se siguen desarrollando asentamientos improvisados y sin ningún tipo de control o planificación. Esto evidentemente habla de un problema socio-cultural y su efecto en la naturaleza.

Bibliografía:

  • Gabaldón, A. Desarrollo Sustentable, La Salida de América Latina. Editorial Grijalbo. Caracas 2006.
  • Baudrillard, J. Crítica a la Economía Política de los Signos. Siglo XXI Editores. México DF. 1979.
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