Diálogo Nº 3678
Diálogo iniciado en el artículo Nueva Scoopy de Honda: ¿mejor o peor?
LOEWY, TARDE Y MAL.
A pesar de que no uso ninguna variante de moto (incluso he renunciado a la bicicleta) ni acepto ser transportado en semejante vehículo, me siento en condiciones de opinar sobre el nuevo Scoopy. Especialmente porque la discusión no está instalada en lo funcional o lo tecnológico sino en lo formal, en los aspectos estilísticos y simbólicos.
Comparando ambas versiones hay que ser ciego para no optar por la primera.
O sea, coincido plenamente con Javier Mariscal. (De nada, Javier). La primera tiene personalidad, va contra-corriente, es natural como una bici, no es pretenciosa sino segura de sí. Va a su aire, de paseo por el mundo. La segunda es una Scoopy que reniega de si misma. Quiere ser una moto. Gesticula una aerodinámica muy superior a su velocidad. Quiere clavarse en el aire y derrotar su resistencia.
Estoy describiendo, sin quererlo, dos sujetos: un tipo fresco y uno contracturado, una persona con buen gusto y un hortera (o «mersa», para los argentinos), una persona que es y otra que pretende ser, una que quiere montar un vehículo y otra que quiere tener algo importante entre las piernas, etc, etc.
En síntesis, la segunda Scoopy es el estado en que ha quedado la primera después de haber contraído el virus del styling. Si la agrandamos veremos un coche, de esos que afean el aspecto de las ciudades hasta lo insufrible. Y, si la achicamos, veremos un electrodoméstico o una maquinita de afeitar descartable, de aquellas que parecen una moto. Raymond Loewy lo hacía mejor.
Es posible que el rediseño se base en un estudio de mercado que captó el papanatismo social. O también es posible que el culpable sea el que, en un rapto de creatividad e innovación, redactó el brief del rediseño. Hay que esperar «la cuenta de resultados». Si con la segunda versión se dispararan las ventas…